Buen Vivir: desaprendiendo para aprender nuevas forma de relación

Compartimos el aporte de Carlos Bresciani, SJ, miembro de la Comunidad Jesuita de Tirúa, en la revista Intercambio, del apostolado social de los jesuitas de Perú.

Si hay un deseo en el fondo del corazón de todos y todas en estos tiempos es vivir sanamente. Desde el año pasado, todos los ser humanos vivimos una pandemia que ha fragilizado nuestras relaciones y ha puesto las energías de los gobiernos en encontrar la salud para volver a vivir con normalidad, si es que eso existe. La mayoría de los países están haciendo el esfuerzo por encontrar y administrar una vacuna teniendo la expectativa que, de esa manera, encontraremos una inmunidad de rebaño que nos permita volver a vivir la vida que llevábamos antes del 2020. Necesitamos esa vacuna, sí, pero el punto está en saber si ese remedio lo queremos para volver a vivir como antes.

La vida que llevábamos marcada por el consumismo y un extractivismo desenfrenado nos estaba llevando a una crisis climática y social extrema. Ejemplo de ello fue la recuperación de la fauna en lugares donde antes era imposible encontrarlas, aguas más limpias y hasta la capa de ozono recuperada. Nos dimos cuenta que, con las medidas de cuarentenas masivas, la vida anterior que teníamos estaba marcada por relaciones utilitaristas y aceleradas, casi de descarte. Ahora nos echamos de menos, deseamos estar unos con otros y hasta rompemos las reglas de la cuarentena para encontrarnos. Otros, por no dan más con el encierro en pocos metros cuadrados, han comenzado a resentir las relaciones con los cercanos, llegando incluso a la violencia intrafamiliar y otros tipos de desenfrenos que los contagios han desbocado.

Nos dimos cuenta del valor de salud, pero no nos hemos dado cuenta de lo que nos ha llevado a un momento como éste; porque aún estamos centrados en la vacuna, sin reparar en toda la vida previa a una enfermedad que debemos cuidar desde cómo nos alimentamos hasta como nos relacionamos. Debemos desaprender un modo de vivir y relacionarnos, que nos han enfermado mucho antes de esta pandemia, la cual vino solo a confirmar lo enfermos que estamos.

Viviendo en territorio indígena mapuche[1] hemos hecho un camino que nos ha llevado a ir descubriendo que una vida sana tiene que ver con todas las dimensiones de la vida. Nada está separado: mente, espíritu, cuerpo, tierra, relaciones. Todo está profundamente interrelacionado. Un desequilibrio en una dimensión hace que las personas, la comunidad y la misma Madre Tierra se enfermen.

Esta certeza la hemos ido comprendiendo a partir de una profunda conversión que, al vivir en este territorio, se nos ha presentado. Hemos ido desaprendiendo para aprender a reconocer las infinitas manifestaciones de Dios en un espacio que se nos presenta como un lugar epifánico del Espíritu. Epifanía que nos ha revelado una nueva forma de entender la realidad, la espiritualidad, nuestra propia identidad y fe. Una nueva forma de entendernos como seres humanos en relación con toda la creación. Una conversión de la mirada desde la sabiduría de esta tierra que se puede resumir en el Buen Vivir o, mejor dicho, Buen Con- vivir[2]: un horizonte y camino de sentido que los pueblos originarios han elaborado a partir de su cosmovisión, religión e historia de resistencia.

Este camino ha implicado quedarnos sin palabras, respuestas ni soluciones preelaboradas. Quizás el primer  paso para volver a relacionarnos más sanamente es hacer silencio para escuchar la “palabra de la gente de la tierra”[3] y de la misma tierra[4]. Escuchar a nuestro propio cuerpo, así como a nuestra historia personal y colectiva. Palabra que nos habla, enseña y manifiesta la Vida que estamos invitados a vivir y a Vivir Bien (Küme Mongen), en toda su diversidad, sus tensiones, sus luces y sombras.

Es todo un aprendizaje para personas criadas en la ciudad y en la formación de una racionalidad instrumental-tecnológica que busca desentrañar las mecánicas de las cosas, dividiendo para entender y enfrentando al mundo en una relación sujeto-objetivo, que valora todo según la utilidad o provecho. Esta racionalidad es la base de la supuesta normalidad a la que se busca volver luego de la pandemia.

Esta sabiduría, que está en el centro de la espiritualidad mapuche y de todos los los Pueblos Originarios de Abyayala[5], es una invitación a descubrir un nuevo paradigma de la vida. Dicha enseñanza se basa en la armonía de relaciones justas y reconciliadas con Dios, y las fuerzas espirituales con la Madre Tierra, los demás y uno mismo. Ahí está la clave de una vida sana. De cómo entender la enfermedad y, por tanto, de la verdadera “normalidad” a la que necesitamos volver. En esa lógica, no es fácil entenderse o sentirnos compartiendo profundamente la vida con todo lo viviente. Menos, entender que la enfermedad es un evento que está profundamente unido al modo como vivimos y nos relacionamos entre todos y todas, y con la Madre Tierra. Nos hemos percatado que necesitamos entrar en crisis respecto a toda esa lógica contemporánea, quedarnos en silencio y escuchar sabidurías como el Buen Con- vivir del pueblo mapuche que hacen de la vida de todo lo viviente, una vida digna.

Este paradigma se aleja de consumismos y avaricias. Es un modelo que recupera aquellas realidades y demandas esenciales para una vida plena. Desde la perspectiva de nuestra fe e identidad como jesuitas, esto consiste en trabajar con Cristo “en el restablecimiento relaciones justas con Dios, con los demás y con la creación”[6]. En palabras de un sabio mapuche: “Si derribo el árbol, yo comeré en abundancia… pero no habrá comida para mis nietos”.

Es lo que el Lonko (jefe) Teodoro Huenuman, quien nos acogió aquí hace 20 años, nos compartió alguna vez: “Nosotros no queremos ser ricos, queremos vivir bien, con dignidad”. Se trata de una propuesta de vida que implica experimentarnos profundamente interrelacionados unos de otros. Otros son los hombres y mujeres, pero también el viento, el árbol, la montaña, el río, la roca, las estrellas, lo trascendente… todos los vivientes y toda la creación. Es lo que los kimnche (persona sabia) llaman el “itrovill mongen”, que describe algo semejante a lo que entendemos por diversidad de vidas, biodiversidad o todo lo viviente, incluido lo trascendente. Todos son mis hermanos y hermanas. Como se afirma en el Sínodo de la Amazonía:

“Se trata de vivir en armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los seres humanos y con el ser supremo, ya que hay una intercomunicación entre todo el cosmos, donde no hay excluyentes ni excluidos, y donde podamos forjar un proyecto de vida plena para todos. Tal comprensión de la vida se caracteriza por la conectividad y armonía de relaciones entre el agua, el territorio y la naturaleza, la vida comunitaria y la cultura, Dios y las diversas fuerzas espirituales”.[7]

La raíz de las injusticias actuales está en no vivir en armonía. Como dijo un hermano indígena: “Buen Vivir es el concepto del equilibrio cosmológico como proyecto de vida, un equilibrio tanto interior a la persona como exterior, en la relación con todo lo creado y sólo desde esta perspectiva se entiende la gravedad del conflicto social”. Desde este aprendizaje del silencio y la escucha, hemos ido abriendo la mirada a la experiencia de que todo y todos estamos profundamente unidos. Que todo tiene vida. Todo tiene un espíritu que anima. El Buen Con-vivir habla de esa realidad viva, donde nada ni nadie está solo. Como dice don Vicente Huenupil, un kimnche, cuando habla de los espíritus que animan y dan vida a todo:

En la tierra existen los Ngen[8], está la cascada, las aguas que corren, el mar, lo cerros sagrados, los volcanes, las estrellas en el medio del cielo, el sol, la luna, ninguno está solo, nada existe en soledad, todos tienen un Ngen.

El mundo de lo tangible y el espiritual están profundamente unidos. El territorio no es meramente un lugar con seres físicos, sino también espirituales. Un lugar especial lo ocupan los Kuivikeche (antepasados), los Kumeke pulonko y wedake pulonko (espíritus buenos y espíritus malos), junto a los Ngen. Las relaciones están atravesadas por esta trascendencia y presencia de lo espiritual, de ahí que todo cobra vida, significado e interpelación.

Así, una enfermedad no es meramente una disfunción o daño de un órgano en particular, sino que también incorpora un sentido según las relaciones que se han tenido con del territorio, y exige también, ciertas acciones para encontrar alivio. Por tanto, la enfermedad no es un problema individual y desconectado de las relaciones y contexto en el que se encuentra la persona. Tampoco el remedio está desvinculado de quién lo ofrece.

El Kume Mongen, es una propuesta vital que se hace urgente para nuestra sociedad, no sólo para el mundo mapuche y rural. En medio del ruido de las grandes ciudades también necesitamos vivir en relación. Hoy más que nunca, en medio de esta pandemia que vivimos, nos damos cuenta de ello. El barrio, el hogar, el trabajo, la escuela, el liceo son lugares donde cada hombre y cada mujer anhela vivir en relación y no en continua competencia; vivir en equilibrio y no en la frenética carrera por acumular bienes. Es una propuesta que nos mueve a buscar otras formas de economía; así como de relaciones políticas, sociales y espirituales. En una sociedad que nos presenta la felicidad en la góndola de un supermercado se nos hace difícil discernir, en medio de un cúmulo de bienes innecesarios, qué es lo que necesitamos para vivir bien. Para vivir sanamente. Son muchos los hombres y mujeres indígenas sabios que dicen que como país estamos enfermos. Desde la ciencia occidental se dice que muchas enfermedades hoy son “psicosomáticas”. El mapuche diría que se trata de desequilibrios con el entorno, cuya causa principal es el poco respeto a las fuerzas espirituales que rigen la naturaleza y que nos rigen a nosotros mismos. Sufrimos dolores de cabeza, de espalda, crisis de pánico, angustias, stress y depresiones que no son sino síntomas de algo que está mal en nuestro modo de vivir. Para mejorarnos necesitamos aprender a vivir bien, aprender a vivir en relación y no en posesión.

Carlos Bresciani, SJ
Miembro de la Comunidad Jesuita de Tirúa en Chile

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[1] Pueblo Originario del sur de Chile.
[2] El jesuita y antropólogo boliviano Xavier Albó habla de Buen Con-vivir en vez de solo Buen Vivir para remarcar la relación entre todo lo viviente. Hace este planteamiento a partir de las palabras en Aymara “suma qamaña” que implican una conexión de vida entre todo lo viviente. Albó, X. 2009. Suma Qarnana = el buen convivir. OBETS, Revista de ciencias social 4. Pp. 25-40.
[3] Chedungun: el habla de la gente.
[4] Mapudungun: el habla de la tierra. Esta expresión como la anterior son dos formas de nombrar el idioma mapuche.
[5] Nombre del continente Americano en el idioma del pueblo Cuna (Panama y Colombia) que significa “tierra viva” que comienza a usarse con un sentido político y decolonial a partir de la II Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas de ABYA YALA, realizada en Quito en 2004.
[6] Decreto 12 de la Congregación General 35 de la Compañía de Jesús, y en el número 9 del documento conclusivo del Sínodo de la Amazonía que dice: “Se trata de vivir en armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los seres humanos y con el ser supremo”.
[7] Documento Conclusivo Sínodo Amazonía número 9.
[8] Espíritu protector que anima cada elemento de la naturaleza.

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