Judith Schönsteiner: “Sin una participación real del pueblo de Dios una renovación de la Iglesia es imposible”

—¿Cómo describirías lo que ha sido este 2018 para la Iglesia chilena?
Ha sido un año para decir “por fin sale a la luz, masivamente, lo que sabíamos y lo que no sabíamos”. Un año en que por fin hay, al menos desde el Papa, un reconocimiento del problema. Sin embargo, creo que todavía falta que este reconocimiento sea plenamente acogido por la Conferencia Episcopal. Percibo que allí hay distintos puntos de vista respecto de cómo debe abordarse esta crisis. Al mismo tiempo, veo una movilización del laicado, que está empezando a estructurarse, a empoderarse y a reunirse para pensar una nueva Iglesia.
—Según la encuesta Latinobarómetro, el nivel de credibilidad de la Iglesia en Chile es el peor en Latinoamérica, así como el más bajo que ha tenido en términos históricos. Como católica activa, comprometida, ¿cómo vives
esta situación?
No es fácil ser parte de una Iglesia en la que apenas tenemos voz, pero en la que ahora tenemos que aperrar limpiando los escombros. Pero, si bien no es fácil, para mí es la única manera de que efectivamente haya un cambio, de que esta Iglesia se renueve en el Evangelio. Necesitamos, además, la ayuda de afuera, de quienes desconfían y de quienes de alguna forma están dispuestos a ayudarnos a reconstruir. Por las cegueras, no podemos hacerlo solamente desde dentro, es imposible.
—¿Cegueras de quiénes?
Yo creo que muchos tenemos cegueras. Y las estructuras de poder son tales que a lo mejor las personas que ven más imparcialmente no tienen la incidencia para generar el cambio. Creo que de alguna forma todos y todas todavía traemos cegueras que no nos permiten ver mejor cómo reconstruir. No estoy hablando solo del abuso sexual, sino del abuso de poder, de conciencia, de una estructura que no solamente es completamente antievangélica, sino que muy imprudente en el uso del poder y su control.
—Trabajas profesionalmente en temas de DD.HH. Como profesional en esa temática, y como activa miembro de la Iglesia, ¿cuáles crees tú que son los desafíos más inmediatos a abordar para ayudar a la Iglesia a salir de la crisis?
Lo primero es saber y reconocer lo que pasó. Reconocer los abusos y las estructuras que los facilitan. Eso lleva a un segundo paso: reparar. No solamente desde un punto de vista económico, sino de una manera mucho más integral. Todavía no tenemos herramientas para eso. Creo, por lo tanto, que hay que conversar, dialogar: con las víctimas, pero también con el Pueblo de Dios de a pie que ha sufrido de esta estructura desbalanceada. Parte de la reparación será una reflexión honesta, creativa y muy crítica sobre el poder en la Iglesia de cara al Evangelio.
—Junto a la psicóloga y criminóloga Daniela Bolívar, ustedes propusieron una Comisión de Verdad y Reparación.
Sí, creemos que es fundamental. Y es de suma importancia garantizar su independencia.
—¿En qué sentido?
Debe ser una comisión con garantías de independencia institucional. En su conformación, en su interdisciplinariedad, en su financiamiento. Que pueda hablar con quién quiera, sin censura, que el informe no sea revisado, y que la Comisión tenga acceso a la documentación. Al mismo tiempo, tendrá que tener un voto de confianza por parte de la Iglesia: en el sentido de que ella implemente las recomendaciones. Sin embargo, ese debe ser quizás un segundo paso, cuando estén dadas las condiciones para dar ese voto, y ahora, con los cambios que aún están ocurriendo, creo que no están dadas.
—A propósito de tu vínculo con la espiritualidad ignaciana, ¿ves algún elemento en ella que podría contribuir particularmente a la Iglesia en este tiempo?
Creo que el discernimiento ciertamente ayuda. Sobre todo, es necesario aprender de los discernimientos comunitarios. Pero el discernimiento no nos va a quitar las cegueras automáticamente; es un proceso adicional. Cuando hago la composición de lugar, necesito quitarme las cegueras, y eso es un proceso largo, ojalá comunitario, pero ciertamente no es solo de escritorio.
—La espiritualidad ignaciana tiene que mirarse también entonces.
La espiritualidad ignaciana ha sido vivida dentro de la Iglesia. No olvidemos que hay elementos, especialmente en el acompañamiento, que podrían ser muy vulnerables al abuso de poder. Si el discernimiento no se ejerciera en base a la conciencia de cada uno, de cada una, sino en base a la “dirección” espiritual, no tendría la libertad. Creo que tenemos que cuestionarnos también en qué medida el acompañamiento podría ser puerta de entrada para nuestras cegueras.
—Tú participas además del grupo Mujeres e Iglesia. ¿Hay algo desde allí que podría ayudar al proceso en el que estamos inmersos?
Es fundamental tener una perspectiva crítica hacia el poder: cómo lo ejercemos en la liturgia, en la espiritualidad; cómo hablamos de Dios. Tenemos que preguntarnos cómo celebramos también desde lo femenino. Parte del abuso de poder es el rol inferiorizado de la mujer en la Iglesia. Sin rescatar la plena participación de la mujer en la Iglesia no vamos ni a ver ni a poder remediar las dolencias que hay actualmente.
—Ya a casi un año de la visita del Papa, ¿qué te dejó su venida?
Me dejó una visualización muy concreta de los cercos de poder que lo encierran y que tal vez ni siquiera él con su carisma es capaz de traspasar. Hizo que me convenciera más de que sin una participación real del pueblo de Dios una renovación de la Iglesia es imposible. Y no estoy diciendo esto como quien se opone a los obispos. Si ellos se quisieran sumar, ¡felices!, pero tendrían que entender y comprender —tal como muchos sacerdotes—, que deberían participar, al menos en una primera instancia, como uno más, para escuchar, para aprender, para participar de la conversación. La deliberación es fundamental.
—Mirando hacia el futuro, ¿cuáles son tus perspectivas y esperanzas?
Mi esperanza es que obviamente haya un cambio. Que podamos participar como ciudadanos y ciudadanas plenas en esta Iglesia, especialmente las mujeres. Mi perspectiva es que vamos a necesitar mucha más paciencia de la que nos gustaría.

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