Segunda semana del tiempo durante el año

Comentario a las lecturas de la liturgia en la semana del 16-23 de enero.
En este domingo, parece que el misterio de la Epifanía se resiste a retirarse, porque en el evangelio contemplamos la manifestación de la gloria de Jesús ante sus discípulos, en las bodas de Caná. Un ambiente nupcial preparado por la profecía de Isaías que abre la mesa de la Palabra: El Dios-esposo que ha cortejado constantemente al Pueblo-Esposa sin cansarse por sus infidelidades, finalmente, en Jesús, comienza a celebrar el banquete nupcial al que nos tiene invitados. Un banquete al que accedemos y que anunciamos cada vez que nos reunimos en torno a la Mesa eucarística.
Pero, tal vez, igual que en Caná, el vino de la alegría parece escasear: los invitados se aburren y se van; los servidores parecen, a veces, preocupados de la etiqueta y de los propios rangos, más que de atraer y atender a los comensales. Peor aún, la conducta de algunos servidores expulsa a algunos de los invitados preferidos del Esposo.
En ese cuadro, la presencia maternal de María es la fuente de nuestra esperanza. Podemos confiar en que ella seguirá advirtiéndole a su Hijo: “No tienen vino”, mientras nos dice a los demás: “Hagan todo lo que él les diga”.
Por su parte, san Pablo en la segunda lectura nos invita a reconocer los dones que hemos recibido “para el bien común”. Gracias al Espíritu, podremos reconocer la presencia y la ausencia de Dios en los diversos momentos de nuestra vida, y podremos también abrirnos a hacer lo que Jesús nos esté diciendo que hagamos. Ojalá seamos oyentes atentos, y nos ayudemos mutuamente a ocupar nuestro lugar en el cuerpo de la Iglesia. Ya en el hemisferio Norte comenzarán este lunes a reconocer las maravillas que el Señor hace en favor de su Pueblo y en la persona de cada uno de sus miembros. Porque todos los cristianos estamos Destinados a Proclamar las grandezas del Señor, especialmente en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Y en el otro hemisferio, esa Semana se celebra entre el 18 y el 25 de enero, mientras nosotros la celebraremos entre las fiestas de Pentecostés y Ssma. Trinidad, a fines de mayo. Desde ahora, Pablo nos invita a prepararnos, reconociendo los dones recibidos, y esforzándonos por recuperar el sabor de la vida, gracias al vino del Espíritu, ‘que alegra el corazón humano’.
Durante la semana, el leccionario ferial sigue invitándonos a reconocer, en la historia del pueblo elegido,  la fidelidad del amor de Dios. Él descarta a Saúl y elige a David  porque el primero no quiso obedecer a la voz del Señor comunicada por su profeta. En cambio, el joven David, con la confianza puesta en Dios, se verá protegido de los peligros y llevado, desde detrás del rebaño, a pastorear a Israel. Él conducirá al pueblo al período glorioso que recordarán los contemporáneos de Jesús. Mientras tanto, seguimos contemplando en Marcos los episodios del ministerio galileo de Jesús. El lunes el ambiente nupcial de Caná se prolonga en la manera como responde a quienes se extrañan de la falta de penitencia de sus discípulos. El viernes, el desposorio parece consumado en la constitución de los Doce como fundamentos de la nueva comunidad. Sin embargo, se constituye también el frente opositor a Jesús, que no puede resistir el vino nuevo que Él trae a la fiesta. Ese vino es el que rompe los odres viejos del legalismo y nos abre a la alegría de la misericordia del Señor, que inunda toda la tierra. Pero, no hay que confundir misericordia con permisivismo. El amor hace superar el temor, pero, a la larga, compromete la vida entera.
Es lo que entendieron y vivieron los santos, especialmente los mártires, como san Fabián (+250), san Sebastián (+288?), santa Inés (+302?) y san Vicente (+304), a quienes se puede recordar entre los días 20 y 22, mientras que el 19 hay una larga lista de mártires en el calendario jesuita. Y también  hay ‘atletas espirituales’, como san Antonio el ermitaño (251-356), cuya memoria resulta impedida por el domingo. En el santoral chileno tenemos también el 22 la posibilidad de recordar a la bienaventurada Laura Vicuña (+1904), cuya pascua se produjo el día en que Alberto Hurtado cumplía tres años.

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