Cristóbal Emilfork: “Sólo preguntándonos si realmente nos importa lo que está sucediendo con el planeta podemos comenzar a cambiar nuestros modos de vida”

Siguiendo en el camino hacia el término del Año Ignaciano, conversamos con Cristóbal Emilfork SJ, quien desde su preocupación por nuestra Casa Común a causa de la crisis climática, nos invita a mirar las cosas nuevas en Cristo.

En 1981 nació Cristóbal Emilfork SJ en Santiago. Sus padres son médicos y tiene dos hermanos: Nicolás, que es guitarrista clásico, y Bernardita, que es socióloga. Tiene muy buenos recuerdos de su infancia, sobre todo de sus vacaciones en familia: acampando en distintos lugares de Chile durante el verano y esquiando en Chillán durante los inviernos.

Su tío fue una figura muy importante en su vida pues fue él quien lo acercó a la naturaleza.  Por parte de su mamá, su familia es de Rancagua y siempre estuvieron vinculados a la agronomía y al campo. Especiales recuerdos tiene de su abuela materna, que le inculcó el amor por el arte, la geografía y el mundo. Desde chico coleccionaba mapas y libros sobre las diversas culturas del planeta.

Estudió en el colegio San Juan Evangelista y era muy mateo. En la enseñanza media, con su mejor amigo del colegio, empezó a subir cerros, cuestión que hace hasta el día de hoy apenas puede arrancarse. Entró a Scout en cuarto básico. Sin embargo, su dedicación extracurricular pasó, más bien, por la Academia de Ciencias, a la que se sumó a los 11 años. Ahí nació el interés por la Ecología, y que se prolongó hasta la enseñanza media. “No era sólo estar en el laboratorio. Recuerdo especialmente unas protestas que organizamos contra los ensayos nucleares de Francia en el atolón de Muroroa a mediados de los 90. El San Juan nos permitía manifestarnos y salir a la calle a visibilizar y expresar lo que pensábamos”. Cristóbal también recuerda cómo en esos años entre los propios estudiantes organizaron un gran encuentro latinoamericano de Ecología y Calidad de Vida. “Recuerdo con mucho orgullo ese momento, pues éramos puros cabros chicos organizando un encuentro internacional. Salió súper bien. Mi profesor de Biología quería que me dedicara a eso o la medicina, como mis papás. Pero yo, quizás por la gran curiosidad por conocer que siempre he tenido, decidí por irme a Periodismo. Siempre recuerdo una talla que me escribió mi profesor: “eres una gran secuencia codónica, pero un gen imperfecto en lo vocacional”. ¡Lo único que quería era que me fuera para las Ciencias!”, rememora.

-Cristóbal, ¿cómo nace tu vocación?

-Mi vocación nace en años universitarios. El San Juan era un colegio súper activo en lo social. Desde que estábamos en primero medio íbamos a campamentos o tomas para trabajar con la gente del sector. Los curas y el colegio en general siempre te inculcaban la sencillez, la solidaridad y la preocupación real y activa por los más pobres y vulnerables. Cuando estaba en segundo año en Periodismo en la Universidad Católica empecé a echar de menos ese contacto que me daba constantemente el colegio. Eso se juntó con el hecho de que en esa universidad es obligatorio tomar un curso teológico. Yo tomé uno que se llamaba “La Justicia en la Biblia” con un jesuita que me alucinó por lo relajado, agudo y por la aproximación que hacía al cristianismo. Algo muy parecido a lo que había conocido en el San Juan: más preocupación por las estructuras de injusticia que persisten en el mundo y cómo encontrar modos de combatirla.

Este jesuita me invitó a trabajar en un campamento cercano a la población donde él vivía. Ahí se juntó el deseo con la oportunidad. Así llegué al campamento, y empecé a entusiasmar a compañeros de la universidad, con los cuales finalmente fundamos un proyecto muy lindo que se dedicaba a hacer reforzamiento escolar a los niños y niñas del sector todas las semanas. Allí estuve vinculado por varios años, yendo todas las semanas. Me hice cercano a este jesuita, quien me recomendó complementar mi “acción” con algo más de vida espiritual y así llegué a una parroquia relativamente cercana a mi casa, que tenía una misa juvenil. Esa mezcla fue la que fue dando más espacio a mi vida de fe y que me llegó a plantearme la pregunta vocacional. 

-Estamos en la cuarta etapa, y final, del año ignaciano, que nos invita a reflexionar sobre la misión. ¿Qué nuevos impulsos y desafíos se te presentan?

-Ahora escribo desde Lahore, en Paquistán, donde he estado dando unos retiros basados en los Ejercicios Espirituales de Ignacio con un énfasis marcado en el Cuidado de la Casa Común y en la crisis climática que vivimos. Es muy potente estar hablando y rezando esto desde aquí. Paquistán está en estos momentos experimentando una severa crisis económica y energética, agravada por el Covid-19 y por la guerra en Ucrania. Hay electricidad racionada y podemos pasar horas y horas sin electricidad, en una ciudad donde hace dos días la sensación térmica era de 51ºC y la temperatura de 42ºC. La gente no tiene recuerdos de olas de calor tan prolongadas como estas (que han comenzado en marzo con temperaturas de este calibre). Al mismo tiempo, en el noroeste, se han caído puentes por lluvias torrenciales que anuncian un monzón que probablemente generará varias inundaciones muy severas. Aquí los desbalances climáticos se están percibiendo claramente, y no existen los paliativos que hay en Inglaterra o Estados Unidos (donde he vivido en los últimos dos años). Todo esto hace más evidente que nunca que se requiere que no sólo desde la economía y la política, sino que desde todos las dimensiones de la experiencia humana haya un abordaje urgente de la situación global que estamos experimentando. Son, como siempre, lo más pobres y vulnerables los más expuestos a sufrir los embates de estas situaciones. Esto es un desafío que me interpela personalmente, quizás por mi historia, mis intereses y aficiones, y es por eso que estoy dedicado a esto 100% por medio de mis estudios doctorales.

-Pensando en el año ignaciano, especialmente en su lema, ¿Cómo ver las cosas nuevas en Cristo?

-Ciertamente, Cristo nos puede ayudar a una conversión verdadera en nuestro modo de relacionarnos con el mundo más que humano. Si lo piensas un momento, lo que está sucediendo es muy irritante a la vez que paradojal: Ante la situación crítica que experimentamos hoy día ya conocemos cuáles son las respuestas. La ciencia ya sabe lo que hay que hacer. La pregunta es por qué no hacemos lo que sabemos que tenemos que hacer. Ciertamente, hay un peso indiscutido de los intereses políticos y económicos dominantes, que se resisten a moverse en esta dirección. Hace unos días, sin ir más lejos, la Corte Suprema norteamericana limitó los poderes de la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos para controlar y limitar las emisiones de dióxido de carbono de plantas de energía. ¡Es como ir absolutamente en sentido contrario a lo que necesita el planeta! Pero más allá de estos factores, creo que, a nivel de la persona, tenemos que preguntarnos por nuestros corazones y sus “quereres”. Con preguntarse qué realmente nos importa, qué realmente me parece importante como para cambiar mi curso de acción. Cristo tenía una relación con lo Creado que era de admiración, amistad y cuidado. A él le importaba la Creación pues allí veía la huella de Dios. Si somos cristianos, quizás debiéramos intentar por todos los medios hacer de esa visión de Jesús la nuestra también. Mal que mal, es lo que los ignacianos pedimos en la segunda semana de los Ejercicios Espirituales. Pero no por puro voluntarismo. Sólo convirtiendo nuestro corazón, teniendo un diálogo sincero sobre aquello que nos importa, así como preguntándonos por qué no nos importa aquello que nos debiese importar, podremos traducirlo a acciones sostenibles que realmente puedan modificar el tren de vida que nosotros, y el mundo en general, estamos llevando.

-En este punto del camino dentro de la Compañía de Jesús, ¿cómo es, o cómo ha cambiado tu mirada de la vida, de nuestro país, de tu vocación y de la Iglesia?

-A lo largo de mi vida como jesuita, he tenido la fortuna de conocer muchos modos de hacer Iglesia. La Iglesia se hace carne de mil y una maneras distintas de acuerdo a la cultura, a la localidad de esta. Las iglesias se deben en parte fundamental a las personas que les dan vida, y eso habla de diversidad, que es algo que personalmente me atrae mucho. Creo que la Iglesia en Chile tiene que seguir caminando para hacerse más diversa. También, quizás, debe hacer más evidente la diversidad que siempre la ha habitado, pero que no ha podido emerger debido a estructuras que siempre tienden a visibilizar ciertos discursos, ciertos modos y prácticas, y a oscurecer otros. Por otro lado, la ecología pone el énfasis en las relaciones y en cómo esa misma red es la que sostiene la vida. Podríamos aplicar esto a la misma Iglesia y potenciar menos los actores y más las relaciones para hacer de las ecologías de nuestras Iglesias lugares más fecundos y vivos. Creo que de todo esto puede nacer una Iglesia más comprometida con la diversidad, con las relaciones y con la vida en general.

-¿Qué mensaje podrías compartir con toda la comunidad ignaciana?

-Creo que tenemos que seguir sacando provecho de las “herramientas” de la espiritualidad ignaciana para discernir los tiempos actuales. La Ecología y su relación con la crisis climática es una dimensión fundamental que toda comunidad ignaciana debe abordar. La religión puede ser un factor relevantísimo, a nivel global, para estimular y potenciar la conversión de nuestras prácticas, y el discernimiento ignaciano sabe cómo ayudar a generar y llevar a la práctica ese proceso. Creo que aquí las comunidades ignacianas podemos ofrecer con sencillez algo muy valioso a la Iglesia para caminar en este sentido (y partiendo, ciertamente, por casa). Pero me gustaría enfatizar que todo esto no sólo debemos pensarlo a nivel de la Iglesia Católica, sino también promoviendo un diálogo que involucre a las otras religiones que existen en nuestro planeta. La crisis medioambiental es uno de los temas que nos unifican y aquí hay una gran oportunidad para colaborar en conjunto.

*Cristóbal Emilfork está estudiando un doctorado en Antropología Socio-ambiental en la Universidad de California – Davis. Previamente, cursó un master en Estudio de las Religiones en la Universidad de Oxford, donde investigó el vínculo entre tradiciones religiosas y el medioambiente.

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