Tras el domingo en que celebramos el Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, en la apertura de esta semana retomamos los domingos del ‘tiempo durante el año’. En la Liturgia de la Palabra este año nos guía el evangelio de San Mateo, y nos reencontramos con él en el llamado “discurso apostólico”, después de haberlo dejado en los primeros párrafos del Sermón del Monte. En todo caso, desde hace dos semanas el Leccionario Ferial nos ha estado alimentando con ese mismo evangelio, y desde el lunes hasta el viernes podremos leer y escuchar el capítulo final (Mt.7) del Sermón del Monte. Así se cumple el encargo dado por los padres conciliares hace poco más de cincuenta años: Que en las celebraciones hubiera “lecturas de la Sagrada Escritura más abundantes, más variadas y más apropiadas” (Sacrosanctum Concilium 35,1). Sobre todo en tiempos de confinamiento, es muy útil conocer qué textos de la Escritura nos son ofrecidos diariamente en la mesa de la Palabra. Así podemos alimentarnos con ellos individualmente o en familia.
En este domingo –socialmente dedicado al Día del Padre- Jesús nos invita a confiar en el Padre amoroso que es Dios: Él tiene contados todos nuestros cabellos y nosotros valemos para Él más que cualquiera de sus otras creaturas. Si el COVID 19 nos acosa, no debemos tener miedo, ni tampoco ser fundamentalistas temerarios. El Padre nos envía el Espíritu, para que sepamos discernir y actuar con amor a Él y a nuestro prójimo. Y sabemos que las recomendaciones sanitarias que se nos hacen, no se dirigen sólo a protegernos a nosotros mismos sino también a las personas con las que tratamos habitualmente. Por eso, paradojalmente, en muchos casos, el mejor gesto agradecido de amor que pueden hacer hoy quienes tengan a sus padres ancianos, es saludarlos a distancia prudente. No hay que tener miedo a ser malinterpretados en este campo. Tenemos un Padre que nos ama y sustenta a todos sus hijas e hijos.
La Palabra de Dios este domingo mira mucho más ampliamente: nos recuerda que el pecado entró al mundo por la conducta del hombre, como una pandemia mucho más grave que la que nos aflige ahora. Una pandemia que se manifiesta sobre todo en el odio o la indiferencia respecto de lo que ocurre con el resto de la gente. Como lo manifiesta el caso de Jeremías, que escuchamos este domingo. Pero si esa ‘pandemia’ infecta a todos los seres humanos, con mucha mayor abundancia se derrama sobre nosotros la gracia de Dios, por Jesucristo.
Durante la semana, la Palabra de Dios nos hace recordar la historia de tribulación del pueblo de Israel, con las invasiones y cautiverios tanto del reino samaritano como el judío (año 722 y 587 AC, respectivamente). Israel y Judá se apartaron del Señor y de su justicia, de modo que la ruina y el exilio aparecerían como el camino de purificación que los devolvería al Dios siempre fiel, esa fue, sobre todo, la interpretación de los profetas. Sólo la venida del Hijo de Dios, en la plenitud de los tiempos, y su entrega por nosotros, nos revela plenamente el misterio insondable del Amor de nuestro Dios, y nos recordará nuestra responsabilidad por el mundo y la historia que construimos. En Dios no hay ira, ni violencia. Él mantiene su alianza y fidelidad por mil generaciones.
El santoral nos proporciona diversos modelos de testigos de Jesús en esta semana. El principal de esta semana es Juan Bautista el Precursor, el miércoles 24. Antes, el lunes 22 se recuerda a san Paulino de Nola (+431), obispo y a los mártires John Fischer y Tomás Moro (+1535), y el sábado 27 recordamos la ambivalente figura del obispo Cirilo de Alejandría (370-444), gran defensor de la divinidad de Jesucristo, con medios no siempre santos. ¡De todo hay en la viña del Señor!
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