En los tiempos que vivimos como Iglesia, resulta muy apropiada la oración colecta del domingo que abre esta semana: pedimos una santa alegría, para que, liberados de la servidumbre del pecado, alcancemos la felicidad que no tiene fin. Pedimos esto cuando hemos podido sentir con gran claridad la servidumbre del pecado, que nos inmoviliza como portadores del Evangelio y nos destruye como Iglesia, al ponernos a unos contra otros y al quitar así credibilidad al mensaje de paz y de alegría que Jesús encarga a sus discípulos. Ese mensaje ya prenunciado por el profeta Isaías en la restauración de Israel tras el exilio en Babilonia.
Podríamos quedarnos llorando nuestra situación, si nos limitamos a comprobar la distancia que nos separa de la alegría del Reino y a lamentarnos culpándonos mutuamente por nuestra situación, cuando lo que deberíamos hacer sería preguntarnos cómo debemos actualizar las condiciones en que Jesús envía a los setenta y dos: sin nada que les dé seguridad: Ni dinero, ni provisiones, ni calzado. Algo que tendríamos que traducir en: sin poner la confianza en el poder, ni en el número, ni en la abundancia de recursos (materiales e inmateriales, como títulos y grados). Porque, de alguna manera, tendremos que aprender a ir como Pablo: gloriándonos sólo en la cruz de Cristo. Tal vez nos hemos apegado en exceso a una manera de vivir y de actuar, que debemos saber cambiar, para llevar mejor la Buena Noticia de Jesús. En buenas cuentas, seremos más creíbles en la medida en que podamos contar lo que el Señor hizo en favor nuestro, como lo expresa el salmo responsorial de este domingo: “no rechazó mi oración ni apartó de mí su misericordia”.
En el leccionario ferial de esta semana seguimos escuchando al libro del Génesis: recordamos al patriarca Jacob, antepasado directo del pueblo de Israel. Vemos cómo el Señor salva del hambre a sus elegidos por medio de José, el que es capaz de perdonar a sus hermanos, interpretando el pecado de ellos a la luz del Señor “que dispone las cosas para el bien de los que le aman”. Mientras tanto, en el evangelio de san Mateo, se cierra un primer ciclo de curaciones y milagros de Jesús, y llegamos al discurso apostólico, un programa de evangelización anunciado con todas sus exigencias: Jesús no llama a la ocupación triunfal del reino, sino a disponerse para recibirlo, en medio de incomprensiones y persecuciones.
El santoral de esta semana nos ofrece una variada muestra de testigos de la fe. El martes 9 se puede celebrar la memoria de san Agustín Zhao Rong y otros 119 mártires en China, 87 de los cuales eran chinos (cuatro sacerdotes), que padecieron el martirio entre los años 1648 y 1930. Con ellos se celebra también a los jesuitasLeón Ignacio Mangin, Paul Denn, Rémy Isoré y Modesto Andlauer, franceses, sacerdotes, asesinados en 1900, con un buen número de fieles laicos. El jueves 11 la Iglesia recuerda a san Benito de Nursia (480-547), padre del monacato en occidente. Por último el sábado 13, en nuestro país celebramos la fiesta de santa Teresa de Jesús de los Andes (1900-1920), la primera santa reconocida de nuestro país y la primera santa carmelita de nuestro continente. Todos ellos siguieron a Jesús y lo anunciaron hasta dar la vida por Él.