Chile está cambiando rápidamente. Nuestro país avanza hacia una nueva sociedad secular de mejor futuro, meritocrática y diversa, disminuye la pobreza, exige transparencia y probidad, reconoce sus raíces originarias y de a poco se abre a la diversidad latinoamericana. Sin embargo, bajo este proyecto persiste el reclamo de “algo más”, pues la otra cara de este nuevo Chile —el consumo excesivo, la codicia, el individualismo y el exitismo— produce un vacío profundo y una falta de sentido, especialmente en los jóvenes, que hoy, tal vez más que nunca, están sedientos de que se les anuncie con hechos y con palabras un Evangelio liberador.
Por eso, la invitación del Papa Francisco a un nuevo Sínodo para octubre de 2018 nos viene ‘como anillo al dedo’(1). ¿El tema? Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. El camino que nos propone es doble: por un lado, nos dice que “la Iglesia ha decidido interrogarse sobre cómo acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud”; y, por otro, quiere “pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia”(2) del Reino de amor y justicia anunciado y vivido por Jesús.
Como jesuitas, queremos acoger esta invitación moviendo las aguas para suscitar un proceso que permita a los jóvenes mirar con profundidad su experiencia de fe, y adentrarse en las claves de un buen discernimiento, que los haga libres de todo lo que los esclaviza e ilumine sus opciones vocacionales más fundamentales.
¿Cómo lo vamos a hacer? Invitamos a todos los jóvenes que, independiente de su grado de participación, se sientan de alguna manera parte de una comunidad mayor, a hacer juntos un camino en tres etapas. En la primera, fieles a un Dios encarnado en la historia, vamos a partir por escuchar la realidad de la que formamos parte, para preguntarnos, en este año de elecciones, por el país que soñamos. Será un tiempo de encuentro para implicarnos en tantas encrucijadas sociales, culturales y políticas.
En la segunda etapa, buscamos sintonizar con nuestra experiencia comunitaria de fe en el Dios de Jesús. Un Dios que se identifica con los excluidos, que se hace presente en la fraternidad humana y que se expresa en el amor incondicional a todos, sufriendo con el dolor humano, padeciendo con la naturaleza y suscitando caminos de paz y justicia.
Dios trabaja en la realidad y desafía… a los jóvenes que sueñan una Iglesia más atenta a los problemas sociales, inclusiva y participativa, al servicio del mundo. A esos que están dispuestos a preguntarse: Señor, ¿cuál es la propuesta de amor y entrega apasionada y alegre que tienes para mi vida? Esta será el tercer momento. Esperamos ayudarles a sacudirse de todo lo que les frena, especialmente de los miedos, para reconocer los deseos más auténticos que Dios ha puesto en ellos.
El Señor interpela a la juventud chilena a arriesgar con generosidad, a jugársela en servicio de un ideal, renunciando a ser el centro en sus vidas y abriéndose a las necesidades de los demás, para servir la justicia que la fe en el Dios de Jesús exige. Es ahí donde descubrirán una forma concreta de vocación que “articula estado de vida (matrimonio, ministerio ordenado, vida consagrada, etc.), profesión, modalidad de compromiso social y político, estilo de vida, gestión del tiempo y del dinero, etc.”(3). Y esa vocación la descubrimos y vivimos en comunidad, en medio de tantos hermanos y hermanas de fe y humanidad. Solo con otros podremos ser protagonistas de los cambios, y proponer y practicar alternativas de cómo el mundo y la Iglesia podrían ser.
La invitación está hecha.
(1) Documento preparatorio Sínodo 2018.
(2) Introducción, documento preparatorio Sínodo 2018.
(3) Ibid.
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