La fiesta del Bautismo del Señor cierra el ciclo litúrgico de Navidad, por lo que el lunes ya estaremos en la primera semana del Tiempo durante el Año. Ese día, la mesa de la Palabra nos advierte: “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres (…) ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo…” (Heb 1,1). Una excelente conclusión para la escena (“el misterio”, diría el vocabulario espiritual) que contemplamos en el Evangelio del domingo. La voz del Padre confirma lo anunciado por el Bautista: ha llegado el que bautiza “en el Espíritu Santo y en el fuego”. Quedamos así preparados para contemplar y escuchar una vez más, domingo a domingo, a Jesús que nos proclama la Buena Noticia. Él es quien nos convoca y nos envía. A Él lo anunciamos viviendo “con sobriedad justicia y piedad”, como recomienda el apóstol san Pablo a Tito, en la segunda lectura de este domingo.
Esta fiesta no se centra en un “aniversario” de la vida de Jesús: Es la celebración del momento en que se revela que Jesús es el “Hijo-muy-querido” del Padre. Y en la versión de san Lucas, que nos acompaña este año, la revelación la recibe el mismo Jesús: “Tú eres mi hijo muy querido”. Esto lo escuchamos inmediatamente después de haber vuelto a escuchar a Isaías que invita a rellenar valles y rebajar colinas para acoger al Señor “que llega con poder”. Un poder que no se ve en Jesús, puesto en la fila de quienes reciben el bautismo de penitencia de Juan el Bautista. Ahí percibimos físicamente que el que era igual a Dios se ha despojado de su rango, pasando por uno de tantos, y rebajándose hasta la muerte en la cruz (cf. Filip. 2,5-11).
Pero el misterio que contemplamos nos asocia a Jesús, por nuestro bautismo, “el bautismo en el Espíritu Santo y en el fuego”, que nos hace miembros del mismo Cristo. En Jesús, a nosotros se nos dice que somos el Hijo muy querido. Por eso, en la carta a Tito, el apóstol puede declarar que somos “en esperanza herederos de la Vida eterna”.
Durante la semana, la Palabra del Señor nos mostrará la consecuencia de que seamos “hijos en el Hijo”: hemos de pedir la gracia de no apartarnos del don recibido. Tenemos la responsabilidad de vivir como hijas e hijos de Dios… pero eso no es sólo una tarea nuestra: las primeras escenas de la vida pública de Jesús en el evangelio de san Marcos, nos invitan a dejarnos liberar por Él, que no vino a “llamar a justos sino a pecadores”; una frase que escuchamos del mismo Jesús, en el evangelio del sábado 19.
El santoral nos invita a celebrar a personas que se dejaron transformar por el Señor: el jueves 17 recordamos a san Antonio abad (251-356), padre de la vida eremítica (=en el desierto), que abrió el camino para seguir con radicalidad a Jesucristo, cuando disminuían las persecuciones en el Imperio Romano. Y el sábado 19 el calendario propio jesuita recuerda a varios santos y bienaventurados que sufrieron el martirio en tierras cristianas: Los santos son Juan Ogilvie SJ, escocés, y tres sacerdotes de Europa Central: Ss. Esteban Pongrácz y Melchor Grodzieski, jesuitas, y S. Marcos Krizevcanin, canónigo de Esztergom (Hungría). El grupo más cercano a nosotros es el del Bto. Ignacio de Azevedo y 39 compañeros que venían a la misión del Brasil y fueron lanzados al mar por corsarios calvinistas (+ 1570); hay también un grupo de mártires del período del Terror en la Revolución Francesa y otros mártires en territorio francés en el contexto de las guerras de Religión (+1593). El fuego del Espíritu los sostuvo en la aflicción.