Comentario a las celebraciones litúrgicas de la décimo séptima semana del tiempo durante el año.
Nos cuesta aceptar a un Dios misericordioso. Nos parece más lógico un todopoderoso que haga valer su autoridad. Abraham, al menos, se atrevió a pedirle rebajas, en nombre de los que pudieran no haber incurrido en la ira del Juez. Pero no llegó a ofrecer menos de diez. En los tiempos actuales, cuando algunos hacen morir decenas de personas en nombre de un Allah que no es el del Corán, ni el de los musulmanes auténticos, a los cristianos también nos cuesta rebajar los costos de la injusticia por debajo del ‘ojo por ojo’. A nosotros, Jesús nos enseña a pedir sin descanso el perdón de nuestros pecados. Y nos revela el amor paterno de Dios, que nos dejará de dar su Espíritu a quien se lo pida. Escuchamos esto precisamente después de haber oído de la boca de Pablo que Cristo “canceló el acta de condenación que nos era contraria (…) y la hizo desaparecer clavándola en la cruz”. Por eso, finalmente, en el siglo XX la voz oficial de la Iglesia clamó ante el mundo: “¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más!”, en el discurso de Pablo VI ante la ONU (1965).
Pero, desde los principios a la vida cotidiana hay un largo camino. Los seres humanos somos duros de cabeza y de corazón, como lo muestra detalladamente el Antiguo Testamento, especialmente por las denuncias y anuncios constantes de los profetas. A ellos los seguimos escuchando durante la semana, mientras Jesús nos habla de la conversión necesaria para poder ser ciudadanos del Reino. Por eso, para que haya una cultura de paz, no basta que haya instituciones y autoridades que quieran imponerla. Es tarea de todos nosotros, los miembros de la familia de Jesús, promover a nuestro alrededor la paz de Cristo que recibimos en nuestro bautismo y que compartimos y reforzamos en cada Misa. La mirada con que acojamos a las demás personas debe ser la de Jesús, que se conmueve ante tantas personas que parecen ‘ovejas que no tienen pastor’. Por otra parte, la muerte del Bautista, que se nos relata el sábado, nos muestra la compañía constante de la cruz para los seguidores, como para el precursor de Jesús.
El santoral de la semana nos ayuda a confiar en la omnipotencia del amor de Dios que nos ofrece diversos modelos de seguimiento de Jesús, en distintas épocas. Aunque no se celebra en la liturgia, por ocurrir en el domingo, el 24 podemos recordar a san Charbel Makhluf, presbítero, ermitaño y místico libanés (+1898), a quien se encomienda la unidad de los cristianos. El 25, el apóstol Santiago, patrono de nuestra arquidiócesis y ciudad capital, nos enseña, por el caso personal del apóstol, que el camino de Jesús no es fácil de aprender. El 26 recordamos a los abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, padres de la Virgen María aunque sabemos que el parentesco que a Jesús le interesa es el cumplimiento de la voluntad del Padre. El viernes 29, una semana después de su hermana María, recordamos a santa Marta, y pedimos compartir su fe en la persona de Jesús. El sábado 30, se conmemora a san Pedro Crisólogo, obispo de Ravena y doctor de la Iglesia (380?-450), como lo indica su apodo, fue gran orador y sus sermones se han conservado para seguir iluminando a la Iglesia.
Última clase de Diplomado en Liderazgo Ignaciano para directivos
El viernes 22 de noviembre se desarrolló la última clase del Diplomado en Liderazgo Ignaciano para directivos que comenzó en abril de este año.