Desafío que requiere una doble conversión. Por Cristián Viñales SJ.
La 3ra Preferencia Apostólica Universal nos compromete a: “Acompañar a los jóvenes en la creación de un futuro esperanzador”. Previo a cualquier propuesta que pretenda hacerse cargo de esta preferencia, es necesario atender que su sola formulación implica tomarnos en serio el desafío de iniciar una doble conversión. Se trata de un doble proceso, un doble esfuerzo y un doble camino a Jesucristo: 1. Primero, convertir nuestra mirada y corazón a las juventudes. 2. En segundo lugar, convertirnos a la idea de que es posible avanzar hacia un futuro esperanzador. Sin de estos dos movimientos internos, nuestras acciones estarán fundadas en el vacío. Este ejercicio requerirá de nosotros confiar en que la 3ra preferencia se trata realmente de una moción del Espíritu y como toda gran moción, requerirá de valentía y dolorosas renuncias para poder abrazarla en plenitud.
- Convertir nuestra mirada y corazón a las juventudes
Dios mismo se nos manifiesta por medio de las juventudes, no porque los adultos lo hayamos llevado allí, sino porque un Dios Emanuel[1] está allí desde mucho antes de cualquier propuesta pastoral. Las juventudes son un lugar teológico, porque Dios a través de los jóvenes le quiere decir algo a su Iglesia. Los jóvenes por medio de sus anhelos y sus luchas han sido el rostro de una sociedad que se levanta ante las históricas injusticias. También dentro de la misma Iglesia, a través del sentido crítico y la indiferencia, se rebelan ante los abusos, el clericalismo y el adulto centrismo. La Iglesia no podrá trazar un camino fecundo sin conocer y hacer suyas las necesidades de las juventudes, sin acoger sus ideas, sin dejarse interpelar por su creatividad, sin crear junto a ellos una iglesia más amplia y acogedora.
El convertir nuestra mirada y corazón a las juventudes, nos ayudará a reconocer nuevas soluciones a los grandes problemas de la sociedad, ellos son la energía que se engendra entre lo viejo que colapsa y lo nuevo que se expande, pero como toda energía puede construir y destruir. Es allí donde debemos estar los adultos, acompañando con alegría, inspirando confianza y mostrando con nuestras vidas una relación con Jesús que genere atracción y suscite deseos en los jóvenes. Necesitamos anunciar con nuestro propio proceder, que la Iglesia puede ser un cauce propicio para toda esa energía, una siempre Iglesia abierta a nutriese de la sabiduría de la juventud.
No se trata de aprobar todo lo que viene de los jóvenes, de casarnos con todas sus ideas, ni siquiera de unirnos a todas sus luchas. Convertir nuestra mirada y corazón a las juventudes implica amar a jóvenes concretos, con nombre y apellido, mirar desde sus ojos y entrar con nuestra adultez en esa energía que nos regalan, así discernir nuevos caminos junto a ellos. Tendremos que asumir los costos de hacernos vulnerable a esta energía y será nuestro deber ofrecer la espiritualidad ignaciana como herramienta privilegiada para canalizarla.
- Convertirnos a la idea de que es posible avanzar hacia un futuro esperanzador
Hoy, se extiende un manto de desesperanza en nuestras sociedades, la crisis socioambietal, el debilitamiento de las democracias, las consecuencias de la pandemia, entre otros factores, son tremendos desafíos para ese futuro que deseamos construir. Este manto también se extiende al interior de nuestra Iglesia. Miramos con temor la cantidad de jóvenes en nuestras pastorales, la disminución del número de vocaciones y el nuevo lugar más pequeño y menos influyente de la Iglesia. Sin embargo, esto no es razón para la desesperanza, ni menos para aferrarnos a medios antiguos y desgastados, sino una oportunidad para identificarnos con la Iglesia pequeña y valiente de los primeros cristianos, Iglesia que supo ser luz para las naciones.
De nosotros depende no licuar el mensaje de Cristo por temor a perder influencia en medio de los jóvenes. Pues Él es y será la clave del futuro esperanzador que nos inspira. El anuncio de Cristo hoy es evidentemente contracultural, lo que exigirá de nosotros una discernida tensión entre fidelidad al Kerigma y arrojada creatividad.
Nos queda la tarea de cuidarnos de las nostalgias estériles y sabernos hijos agradecidos de Dios en medio del contexto que nos toca vivir. No encontraremos esperanza en el futuro, si le pedimos a este futuro que se adapte a nuestras esperanzas, somos nosotros quienes debemos aprender a apropiarnos de los nuevos colores y las nuevas formas de esta esperanza. El futuro se abre paso con fuerza, pero si no convertimos nuestra mirada y corazón a las juventudes, corremos el peligro de quedarnos al lado del camino y perder toda posibilidad de soñar con un futuro esperanzador.
[1] Mt 1, 23