Celebramos el aniversario de la canonización de San Ignacio de Loyola

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Las efemérides ignacianas nos llevan a recordar la canonización de San Ignacio de Loyola, la cual tuvo lugar el día 12 de marzo de 1622, 66 años después de su muerte, y que sería el reconocimiento del fundador de la Compañía de Jesús como un imprescindible dentro de la Iglesia Católica.
El Papa Gregorio XV fue el encargado de transformar al español en santo, junto a su compañero y gran amigo Francisco JavierTeresa de Ávila, fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzas, Felipe Neri, fundador de la Congregación del Oratorio e Isidro Labrador, patrono de Madrid.
Un texto citado por Axelle Guillausseau (que también es autor del libro “Los relatos de milagros de Ignacio de Loyola”) en una publicación de la Casa de Velázquez, de Madrid, cuentan cómo se vivieron las fiestas en España para esa época: “Sumptuosas fiestas que la villa de Madrid celebró las canonizaciones del esclarecido Patriarca san Ignacio de Loyola, Fundador de la sagrada Religion de la Compañia de Jesús ; y del glorioso san Francisco Xavier de la mesma Compañia y Apóstol de la India (…), desde treinta de Julio hasta diez de Agosto, que se celebran en el Colegio de la Compañía de Jésus de Ecija”. [1]
Festejos que hoy recordamos como el punto de partida para la consagración de los 48 santos y beatos que la comunidad jesuita venera en la actualidad. A los que se les sumó el año 2013 el primer Papa de la Compañía de Jesús: el Cardenal Jorge María Bergoglio, hasta entonces Arzobispo de Buenos Aires y que tomó el nombre de Francisco.
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El fundador de la Compañía de Jesús, emergió como líder religioso durante la primera mitad del siglo XVI, en el período llamado “la contrarreforma” de la Iglesia Católica.
Militar durante su juventud, tras ser herido en una batalla contra el ejército galo, pasó un prolongado período de recuperación que lo hizo vincularse con la religión, principalmente mediante la lectura de vidas de santos. Luego de su sanación, quiso peregrinar y vivir de acorde a su nueva conciencia. Este retiro lo hizo acercarse a Dios mediante el ayuno, la reflexión y la oración. De este período de discernimiento surgieron sus Ejercicios Espirituales, método ascético y gran legado del santo que practican, hasta el día de hoy,  quienes desean interiorizarse en la espiritualidad ignaciana.
Tras comprender que su misión, más que el solitario peregrinar, era “ayudar al bien de las almas” decidió prepararse para ello. Con este objetivo llegó la Universidad de París L’ Sorbonne, donde conoció a Pedro Fabro y Francisco Javier, sus primeros compañeros, que al poco tiempo sumaron diez. Luego de hacer sus votos, y tras un fallido intento de peregrinar a Tierra Santa, el grupo decidió ponerse a disposición del Papa Pablo III, quien aceptó la creación de la nueva orden.
Ignacio pasó sus últimos años en Roma constituyendo la Compañía de Jesús y murió el 31 de julio de 1556 viendo cumplidos grandes deseos: la Iglesia había aprobado su libro de Ejercicios Espirituales, la Compañía de Jesús y sus Constituciones y, el que había nacido como un grupo de diez compañeros, al momento de su muerte contaba con más de mil jesuitas repartidos por los cinco continentes.
 
 
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