Vigésima quinta Semana

Hace una semana, escuchábamos a Jesús en Cafarnaúm invitando seriamente a sus discípulos a seguirlo por el camino del rechazo, de la cruz y de la muerte. Justo cuando ellos, por boca de Pedro, acababan de reconocerlo como el Mesías, el liberador que Israel esperaba. En este domingo, la Iglesia nos pone en el mismo ambiente, omite los versículos de Marcos que narran la Transfiguración y nuevamente nos hace escuchar a Jesús anunciando su pasión y muerte, mientras los discípulos… ¡discuten sobre quién es el más grande! Se va configurando así la trágica soledad de Jesús que va a la cruz. Pero él no se desalienta: pone delante de los discípulos un niño… el que seguramente no entendió mucho por qué Jesús lo presentaba como modelo.

…Y nosotros ¿lo entendemos? Especialmente en estos tiempos en que estamos lamentando y avergonzándonos por tantos niños que han sido y siguen siendo víctimas de abusos. Seguimos mereciendo los reproches que Santiago hace a su comunidad y, mientras no aprendamos a pedir lo que realmente necesitamos, seguiremos buscando poder, y tranquilizándonos en nuestra falta de coherencia con lo que decimos creer; nuestra fe, como escuchábamos de Santiago hace una semana, si no se manifiesta en obras, está muerta.

Si en algo deberíamos competir los discípulos de Jesús es en el servicio…competir por ocupar el último lugar. Una lógica totalmente contradictoria con la del mundo.  Por eso, es una gracia que debemos pedir.

El leccionario ferial nos hace asomarnos esta semana a los libros Sapienciales. El lunes y el miércoles nos encontraremos con algunos textos más recientes de las colecciones incluidas en el libro de los Proverbios; el martes, en cambio nos encontramos con un texto de la primera colección salomónica. El jueves y el viernes nos encontraremos con el espíritu escéptico del Eclesiastés (=el Predicador), que elude las respuestas fáciles de la sabiduría tradicional y nos despierta la sed del agua viva que brota de Jesús. En los textos evangélicos, seguimos escuchando a san Lucas que nos hace contemplar el ministerio galileo de Jesús, desde el final del discurso de las parábolas, pasando por la misión encargada a los Doce,  hasta la confesión de Pedro y el comienzo de los anuncios de la Pasión. Es como para “repetir” en forma ignaciana lo que hemos contemplado en los pasajes del evangelio de san Marcos en los últimos domingos. Ésa es la sabiduría de Dios, la que ilumina nuestras vidas.

En el santoral, el domingo resulta impedida la celebración de san Pío de Pietrelcina (+1968), el lunes 24 se puede celebrar la memoria de Nuestra Señora de la Merced, inspiradora de la familia mercedaria y su carisma de luchar contra todo tipo de esclavitud. El 26 se puede recordar a santos Cosme y Damián, hermanos gemelos que habrían padecido el martirio a comienzos del siglo IV. El jueves 27, mientras los jesuitas damos gracias por un año más de la Compañía (aprobada en 1540),   se celebra al apostólico san Vicente de Paul (1581-1660), y el 28 a los mártires  san Wenceslao, duque de Bohemia (+935) y san Lorenzo Ruiz y sus compañeros, un grupo de misioneros de espiritualidad dominicana – laicos, religiosos, religiosas y sacerdotes – martirizados en Nagasaki entre 1633 y 1637. La semana se cierra el sábado 29,  con la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, mensajeros de Dios, cuya gloria  realza la gloria de Jesucristo, en quien nuestra humanidad ha sido puesta por encima de ellos.

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