Preferencia apostólica: Mostrar el Camino hacia Dios mediante los ejercicios espirituales y el discernimiento

El 19 de Febrero de este año, el Padre General, Arturo Sosa, comunicaba a toda la Compañía el fruto del discernimiento que habíamos iniciado poco más de un año atrás. Lo hacía con el gozo del trabajo realizado, de una meta alcanzada como cuerpo, en colaboración, como comunidad que discierne, algo tan característico de nuestro ser ignaciano. Guiados por el Espíritu, se hizo una elección con la que se pretende desencadenar un proceso de reanimación vital y creatividad apostólica que nos haga mejores servidores de la reconciliación y la justicia.
Antes de enfocarnos en la primera Preferencia, quisiera que nos fijáramos en la proactividad que ha habido no solo en el proceso, sino en la manera de enunciarlas. El primero en destacarlo es el Papa Francisco en su carta al Padre General:

El proceso que hizo la Compañía para llegar a las preferencias apostólicas universales para los próximos años fue un camino, es decir, la selección de las diversas posibilidades apostólicas la hicieron en movimiento. Este hecho me consuela, fue un discernimiento dinámico y no de biblioteca o laboratorio que, por otro lado, no hubiera sido un real discernimiento.[1]  

El Padre General a lo largo de la carta de promulgación de las PAU hará énfasis en el movimiento que éstas tienen, y las propone como una llamada a ir más allá, a no quedarnos quietos, a aprender y desaprender todo aquello que sea necesario para desinstalarnos de lo que nos quita libertad para mirar el mundo en su realística realidad hoy, de tal manera que podamos proyectarnos con propuestas vigentes para el mañana. Para ello sugiere los siguientes textos:

  1. Mostrar el camino hacia…
  2. Caminar junto a los pobres…
  3. Acompañar a los jóvenes…
  4. Colaborar en el cuidado…

Todos verbos que señalan la actualidad de un compromiso que está en transformación y que como tal exige profundidad espiritual e intelectual para fundamentar el itinerario que queremos seguir. Pero para poder comprender mejor este rasgo de movilidad, apreciemos lo que Arturo Sosa dice recientemente:
Las Preferencias ofrecen un camino espiritual. No pretenden establecer unos objetivos o intervenciones apostólicas estáticas, son más bien medios dinámicos que nos permiten seguir siendo guiados por el Espíritu de renovación que inspiró la CG 36. Las Preferencias Apostólicas Universales son orientaciones, no prioridades. Una prioridad es algo que se considera más importante que otras cosas; una preferencia es una orientación, una señal indicadora, una llamada. Las Preferencias no tienen que ver sólo con el hacer, sino con el ser: comprometen nuestra vida entera.[2]
Habiéndonos sumergido en la tónica de esta introducción, pongamos nuestros ojos en la primera de las PAU, nuestra identidad, la espiritualidad que nos define, aquello que el Padre General dice que tiene que ver con “el ser”.
Es desde la experiencia de Ignacio en los Ejercicios Espirituales de donde viene la esencia de nuestra espiritualidad. Cultivar la vida interior en medio de los vendavales secularizadores de hoy, no es sencillo. Los ruidos, la distorsión de las luces, el apresuramiento de la vida, la exigencia por producir resultados eficientes, la desmesurada oferta de lo descartable, la carrera por permanecer joven y fitness, pueden embriagar el alma. Si una espiritualidad no tiene que ver con la vida cotidiana y la manera de vivirla, no es algo que pueda sintonizar con las necesidades humanas. La espiritualidad ignaciana nos lo ofrece.
El Cardenal Carlo María Martini habla de la espiritualidad como una vida acorde al espíritu:  “podemos entender por – espíritu – la superación humana, el deseo de autenticidad, ese algo que hay dentro de mi, que me empuja a ir más allá, cada vez más allá. Es un mirar al interior de la persona, al centro, al corazón, a lo verdaderamente profundo y que da sentido a la vida”.
Mencionaremos acá algunos rasgos de nuestra espiritualidad para poder entender mejor, porqué es que la Compañía de Jesús puede aportar este frescor a la vida de la humanidad.
En primera instancia, la capacidad de encontrar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en El. Es la conciencia de una apertura a Dios en todo lo que vivimos, en cada circunstancia y escenario concreto. Es el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales en “el haber sido criado”. Dios es nuestro Padre y Creador, es la manera de entendernos y situarnos en el mundo, somos creatura. Es el poder encontrar las semillas de Dios en toda cultura, en todo ser humano.  Pero enseguida, aparece la persona misma de Jesús como quien ha sido enviado para mostrarnos de manera tangible la forma de amar del Padre, incondicionalmente, hasta el extremo de la cruz. Lo nuestro es un “cristocentrismo” que provoca un deseo de más conocerle, más amarle y más servirle. Queremos colaborar con El en la construcción del Reino, nos convertimos en “compañeros de Jesús” para servir como El. De esta identificación, surge una disponibilidad que lleva “a elegir más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores”. Son los grandes valores universales de la generosidad y la solidaridad los que emergen como catalizadores de un mundo nuevo, diferente. Es el Espíritu del Resucitado quien nos acompaña y guía en el camino para hacer del servicio a la fe y la promoción de la justicia un principio integrador de todo lo que hacemos, de todos nuestros ministerios.
Fe y justicia nos pone frente a aquellas dualidades tan características de nuestra espiritualidad. Carlos Domínguez Morano, sostiene que Ignacio era Místico y Profeta, de gran profundidad interior y al mismo tiempo de conexión irrestricta con el acontecer histórico, capaz de dar respuestas concretas a las necesidades actuales de quienes acompañamos en la misión que realizamos. No se puede concebir  profecía sin una experiencia mística previa. Dejemos que la Congregación General XXXV nos diga con mayor propiedad estos rasgos:
Ser y hacer, contemplación y acción, oración y vivir proféticamente, estar totalmente unidos a Cristo y completamente insertos en el mundo con El como un cuerpo apostólico: todas estas polaridades marcan profundamente la vida de un jesuita y expresan a la vez su esencia y sus posibilidades. Los Evangelios muestran a Jesús en relación profunda y amorosa con su Padre y, al mismo tiempo, completamente entregado a su misión en medio de los hombres y mujeres. Está continuamente en movimiento: desde Dios, para los demás. Este es también el modelo jesuita: con Cristo en misión, siempre contemplativos, siempre activos. Esa es la gracia, y también el desafío creativo de nuestra vida religiosa apostólica, que debe vivir esta tensión entre oración y acción, mística y servicio.[3]
Iñigo se entendía como un peregrino, como alguien en constante búsqueda, que no dejaba de hacerse preguntas, pues siempre estaba atento a las nuevas exigencias del devenir. Una persona que busca, es alguien que está siempre en actitud de elección, es decir, de discrecionar de entre varias alternativas para optar por aquella que traiga mayor bien. Es el discernimiento que aprende nuestro Fundador en Manresa, en la experiencia del Cardoner cuando “comenzó a ver todas las cosas nuevas”.
Se trata de una búsqueda permanente y dinámica de lo que Dios quiere de mí. Ignacio nos invita a examinar periódicamente nuestra vida para poder ser una mejor persona, para afianzar lo que es bueno, y cambiar aquello que me aleja de Dios, que me hace daño y se lo hace a otros también. El uso sencillo y fiel de la pausa ignaciana es ya un regalo inmenso para transformar el mundo, purificarlo de lo que no está bien, de lo injusto. Buscamos, y en ese camino se presentan opciones, debemos aprender a elegir, y para ello necesitamos ser lo más libre posible.
Discernimos entonces para buscar la voluntad de Dios, para tomar conciencia de quiénes somos y ponernos en libertad entre los profundos deseos de Dios y los propios, en palabras de Ignacio, hacernos indiferentes. Es un proceso de escucha, de salida constante de uno mismo. Discernimos para generar vida para mi y para los demás. Ese es el norte de todo discernimiento, hacer el bien, y lo queremos hacer en comunidad, como cuerpo apostólico. Discernir, para la espiritualidad ignaciana, es un modo de ser, es una actitud de vida. Por ello, la CG 36 ha remarcado con tanta fuerza que “el discernimiento es el fundamento para la toma de decisiones de toda autoridad legítima”.[4]
Hacia el final del Principio y Fundamento, Ignacio dice: “solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin al que somos criados”. Todo este itinerario espiritual es para ser mejores personas, y hacer este mundo más afable, más armónico. Somos seres en búsqueda incansable, no nos detenemos. Siempre queremos descubrir la manera de alcanzar la mayor gloria de Dios, la construcción de su Reino en la tierra. Nos anima el Magis, hacerlo siempre lo mejor que pueda, iluminados por la máxima entrega de amor que es el Señor.
Los Ejercicios Espirituales son un regalo de Dios para la Iglesia y el mundo. Con humildad recibimos esta primera preferencia como un horizonte de amplias oportunidades y de gran proyección para la transformación del mundo. Acogerla en humildad, implica ser sensibles a la reiterada invitación que el Padre General nos hace a la conversión personal, comunitaria e institucional. Sin ella, los esfuerzos serán en vano. El reconocimiento de nuestros fragilidades, el alejamiento a las propias ideas y afecciones desordenadas, llevará a la transformación de toda la persona, a la abnegación y mortificación tan necesarias para la revitalización apostólica que añoramos. Nos permitirá salir con “renovado impulso y fervor” a compartir con todas las personas de buena voluntad nuestra espiritualidad, que tocando la vida de muchos, alentará para construir relaciones justas en la historia de hoy.
Es un buen momento para recordar lo que nos decía el Padre Adolfo Nicolás, S.J.:
“Por todo ello, aunque pueda sorprender a algunos, entiendo que uno de los retos principales que afronta la Compañía hoy es el de recuperar el espíritu de silencio. No estoy pensando en normas disciplinares, en tiempos normativos de silencio o en la vuelta a casas religiosas con un aspecto semejante al de los monasterios. Estoy pensando más bien en los corazones de los jesuitas, y sus colaboradores y colaboradoras”.[5]
Es tiempo de recogernos, de honestidad profunda y de soñar juntos. El Papa Francisco menciona en su carta al Padre General que la primera preferencia es capital, pues supone el trato personal con el Señor, sin esa actitud orante lo otro no funciona. Pero no podemos olvidar que somos hijos e hijas de Ignacio, que no se puede quedar tranquilo en una relación intimista y estable con el Señor. Necesita salir a “inflamar el mundo”, a luchar por hacer “posible lo imposible”, a ser leales a esa “santa audacia” a la que nos sentimos llamados. Como Compañía, “caminemos con un corazón que no se acomoda”.[6]
Gustavo Calderón Schmidt, S.J.
Provincial de Ecuador 
 
[1] Papa Francisco, Carta al Padre General sobre promulgación de las Preferencias apostólicas universales, Febrero 6, 2019
[2] Arturo Sosa, S.J., Prepósito General, Carta a los Superiores Mayores, Abril 21, 2019
[3] CG XXXV, Decreto 2, No. 9
[4] CG XXXVI, Decreto 2, No. 4
[5] Nairobi, “Congregación de Procuradores”, 2012
[6] Papa Francisco, Alocución CG 36, 2016

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