30ª. Semana del Tiempo durante el año

En la semana que acaba de terminar, tal vez hemos seguido al pie de la letra las indicaciones de Jesús en domingos anteriores: hemos pedido al Señor que aumente nuestra fe, en los momentos complejos que vivimos, cuando todas las instituciones que nos dan cierta seguridad carecen de la confianza de la ciudadanía y hemos pedido, con la insistencia de la viuda ante el juez inicuo, que se logre un nuevo pacto social, para que vivamos con más equidad y justicia, condición básica para la paz. Pero, ¿cómo oramos? ¿desde la perspectiva de los que tienen la razón, de los que hacen todo bien, y pedimos la conversión (si no la aniquilación) de los otros? ¿u oramos reconociendo nuestra corresponsabilidad (por lo que hemos hecho u omitido) en la atmósfera violenta y agresiva que nos ha atemorizado en los recientes diez días?  

Porque la oración auténtica no es la que nos proporciona la satisfacción de sentirnos mejores que los demás en cumplir los mandamientos, y la Constitución y las leyes, sino la que nos relaciona con nuestro Padre desde nuestra insuficiencia e indignidad y nos relaciona con los demás como hermanas y hermanos, no como jueces autosuficientes. Desde esa actitud podremos preguntarnos sinceramente qué debemos hacer; porque ésa es la oración del pobre, del oprimido, del huérfano y de la viuda, la oración humilde que atraviesa las nubes, como nos enseña el sabio Ben Sirá en la primera lectura del domingo.

La actitud del publicano de la parábola es la que la Palabra nos recomienda este domingo…  Una actitud que no hay que confundir con una falsa humildad. Si Pablo, al despedirse de Timoteo, puede estar seguro de recibir una corona de justicia, es porque confía en la fidelidad del Señor cuya venida aguarda. Su constancia no la atribuye a su fortaleza personal, sino al Señor que es fiel y lo ha sostenido en las tribulaciones. No olvidemos que Dios dispone las cosas para el bien de los que lo aman (cf. Rom 8,28). Vivamos y compartamos la actitud del publicano, para que colaboremos en la recuperación de las confianzas.

En los tres días en que usaremos el leccionario ferial esta semana, recibiremos en la mesa de la Palabra el núcleo de la espiritualidad de Pablo: Nosotros y la creación entera estamos llamados a gozar del amor de Dios del que ningún poder temporal o espiritual podrá separarnos. Allí está la fuente de la seguridad de Pablo, al sentirse a punto de “ser derramado como libación”.

En esos mismos tres días, el capítulo 13 de san Lucas nos hace escuchar a Jesús caminando decididamente hacia Jerusalén, mientras se acumulan los nubarrones del conflicto que lo llevará a la cruz. La pequeña semilla será un árbol frondoso, y el Reino congregará finalmente a todos los pueblos, aunque haya que pasar por senderos estrechos y experimentar frecuentes rechazos.

El 1 de noviembre estaremos en la cumbre del santoral, celebrando a todos nuestros hermanos y hermanas, canonizados o no, que comparten ya la gloria de Dios; y el sábado lo dedicaremos a orar por todos nuestros hermanos y hermanas difuntos. Son días para sentir y gustar lo que decimos en la profesión de fe: “(Tengo fe en que existe) … la comunión de los santos y la vida eterna”.  Antes de estos días, el lunes 28 celebramos la fiesta de los santos apóstoles Simón y Judas Tadeo, que habrían evangelizado a Persia, Mesopotamia y Egipto. Luego, el calendario de la Compañía de Jesús nos invita a celebrar a dos hermanos: El beato Domingo Collins, mártir irlandés (+1601) es recordado el 30; y san Alonso Rodríguez (+1607), portero del colegio de Montesión, en Palma de Mallorca, patrono de los hermanos jesuitas, es festejado el 31 de octubre, día que en Chile dedicamos a celebrar a las iglesias evangélicas.

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