Ascensión del Señor – 7ª Semana de Pascua

Entramos en la semana final del Tiempo Pascual, culminando, además, el “estado de oración” a que nos llamó el Papa Francisco. Escuchando el llamado que nos han hecho nuestros obispos, los acompañamos en la oración para que el encuentro que sostendrán colegialmente con el sucesor de Pedro, dé los frutos que se esperan “para restablecer la comunión eclesial en Chile con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia”, como señalan ellos mismos, repitiendo una frase de la carta que los convoca.

Celebramos la Ascensión del Señor no cómo una separación física suya respecto de nosotros, sino como manifestación de su triunfo sobre el pecado y la muerte. No nos quedamos mirando al cielo, porque lo que celebramos es ese triunfo que debemos anunciar a toda la creación (no sólo a todos los pueblos) de manera que se haga visible que Jesucristo está por encima de todo, como Cabeza de su Pueblo. Es lo que nos señala la carta a los Efesios en la segunda lectura de este domingo. La grandeza e importancia de esta misión nos motiva, precisamente, a rogar al Señor que ilumine a nuestros pastores en el encuentro de esta semana. Aunque seamos pecadores ‘misericordiados’, la misión que hemos recibido nos compromete a buscar incansablemente la santidad. Para que la Iglesia llegue a ser plenitud de Aquél que llena todas las cosas, es preciso imitar a Jesús en su anonadamiento. Esa fue también la experiencia de san Pablo, a quien durante la semana contemplaremos despidiéndose de las comunidades que formó en Grecia y en el Asia Menor, fiándose sólo del Espíritu que le anunciaba “cadenas y tribulaciones”. En ese contexto de despedida, Pablo nos transmite una frase de Jesús que no aparece en los evangelios: “La felicidad está más en dar que en recibir” (Hechos 20,35). Entre nosotros nos lo recordó el Padre Hurtado. Pero no se trata sólo de dar cosas, sino de “darse”. Habremos de pedir esta semana la acción del Espíritu de Dios que nos anime a salir de “nuestros quereres e intereses”, incluso eclesiales, para que los creyentes seamos testimonio visible del Dios de la vida, que nos ama a todos.

La fiesta del apóstol san Matías, el lunes 14, nos devuelve por un momento a las primeras páginas del libro de los Hechos –antes de Pentecostés- cuando la comunidad discernía por sorteo. Pero luego, mientras acompañamos la despedida de Pablo, y su cautividad que lo lleva a Roma, la última parte del discurso de Jesús en el Cenáculo – la llamada ‘oración sacerdotal’ (Juan 17)- nos dispone a dedicar la próxima semana a orar para que se cumpla el encargo urgente que nos dejó a sus discípulos de antes y de ahora: “Que todos sean uno… para que el mundo crea que Tú me enviaste”.

 En el santoral, se puede recordar a san Isidro labrador, patrono de los campesinos, el martes 15. El miércoles 16, los jesuitas recordamos a san Andrés Bobola, sacerdote polaco martirizado en 1657, mientras la familia orionista recuerda a su fundador san Luis Orione (+1940). El viernes 18 se puede recordar al mártir san Juan I, papa (+526), mientras las religiosas Esclavas del Sagrado Corazón celebran a su fundadora santa Rafaela María  (+1925). Y el sábado 19, la arquidiócesis de Santiago, en su X  Sínodo, se pone a disposición del Espíritu Santo.

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