El Jueves Santo recordamos la institución de la Eucaristía, evocando e imitando el gesto de servicio de Jesús a sus discípulos. Ahora somos invitados a prestar atención especial al hecho de que Jesús reemplaza los antiguos sacrificios de animales (por los que los creyentes manifestaban a Dios su gratitud por los bienes recibidos), por su sacrificio, el del Calvario, ofrecido de una vez para siempre, pero que se actualiza cada vez que la comunidad de los discípulos se reúne alrededor del altar. Hoy celebramos el misterio de la entrega de Jesús como nuestro alimento en el camino hacia el Padre.
Si el Jueves Santo, al recordar la Última Cena, nos hemos fijado sobre todo en el lavatorio de los pies de los discípulos, que Jesús hace antes de la comida, en el siglo XIII, en el contexto de controversias sobre el modo como Jesucristo estaba presente en el Pan y el Vino consagrados, nace esta fiesta, cuyo signo principal es la procesión en la que se exhibe la Hostia consagrada en un ‘ostensorio’ o custodia y se la presenta a la adoración de los fieles tanto en el interior de los templos como, idealmente, por las calles principales de algunas ciudades. En la actualidad, al menos entre nosotros, la secularización de la sociedad ha reducido notablemente el esplendor litúrgico y comunicacional de esta fiesta. La actual pandemia –que se combate especialmente por la supresión de ceremonias con alta presencia de público – no sólo ha impedido manifestaciones especiales, sino incluso la celebración pública de la Eucaristía dominical.
Tampoco se pudimos celebrar públicamente los ritos del Triduo Santo, ni los Pastores de la Iglesia propusieron una obligación de participar en ellos de manera remota, aunque recomendaron esa posibilidad, para que cada persona, ayudada por alguno de los diversos medios, pueda dedicar algunos momentos a encontrarse con el Señor en unión sensible con alguna comunidad virtual.
La Palabra de Dios en este día resulta muy apropiada para nuestra situación: Como los israelitas, estamos viviendo algo parecido a los 40 años de peregrinaje. Y las celebraciones virtuales son como el maná descrito en el Deuteronomio (Deut. 8,2-16): pan del desierto. A la vez, mientras cada día se nos señala un número temible de fallecimientos, Jesús nos ofrece la Carne y la Sangre del pan vivo bajado del cielo, que nos alimenta para la vida eterna. En la Eucaristía, recibimos su carne “para la Vida del mundo” (Jn 6, 51). Un alimento que nos in-corpora a Él, para que formemos un solo Cuerpo”, como nos enseña Pablo en la segunda lectura de este día (1 Co. 16-17).
Si algo positivo nos ha hecho sentir la pandemia es la realidad de formar ese solo Cuerpo. Que esta celebración nos ayude a sentir que, sólo actuando como un solo Cuerpo, podremos vencer al virus que nos ha hecho confinarnos. Cuando podamos re-unirnos, experimentaremos la Eucaristía como epifanía de la Vida que nos da el Pan Vivo.
[ABTM id=21297]