Cuarta semana de Adviento

Tenemos una semana de sólo tres días antes de la Navidad. Tres días que se abren con lo central del mensaje de Jesucristo: Dios está con nosotros. De aquí brota la alegría de la Buena Noticia. San Mateo en su evangelio, tras habernos mostrado la raíz humana de Jesucristo (una genealogía que asume nuestra historia de pecado y de misericordia), nos presenta a José, esposo de María. Él recibe la noticia: ¡Viene el Emmanuel!  Y recibe también el encargo de darle el nombre de Jesús (=Dios [YHWH] salva).

El Emmanuel sigue estando con nosotros “todos los días hasta el fin de los tiempos”, como lo promete en la última línea del evangelio de Mateo. Por eso, la buena noticia comunicada a José no nos narra algo que ocurrió hace más de dos mil años: es una realidad presente: Dios está con nosotros. No tenemos que mirar al cielo para encontrarlo, aunque, para reconocerlo, tenemos que aprender a guardar silencio y purificar la mirada; tenemos que pedir la gracia del “conocimiento interno de Jesucristo”, como nos enseña san Ignacio en los Ejercicios espirituales. Sólo así podremos comunicar la alegría del Evangelio.

Es lo que nos indica san Pablo en la mesa de la Palabra de este 4º. Domingo de Adviento: “Por él [Cristo] hemos recibido la gracia y la misión apostólica, a fin de conducir a la obediencia de la fe (…) a todos los pueblos”. Por eso somos ungidos en el bautismo y en la confirmación, primero en el centro de la cabeza como signo de nuestra inserción en Cristo, y luego (en la confirmación) en la frente, como señal de que debemos reflejar en nuestra vida la luz de Cristo, porque la confirmación es para el apostolado. Nuestra vida cristiana (personal y comunitaria) es la que debe mostrar que, en verdad, Dios-está-con-nosotros.

Como José y María estamos invitados a confiarnos en ese amor deslumbrante de Dios por nosotros… Pero Él no se nos impone. Como el rey Ajaz, podemos desconfiar de Él y rehuir el compromiso de vivir con Él. Estamos en la disyuntiva de acoger, como María y José, este inmerecido regalo para comunicarlo a quienes encontremos en nuestro camino, o eludirlo, como Ajaz, para no experimentar la obligación de amar como Dios nos ama.

El lunes 23 y el martes 24, el nacimiento de Juan Bautista nos dispone a la celebración del nacimiento de Jesús. El martes tenemos dos formularios de misa: la de la mañana, centrada en el cántico de Zacarías, que anuncia al Sol que viene de lo alto, para iluminar a “los que yacen en tinieblas y en la sombra de la muerte”, y la de la vigilia, que prácticamente no se utiliza, ya que se suele adelantar la Misa de la Medianoche. En todo caso, la propuesta de la Palabra para esa vigilia es una mirada contemplativa previa al misterio del Nacimiento, centrada en el capítulo 1 del evangelio de san Mateo.

Como nos recuerda la primera carta a los Corintios, la locura de Dios es más sabia que nuestra presunta sabiduría… Dejémonos trastornar por ella.

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