Por Jorge Muñoz Arévalo SJ
Artículo publicado en Revista Jesuitas Chile n. 50
LA ARTESANÍA DE LA PAZ
El Papa afirma que “en el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas” (FT 30). Ante ello, podría suceder que sigamos sumando a esta debilidad y no sepamos crear las condiciones para que efectivamente haya paz y justicia en nuestro país. En este sentido, el capítulo séptimo de Fratelli tutti, “Caminos de reencuentro”, podría ser lo primero a considerar, pues, si hay algo a lo que debiéramos apuntar es a un verdadero reencuentro, donde reconociendo nuestras diferencias y nuestras diversas miradas, nos demos cuenta de que no tienen por qué ser factor de desunión cuando somos capaces de ponerlas sobre la mesa con honestidad y respeto profundo por el otro.
Por ello, al pensar en quienes nos representarán en la tarea de escribir nuestra Carta Fundamental, debemos considerar que, junto con ser personas conocedoras de la realidad y con competencias técnicas para una tarea que no es sencilla, “se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (FT 225), pues constituye el fundamento principal que nos permite buscar acuerdos: “La paz no solo es ausencia de guerra sino el compromiso incansable —especialmente de aquellos que ocupamos un cargo de más amplia responsabilidad— de reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la dignidad tantas veces olvidada o ignorada de hermanos nuestros, para que puedan sentirse los principales protagonistas del destino de su nación” (FT 233).
Ante ello el esfuerzo ha de ser constante, especialmente en la disposición a un verdadero encuentro. En este sentido, el Papa afirma que “el camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal” (FT 228). Encontrarse y dialogar requieren un verdadero esfuerzo animado por la paciencia y una decisión real de avanzar, pues muchas veces no será sencillo, menos aún, una muestra de debilidad: “Otros creen que la reconciliación es cosa de débiles, que no son capaces de un diálogo hasta el fondo, y por eso optan por escapar de los problemas disimulando las injusticias. Incapaces de enfrentar los problemas, eligen una paz aparente” (FT 236). Y así solo estamos incubando nuevos y mayores males.
COMENZAR POR LOS ÚLTIMOS
En todos estos años también ha habido muchas víctimas del modo en que hemos querido construir país: las de la marginación y postergación, aquellas personas y familias que parecían no existir en nuestras preocupaciones, como las que deben trabajar 20 horas al día para pagar a duras penas las cuentas y comer algo, las que sienten que son solo un numero para sus empleadores… La lista es enorme. Las víctimas de las políticas sociales necesitan un reconocimiento, y que antes que cualquier otro criterio, surja un rostro, un nombre, la dignidad de una persona. Cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas. […] La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible (FT 227).
La única manera de romper esta cadena violenta, es reconocer la injusticia cometida, porque “si a veces los más pobres y los descartados reaccionan con actitudes que parecen antisociales, es importante entender que muchas veces esas reacciones tienen que ver con una historia de menosprecio y de falta de inclusión social” (FT 234). Y acá la tarea es empezar siempre por los últimos, los descartados, los crucificados: “Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos” (FT 235).
IGLESIA PROFÉTICA
La Iglesia juega un rol clave, pues debemos ayudar a generar las condiciones para este diálogo. Y no me refiero solo a los laicos, sino a los clérigos y religiosos. Como afirma el Papa, nadie puede restarse: Es verdad que los ministros religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la existencia que implica una constante atención al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral. La Iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación, sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal (FT 276).
Sin duda podemos extrañar una voz más fuerte de parte de nuestra Iglesia en lo social. Anhelar una Iglesia más profética y valiente, que ponga rostro a las consecuencias que tiene el comenzar desde los crucificados, puesto que esto es la única condición de posibilidad para construir con mayor justicia e inclusión. Tal vez, en este tiempo, junto con escuchar la sabiduría del mismo Pueblo de Dios y de la sociedad entera, debemos dejar resonar en nosotros la novedad de la Buena Noticia: Los cristianos no podemos esconder que si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados-enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer (FT 277).
Tenemos una bella y única oportunidad por delante. Que la fraternidad y la amistad social sean parte de este andar y que la nueva Carta Fundamental sea abundante en estos valores.

Un exceso de conciencia y humanidad
Columna de Carlos Álvarez SJ, publicada en revista Jesuitas n 60