Décima semana del tiempo durante el año

Tras haber celebrado la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, en este domingo volvemos al tiempo durante el año. Volvemos a acompañar a Jesús bajo la mirada de san Marcos, un teólogo muy consciente de la humanidad de Jesús que, sin embargo,  es el Cristo, Hijo de Dios. En nuestro contexto de preparación al Congreso Eucarístico, es bueno recordar que Jesús no circuló bajo palio ni recibió el homenaje del incienso, sino que debió enfrentar la incomprensión de la gente, incluso de sus familiares que lo llegaron a considerar un alucinado. Por otra parte, las autoridades religiosas de su pueblo lo consideran endemoniado, lo que lo obliga a denunciar el infierno que elige quien se niega a dejarse iluminar por el Espíritu Santo.

Y en este momento en que, como pueblo de Dios que peregrina en Chile, hemos sido invitados a centrar nuestra vida en la persona de Cristo, resulta consolador escuchar al mismo Jesús que nos dice: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Una frase que no sólo nos consuela, sino que nos hace tomar conciencia de que cumplir la voluntad de Dios es una gracia que debemos pedir. Una gracia a la que, a menudo nos resistimos, como nuestros primeros padres que quisieron ser como dioses, conocedores del bien y del mal (Gn. 3, 5). El fruto de ese intento es el que se nos presenta en la primera lectura: Se pierde el paraíso donde el ser humano estaba en paz con Dios, consigo mismo, con los demás, y con la naturaleza. San Pablo, en la segunda lectura nos alienta en la esperanza de la victoria final, cuando, habiendo perdido nuestra ‘tienda de campaña’ seamos admitidos a la casa permanente que Dios nos construye.

Esperamos, entonces, que el Congreso Eucarístico que se prepara, nos renueve en nuestra integración en Cristo. Que no sólo lo adoremos en las especies eucarísticas, sino que nos reconozcamos miembros del más visible Cuerpo de Cristo, de manera que nuestras conductas personales y, sobre todo, nuestra vida comunitaria, anuncien esa gloria eterna que supera toda medida.

La mesa de la Palabra durante la semana nos introduce en el evangelio de san Mateo por el pórtico de las Bienaventuranzas.  Y seguiremos escuchando el llamado “Sermón del Monte” durante las próximas semanas, hasta que Jesús nos recuerde que, si no cumplimos lo que nos enseña, construiremos nuestra vida sobre los débiles cimientos de quien construye su casa sobre arena. Conviene, por lo tanto, que en este tiempo recordemos el llamado a ser familia de Jesús, haciendo la voluntad del Padre. Y acojamos con gozo la alegría que Jesús nos anuncia al comenzar a proclamar la nueva Alianza, en la suave colina que reemplaza al Horeb, la montaña donde se promulgó la antigua. Así llegaremos a ser sal de la tierra y luz del mundo;  nuestro “sí” será “sí” y nuestro “no” será “no” en este mundo, tan necesitado de la confianza mutua.

En el santoral, el lunes 11 se celebra a san Bernabé, el aval y compañero apostólico de san Pablo (+61?): Un buen intercesor (junto con san Antonio de Padua, a quien celebramos  el 13) para escuchar las Bienaventuranzas, y pedir la gracia de vivirlas.

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