Décima tercera semana del tiempo durante el año

Es posible que muchas de nuestras comunidades inicien la celebración de este domingo cantando con entusiasmo: Perder la vida, tomar la cruz, seguir los pasos de Jesús.  Amar con su forma de amar, perder la vida para ser luz. Algo que nos suena heroico, desafiante, hasta romántico, y que nos dispone a escuchar a Jesús en el evangelio de Mateo: “El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”. Un mensaje muy apropiado para este tiempo de preparación al Sínodo, en el que buscamos reencantar a las generaciones más jóvenes, para que experimenten el llamado de Jesús y descubran su vocación. Esto es, el lugar donde el Señor les pide que den la vida.
Porque el llamado de Jesús es para todos sus discípulos u discípulas. No sólo para lo que llamamos Vida Consagrada. No sólo en ella hay que amar a Jesús más que a los familiares cercanos. También en la vida matrimonial, si uno de los cónyuges ama a su padre o a su madre más que a la persona con la que se ha comprometido, significa que no ha llegado a encontrar a Jesucristo en el amor matrimonial. Eso tiene mal pronóstico. Desde el comienzo de la vida conyugal, la pareja debe ayudarse a encontrar a Cristo en el/ la otro/a; para eso hay que perder la propia vida, el propio ego. Porque, como hace notar un biblista, la palabra que usa Jesús en este párrafo se refiere a perder la psique, que equivale a dejar de ser el centro de los demás y darse a ellos. No se trata de dejarse matar (eso sería perder la zoé), sino de des-centrarse, de vivir la vida de personas resucitadas; algo a lo que nos llama Pablo en el texto de la carta a los Romanos.
La escena del ciclo de Eliseo en Reyes 4, nos prepara a las promesas de Jesús en favor de quienes acojan a sus discípulos.
Tras la fiesta del apóstol santo Tomás, que llevó el Evangelio hasta La India, y de quien proceden las iglesias siro-malabar y siro-malankar, el martes la mesa de la Palabra nos hace seguir contemplando la figura de Abraham y su familia. En esta semana contemplamos la destrucción de Sodoma y Gomorra, el sacrificio de Isaac, la muerte de Sara, el matrimonio de Isaac y Rebeca, y pasamos rápidamente hasta el ardid en el que Jacob se apodera de la bendición destinada a Esaú. En cuanto al evangelio de san Mateo, nos hace acompañar el ministerio de Jesús en Galilea, después del sermón de la Montaña y antes del discurso apostólico.
En el santoral, además de la fiesta de santo Tomás el lunes 3, el martes 4 recordamos a santa Isabel de Portugal (1271-1336), asociada a la espiritualidad franciscana, modelo de esposa paciente y de habilidad política en un período turbulento. El miércoles 5 recordamos a san Antonio María Zaccaría (1502-1539), fundador de los clérigos regulares de san Pablo (= Barnabitas). El 6 se puede celebrar la memoria de Santa María Goretti, martirizada por defender su castidad a los 12 años de edad (+1902), una santa que fue popular a mediados del siglo pasado y que ha sido excesivamente olvidada.

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