En el momento que estamos viviendo como Iglesia en Chile, podemos leer y escuchar en este domingo la Palabra de Dios como si estuviera dedicada sólo a quienes llamamos habitualmente ‘pastores’ en nuestro vocabulario eclesiástico y en el de muchas iglesias cristianas. Es bueno, entonces, no perder de vista que para Jeremías, los “pastores” son los reyes y jefes del pueblo, autoridades tanto religiosas como políticas. Y, si en los domingos anteriores hemos debido recordar nuestra inserción en Jesucristo-Profeta, ahora puede ser el momento de reconocer que ese Cristo, en quien nuestro bautismo nos inserta, es también “Rey”. Y, al mismo tiempo que nos sentimos mirados por Él, en nuestro abandono “como ovejas sin pastor”, compartamos su mirada sobre nuestro mundo: estamos llamados a colaborar, como iglesia, en su tarea pastoral. Si somos “Pueblo de Dios”, con carismas diversos para el servicio de los demás y de todo el mundo, hemos de reconocer que la función pastoral no es exclusiva de la jerarquía, si bien a ella le corresponda de manera prioritaria. Además, como sabemos que el Señor “no da el Espíritu con medida” (Jn 3,34), debemos confiar en que Él mismo nos da la gracia necesaria para que podamos ayudarnos mutuamente en la tarea pastoral.
El escuchar a Jesús invitando a sus discípulos “a un lugar desierto, para descansar un poco”, podemos reconocer, al mismo tiempo que su cuidado pastoral, el ofrecimiento de un momento de retiro, como sus cuarenta días al comenzar su tarea evangelizadora (Marcos 1,12-13), lo que nos puede servir para pensar nuestro momento eclesial como una etapa de desierto en la que tenemos que aprender a discernir entre los diversos espíritus que nos mueven. El desierto es lugar de encuentro con Dios, pero es también el lugar donde actúa el mismo Tentador al que Jesús venció al comienzo de su ministerio. No dejemos, entonces, de profundizar en lo que nos señala san Pablo en la carta a los Efesios: Cristo, nuestro Pastor, nos reconcilia con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz. Si en este momento vamospor oscuras quebradas, no debemos temer porque Él va con nosotros: Su vara y su cayado nos infunden confianza.
En la semana, el leccionario ferial seguirá llamándonos a la conversión, como lo ha hecho en las semanas anteriores. El lunes y el martes, el profeta Miqueas formula la querella del Señor contra su pueblo, que la Iglesia nos invita a meditar especialmente el Viernes Santo: “¿Qué te hice, pueblo mío…?”. Y, tras recordarnos que lo único que el Señor nos pide es “practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios”, Miqueas volverá a presentarnos al Señor como pastor que apacienta su pueblo perdonándole sus rebeldías. El jueves, ya nos encontraremos con el profeta Jeremías: con él, volvemos a la figura del pastor que quiere apacentar a un pueblo rebelde y que promete dar a su pueblo “pastores según su corazón”. Termina la semana renovando la advertencia de no fiarnos de un culto vano: el culto debe ser expresión de una fe que se vive; una fe fruto de la semilla de la palabra de Dios sembrada en buena tierra, fruto de la aceptación de ese Cristo reconocido y seguido, para hacer con Él la voluntad del Padre. Sólo aceptándolo a Él podremos oír realmente su palabra y convertirnos.
En el santoral de esta semana, resulta impedida la memoria de santa María Magdalena, el domingo 22. El 23 se recuerda a santa Brígida de Suecia, noble, viuda y religiosa fundadora de una orden, que vivió en la época del llamado “cautiverio de Avignon” y luchó porque los papas volvieran a Roma (+1373); es una de las patronas de Europa. El 24 se puede recordar a san Charbel Makhluf, presbítero, ermitaño y místico libanés (+1898), a quien encomendamos la unidad de los cristianos. El 25, el apóstol Santiago, patrono de nuestra arquidiócesis y de varias otras ciudades, nos permite recordar que el discipulado supone compartir el cáliz del Señor. El 26 recordamos a los abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, padres de la Virgen María: si el evangelio del martes nos recordó cuál es el parentesco que a Jesús le interesa, el recuerdo de estos santos nos hace tomar conciencia de que la santificación es obra de Dios y no mérito nuestro.