De paso por Chile para las Fiestas Patrias, junto con visitar a su familia y amigos, compartió con revista Jesuitas Chile sobre su vocación y misión, y cómo espera seguir al servicio de los más pobres.
Publicado en Revista Jesuitas Chile n.55
Por Ingrid Riederer
Claudio Barriga sj confiesa que es feliz… y se le nota al hablar de su camino recorrido en la Compañía de Jesús, como vicario parroquial en Jesús Obrero, párroco en Arica, acompañando a los bailes religiosos, en la dirección internacional del MEJ y, en particular, por su misión actual en la Amazonía, Brasil, ya que se le ilumina la mirada.
Claudio nació en Concepción de casualidad. Vivió en La Ligua y después en Santiago junto a sus padres y sus cuatro hermanos, quienes hoy lo han convertido en tío abuelo de numerosos sobrinos-nietos. Entró al Colegio San Ignacio en segundo medio, donde comenzó a interesarse por lo religioso, algo no muy conocido para él, pero que le parecía atractivo. “Me fui metiendo en una dinámica muy interesante de pastoral del colegio. En cuarto medio, preguntándome qué iba a hacer de mi vida, la vocación se atravesó por mi mente y pensé, ‘no creo que sea eso’, e ingresé a estudiar medicina. Estando en medicina en la Universidad Católica seguí dándole vueltas, hasta que fui a una jornada vocacional y entré al seminario de la arquidiócesis de Santiago. Estuve tres años en un esquema de vocación que no era el mío, ‘estoy feliz de dedicar mi vida a Dios…’, esa no era la dificultad, solo que ‘siento que acá no es mi lugar’, pensaba. Nuevamente fui a un retiro y, en un día que recuerdo claramente, el 11 de enero de 1982, decidí con gran consolación que mi camino era la Compañía de Jesús… lo que era de cierto modo volver al inicio de mi locación”.
—¿Qué es lo que más destacas de tu experiencia en la Compañía?
Para mí la gran diferencia con la vida diocesana es la vida comunitaria, vivir con tus compañeros, que te cuestionen, porque aprendes muchas cosas… eso me hizo mucho bien. La Compañía también te ofrece todas las herramientas para tu formación, y las he aprovechado. Siempre sentí, y la Compañía me enseñó, a través de los apostolados que se hacen cuando eres estudiante, a contactarme con el mundo popular. Tuve una experiencia de conversión hacia los pobres en el cuarto año como estudiante jesuita, en el juniorado, cuando descubrí a Dios que se me presentaba en los más sencillos. Es algo que parece tan evidente con el voto de pobreza, pero tenemos muchos medios a disposición.
UNA VIDA JUNTO A LOS POBRES
—¿Cuál fue el origen de este destino en la Amazonía?
Luego de cuatro años en Arica, le dije al Provincial que seguía teniendo esa inquietud de una vida más inserta junto con los pobres. Estaba cerca de cumplir 60 años, y si esto iba a ser posible, tenía que ser en no mucho tiempo más. El Provincial de entonces, Cristián del Campo sj, me dijo: “Es verdad que te necesitamos en Chile, pero hay otros lugares que te necesitan más”. Yo no escogí esta misión, ni siquiera que fuera en el extranjero, fui enviado por las opciones de la Compañía… y yo feliz.
—¿Cómo describirías la misión que realizas en Brasil?
El jesuita a cargo de la región en Brasil me destinó a Roraima, donde hay dos frentes principales de misión: migrantes e indígenas. Al llegar me sentí cautivado por el mundo indígena, y me fui a vivir a una comunidad de la etnia wapichana. La misión consiste en acompañar a la gente en una pastoral de presencia, apoyar las luchas del Movimiento Indígena, ayudar a defender sus derechos, sus territorios; nosotros estamos allí como aliados. Desarrollamos también una fuerte labor de evangelización, en 26 comunidades católicas que aprecian y piden la asistencia de los misioneros. Mi agenda consiste en visitar a estas comunidades los domingos para la misa, o la fiesta del santo patrono de alguna de ellas, y en otros momentos durante la semana. La mayoría tiene misa unas tres o cuatro veces por año, el resto de los domingos la comunidad se reúne para la Celebración de la Palabra, dirigida por líderes laicos. En la casa donde vivo ahora somos tres: un maestrillo que se quedará dos años, un hermano sj de Guyana, y yo. Nos organizamos para llegar a todos los lugares, movilizándonos en una camioneta 4×4 y una moto. A estas alturas ya conozco bien a la gente, hay lazos de cariño, sé cómo moverme, qué decir y qué no, hay que ser muy cuidadoso, preguntar mucho, observar, estudiar, y no llegar deseando cambiar las formas para resolverlo todo. No tengo un plazo fijo, así que no sé hasta cuándo estaré, pero podrían ser muchos años por las características de la misión, además que me siento muy privilegiado de estar donde estoy, es una misión que me llena plenamente.
CONOCER A CRISTO ENTRE LOS ÚLTIMOS
—¿Cuál es tu sentimiento hacia la Compañía de Jesús?
La Compañía es para servir a Dios y para transmitir ese Dios a la gente, en un mundo que necesita la luz del Resucitado. Es un camino para descubrir a un Jesús humano, amigo, cercano, y poder decir a las personas “no están solas”. A mí la me hizo conocer a Cristo entre los últimos de la sociedad. Aprendí que no es indiferente el lugar donde nos situamos, pues Dios escogió la pobreza como el modo para revelarse.
—En este punto del camino dentro de la Compañía de Jesús, y desde esa perspectiva de vida, ¿cómo es, o cómo ha cambiado tu mirada de nuestro país, de tu vocación?
Vuelvo después de tres años a un país muy convulsionado. Percibo un Chile que se ha replegado por el miedo, pero también por la falta de diálogo, encuentro y, por qué no decirlo, ausencia de Dios. San Ignacio nos muestra a Dios muy metido en la realidad, descendiendo, no hacia arriba de la montaña. En la medida en que toquemos tierra, nos miremos a los ojos, seamos capaces de ponernos en la situación de otro, nos interesemos por los pobres, vamos a encontrar a Dios y vamos a poder contribuir a mejorar la sociedad.
Y un jesuita chileno en una misión en la selva brasileña, también le puede hacer bien a nuestra Iglesia en Chile, porque abre horizontes; estamos diciendo que no nos preocupamos solo de nosotros mismos, podemos ser generosos también.