Cuarta Semana de Cuaresma

“Misericordiosos como el Padre”, fue el lema del Jubileo de la Misericordia, que celebramos hace tres años. Misericordiosos como ese Padre que contemplamos en el evangelio del domingo que inicia esta semana: el Padre que acoge al hijo que ha malgastado la mitad de los bienes familiares y que retorna empobrecido y humillado a la casa paterna; ese mismo Padre que, así como salió a buscar al hijo menor, sale también a invitar al hijo mayor, que se resiste a entrar a la fiesta con que se celebra la recuperación del que rompió la convivencia familiar. Como Iglesia, somos un pueblo de hijas e hijos que estamos aprendiendo a conocer al Padre… porque no hemos aprendido a reconocernos como hermanos. Y eso es lo que nos vino a enseñar Jesús: Como nos recuerda Pablo en el texto de la segunda lectura de hoy, “Dios es el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo”, no teniendo en cuenta nuestros pecados. Pero Pablo nos agrega algo más comprometedor: Somos “embajadores de Cristo”, para continuar su misión reconciliadora. Por eso, Pablo nos suplica: “déjense reconciliar con Dios”.

En nuestra actual situación eclesial, podemos comenzar a clasificarnos como víctimas o responsables de abusos… por lo menos, por no darnos cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor. De una u otra manera, debemos aprender a retornar al Padre, para reconocernos en alguno de los dos hijos, de manera que podamos celebrar de corazón la fiesta del reencuentro. Porque estamos llamados a tener un corazón como el del Padre.

Al aproximarse la Pascua, la Iglesia nos invita a la alegría…esa alegría que experimentó Israel al ingresar a la tierra prometida, y comer los frutos del país. Somos un pueblo de pecadores y pecadoras, reconciliados por la insondable misericordia del Padre. Que el mismo Señor nos abra los ojos y el corazón para ser ‘embajadores’ de su alegría.

Durante la semana, en la mesa de la Palabra nos encontramos con el evangelio de san Juan, que será nuestro guía hasta el fin del Tiempo Pascual. Contemplamos cómo la luz brilla en las tinieblas pero las tinieblas no la reciben. Constantemente nos encontramos ante la necesidad de optar por Jesús y seguirlo, mientras se nos va revelando con mayor nitidez.

El lunes asistimos al “segundo signo” que hace Jesús, con la curación sólo por su palabra del hijo del funcionario; el episodio lo contemplamos a la luz de la promesa de una nueva creación formulada por Isaías. El martes podemos reflexionar sobre la vida nueva rebosante de salud, que dan las aguas que brotan del santuario. El miércoles y el jueves continuamos contemplando la revelación que encierra la curación del paralítico: estamos llamados a escuchar la voz del Hijo que nos libera de las tinieblas de la muerte. Una liberación que se nos da gratuitamente, por el amor fiel de Dios a su pueblo. El viernes y el sábado el capítulo 7 de san Juan, comienza a introducirnos en el conflicto final. Después de la frase de Pedro: “Señor a quién iremos, tú tienes palabras de vida eterna”, al final del discurso del Pan de Vida, mientras la división llega hasta el grupo de los Doce, Jesús parece desafiar a quienes le tienden trampas, mientras va como un cordero al matadero (Jer 11.19).

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