Semana Santa
En nuestro idioma, la palabra “Pascua” es considerada, en muchos lugares, prácticamente un sinónimo de “Fiesta”; en Chile, durante mucho tiempo, ha sido entendida como sinónimo de “Navidad”, aunque últimamente hay quienes la aplican a la defunción de una persona (sobre todo, entre católicas y católicos más formados en el vocabulario eclesial). Hay que reconocer que esta acepción es más exacta, porque “pascua” significa primariamente “paso”, de acuerdo con Éx. 12,11. Es el “paso” del Señor por la tierra de Egipto, para liberar a su pueblo de la esclavitud… y es también el “paso” del pueblo de Israel desde la esclavitud a la tierra de la libertad.
Esa acción fundacional de Dios en favor de su pueblo, pasó a ser la fiesta principal de Israel. Una fiesta, además, que, en esas tierras, coincide con la llegada de la primavera, estación en la que la naturaleza resucita y florece…, pasa de la muerte a la vida.
En nuestro hemisferio, la naturaleza no nos hace “sentir” el regreso a la vida, pero la Palabra de Dios en la liturgia nos recuerda el paso del Señor por nuestras vidas, independientemente del clima y de las estaciones del año. Porque no pretendemos fundirnos anónimamente con la naturaleza: En Cristo, Dios nos ama y nos llama a la vida nueva independientemente del ciclo cosmológico. Es la Persona misma del Hijo de Dios la que nos reúne constantemente en torno a la Mesa de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre, para darnos y sostener nuestra vida personal. Por eso podemos cantar: “Todos los días nace el Señor” o “Éste es el Día en que actuó el Señor”… y saludarnos con la Paz de Cristo, cuantas veces nos encontremos.
Es bueno recordar esto, al comenzar la conmemoración anual fuerte de nuestras “Fiestas Pascuales”, para que podamos pedir al Señor que, en los momentos de duelo y dolor, nos levante el ánimo saber y sentir que Él está vivo y presente, con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (Mt.28, 20).
Domingo de Ramos
La Semana Santa comienza con la procesión en la que evocamos la entrada de Jesús en Jerusalén. Esa entrada en que fue reconocido y aclamado como Rey de Israel. Con el pueblo de Jerusalén celebramos a Cristo, nuestro Rey. Pero un rey que no entra en una cabalgadura de batalla o de conquista. No entra con poder. Entra a la ciudad en un burrito “que nadie había montado todavía”. Así se cumplió lo que anunciara Zacarías: “… viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno” (9,9-10).
La humildad del Rey no niega su realeza: revela otro camino y otra forma de reinar. El camino que muestra la Palabra de Dios, en las lecturas previas al relato de la Pasión: el camino del que se despojó de su rango, “tomando la condición de servidor (…) y se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz”.
Celebramos entonces este domingo a Cristo Rey, que no es como “los reyes de las naciones”, sino como el siervo sufriente que no retira su rostro ante los que lo ultrajan y lo escupen. Es la manera de reinar del que no vino a ser servido, sino a servir. Una manera que Jesús tendrá que recordar a sus discípulos incluso en la Última Cena. Y algo que tenemos que recordar cómo Iglesia, en cada comunidad. Porque al olvidarnos de ello, hemos trasformado el servicio eclesial en imposición y autoritarismo. Allí ha estado la fuente de los abusos que hoy nos avergüenzan. Servir y no imponerse de manera autoritaria es lo que hizo Jesús. Ese camino lo llevó a la cruz, y por ese camino nos invita a seguirlo. Pidamos la gracia de hacerlo personalmente y cómo Iglesia.
En los días siguientes, las figuras de María Magdalena, Judas y Pedro nos hacen reflexionar sobre nuestra manera de dejar entrar a Jesús en nuestras vidas. En la cena de Betania, María expresa su amor derramando sobre los pies de Jesús un perfume tan caro que, según Juan, provoca el reproche de Judas (según Marcos -que subraya el derroche indicando que María rompe el frasco de alabastro-, hay algunos más que participan del escándalo, y según Mateo son todos los discípulos los que murmuran). El martes se nos anuncia ya la traición de Judas y la negación de Pedro, y el miércoles asistimos a la traición misma de Judas. Hacia allá lleva el camino de la mezquindad.
Los textos veterotestamentarios de estos días son los cantos del Siervo de Dios. Nos ayudan a pedir como nos propone san Ignacio en la Tercera Semana de los Ejercicios: “Dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado...” Si nos ponemos en el lugar de los que se preparan al Bautismo, podríamos decir que estos días invitan a mirar con mucha seriedad el paso que se va a dar. El hecho de aclamar a Jesús llevando los ramos manifiesta nuestro compromiso de seguir a nuestro Rey por el camino por donde Él va.
Somos cada vez más conscientes de que debemos cuidar unos de otros y cuidar el mundo en que vivimos. Ése es el contenido de nuestro servicio. Eso es lo que de alguna manera aceptamos y queremos realizar cuando tomamos los ramos y aclamamos a Jesús en este domingo.
Texto guía: José Manuel Arenas SJ