Por estos días estamos viviendo la mayor fiesta religiosa del Norte Grande de Chile: la fiesta de La Tirana. Este año comenzó el 10 de julio con la tradicional ceremonia de apertura que en esta oportunidad estuvo a cargo de la Asociación Virgen de La Tirana, proveniente de Arica. Desde ese momento, la fiesta se desarrolla día y noche, sin parar. Hasta este pueblo de apenas 982 habitantes, llegan más de 200 mil peregrinos, para homenajear y alabar a la Virgen del Carmen, patrona de Chile. Vienen, principalmente, de distintas ciudades del norte del país y también de Santiago.
Sin duda, la fiesta de La Tirana es la principal fiesta religiosa del norte de Chile, es el corazón de la fe de este norte grande. Los bailes religiosos son una parte importante de esta fiesta, muy visibles, por cierto, pero igualmente importante es la devoción con que llegan muchos peregrinos. La emoción se ve a veces hasta las lágrimas; la gente hace muchos sacrificios por llegar a este lugar, sin importarles el calor que hace durante el día o el frío que cae por las noches, en este clima desértico.
La presencia de la Compañía de Jesús en esta festividad es la de acompañar a las asociaciones durante estos días, pero principalmente en su peregrinar durante el año. Nuestro rol ha sido importante porque los bailes se sienten bien ignacianos y hay gente que lleva años en la escuela jesuítica. Hay un vínculo y un acompañamiento de los jesuitas a los bailes que ya tiene historia y frutos muy bonitos.
Durante estos 10 días, en La Tirana se vive un tiempo sagrado, la gente siente la presencia de la Virgen, que los acoge a todos con su ternura maternal. Los recibe con sus vidas, sus penas y sus necesidades. Eso es lo que el peregrino ve y por eso todos los años son más los que la visitan.
El Papa Francisco ha dicho ya en varias oportunidades -incluso en su visita en enero en Iquique-, que la religiosidad popular es un espacio de autonomía, de una Iglesia que escucha, de una Iglesia de cercanía. Y esto es lo que aquí se vive año a año y especialmente hoy, lo que demuestra que la religiosidad popular no está en crisis, porque el control social de la manifestación lo ejerce el pueblo, su organización es autónoma, y en Chile lo que está en crisis es, básicamente, la jerarquía de la institución.
Y seguiremos viendo a las distintas asociaciones con sus colores, con sus danzas, sus cantos y su música, hasta la madrugada del 20, cuando el último baile se despida de la Virgen y se cierren las puertas del templo. Ahí también se entrega a otra agrupación el encargo de apertura de la fiesta del 2019. Tendrán así un año para prepararse porque es aquí, en el desierto más seco del planeta, donde descubrimos la secreta presencia de Dios, pese a estar en una Iglesia en crisis.
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