La historia de San Andrés Bóbola, sacerdote y mártir jesuita

Los años vividos por San Andrés Bóbola, entre 1591 y 1657, coinciden casi enteramente con el período de mayor esplendor civil de Polonia, su patria, lugar donde entregó su vida para mantener la fe de sus ciudadanos, gesta por la que fue canonizado el 17 de abril de 1938.

Su historia tiene mucho de devoción y entrega, pero también de lamentables martirios sufridos para preservar la religión católica, porque además de ser un periodo de esplendor también fue de cambios profundos en su país de origen, así como en zonas aledañas de la Europa Oriental.

A continuación dejamos su biografía escrita por el Padre Jaime Correa Castelblanco SJ.:

San Andrés Bóbola nació en 1592 en Sandomir, Polonia. Perteneció a una familia ilustre importante en el Reino. En esos años Polonia vivió casi siempre en continuas luchas civiles. Hubo cismas religiosos Y repetidas invasiones de los pueblos vecinos. Y las ideas de la reforma protestante vinieron a acrecentar la ya endémica división de los polacos. La Compañía de Jesús, en defensa de la fe, multiplicó sus ministerios y Colegios.

Andrés fue confiado, muy joven, a la educación de los jesuitas, en el Colegio de Sandomir. Fue un buen alumno. A los 19 años hizo su discernimiento vocacional y el 31 de julio de 1611 ingresó al Noviciado de la Compañía de Jesús en Vilna, Lituania. Al terminar la Filosofía, también en Vilna, teniendo 24 años de edad, fue destinado para la experiencia de magisterio al Colegio de Braunsberg, en Prusia, un año, y al Colegio de Pultusk, Ucrania.

Volvió a Vilna para la Teología. El 12 de marzo de 1622, día de la canonización de San Ignacio y de San Francisco Javier en Roma, recibió la ordenación sacerdotal. Desde 1624 a 1630 estuvo en la Casa profesa de Vilna. Dirigió la Congregación Mariana de jóvenes. Numerosas vocaciones a la Compañía de Jesús fueron el fruto. Fue predicador, director de almas, misionero popular, y visitador de hospitales.
En 1631 fue nombrado Superior de la Residencia de Bobriuski, ciudad de Rusia Blanca. Allí vivió cinco años. Bobriuski tenía dos iglesias ortodoxas y ninguna católica. Los habitantes, abandonados, habían olvidado hasta los rudimentos de la ortodoxia. Había quien no se confesaba desde hacía sesenta años. Muchos pasaban a la ortodoxia. San Andrés estableció una escuela junto a la Casa, también una capilla y logró la vuelta de muchos a la fe católica.

En 1635 fue destinado por los superiores para los ministerios itinerantes de Polonia y Lituania. La situación religiosa y civil del reino exigía verdaderamente su presencia. Los habitantes, greco ortodoxos, se habían unido otra vez a la Iglesia católica en 1596, pero el clero ortodoxo había permanecido hostil. El Ducado de Moscú, ortodoxo, hacía toda clase de presiones.

En los procesos de la Sagrada Congregación, en Roma, se atestiguó más tarde que no había memoria en la historia de la Iglesia de un martirio más despiadado y cruel que el de San Andrés Bóbola.

San Andrés, durante 23 años, desde 1635 a 1657, fue el dique de contención. Recorrió cientos de kilómetros en los arenales y marismas del Pripet. También en la fértil llanura de Janov. Él conocía bien el griego y podía discutir con los popes ortodoxos, con las mismas fuentes aceptadas por ellos. Podía llegar a una ciudad incendiada, o arrasada, e iba sin miedo. No temía a cosacos, ni a moscovitas, a transilvanos ni a tártaros. Ellos recorrían los pueblos con crueldad. Él, lo hacía con suavidad y paz. La sangrienta revuelta de los cosacos, de 1648 a 1654, se transformó en una guerra, entre el Ducado de Moscú y Polonia. Los cosacos pasaron al servicio de Moscú Y miles de fieles y decenas de sacerdotes católicos pagaron con la vida la fe de Roma.

La Compañía de Jesús cuenta más de cuarenta de sus miembros como las víctimas de estas luchas religiosas.

La invasión sueca de 1655, llamada “el diluvio”, destruyó gran parte de Czestochowa y la misma Varsovia. Después vino la pérdida de la independencia en favor de Prusia. Y en medio de esta vorágine, siempre estuvo San Andrés Bóbola. Casi es imposible seguirlo en sus correrías a través de Ucrania, Volinia, Polesia, la Rusia blanca, Polonia y Lituania.

A comienzos de 1657, fue enviado al Colegio de Pinsk, en Lituania, a confirmar a los católicos. En mayo, una horda de cosacos se acercó a Pinsk. Los padres del colegio abandonaron la ciudad. El P. Andrés Bóbola se refugió en Janov.

El día 8 de mayo, después de celebrar misa en Perezdyle, a media hora de Janov, en el pueblo de Molnilno, cayó en manos de los cosacos. Hágase, Señor, tu voluntad“, fueron las palabras de Andrés, al ser detenido. En un comienzo lo trataron con deferencia y él consiguió la libertad de Juan Domonowski, su compañero. Este cristiano ingresó a la Compañía y fue el mejor testigo del martirio.
Le prometieron la libertad y honores, si abrazaba la ortodoxia. A su negativa, se desencadenó la violencia.

Lo azotaron hasta cansarse. Le encajaron en la cabeza un capacete de espinas. Le pusieron al cuello una soga cuyos extremos amarraron a la silla de dos caballos, y a la rastra, iniciaron la marcha a la ciudad de Janov. Un cosaco, detrás de él, se encargó de golpearlo con la cimitarra cada vez que Andrés tropezara o se detuviera. En Janov se le volvió a pedir que abrazara la ortodoxia. San Andrés, a duras penas, dijo: “Yo soy sacerdote católico, nacido y criado en la fe católica, y en ella quiero morir. Mi fe es la verdadera, la que lleva a la salvación eterna“.

La respuesta del capitán cosaco fue: “Perro papista, yo te arrancaré del corazón esa fe católica. Mira por ti y renuncia aquí, sin tardanza, a la comunión de Roma, o te mataré”. Levantó la espada y la descargó con todas sus fuerzas sobre la cabeza de Andrés. Ese golpe debió terminar con su vida, pero él, en un gesto instintivo, interpuso el brazo derecho. Volaron tres dedos de la mano.

Andrés cayó al suelo, bañado en sangre, sin sentido y como muerto. El capitán le hizo recobrar la conciencia abriéndole una profunda herida en un pie con otro golpe de espada. San Andrés, entonces, volvió a confesar su fe católica e insistió que quería morir en su fe. Un soldado, indignado, le clavó un puñal en el ojo derecho, arrancándolo. Después, lo levantaron, llagado y lleno de sangre. Lo desnudaron totalmente; y con teas encendidas le quemaron el pecho; luego, descendiendo hasta las caderas y subiendo por la espalda, le tostaron todas las heridas, manteniendo quieta la llama hasta que se deshicieran las carnes. Le gritaron que abandonara la fe católica y él dijo: “Yo soy religioso, no puedo negar mi santa fe”.

Después de la nueva confesión el martirio continuó con una serie de torturas cada vez más crueles. San Andrés, con gran esfuerzo, seguía diciendo: ”Jesús, María, ayúdenme. Conviértanlos. Jesús, María, me encomiendo”.
Por fin, decidieron terminar. Le hicieron una enorme herida en el cuello y por ella le arrancaron la lengua que arrojaron al suelo. Con un hierro le abrieron el costado y le destrozaron el corazón. Así murió San Andrés Bóbola, el 16 de mayo de 1657. Tenía 67 años.

Lee la versión completa en el siguiente link: SAN ANDRES BOBOLA

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