El mundo cambia muy rápidamente. Nuevas tecnologías y nuevos modos de relación nos hablan de este fenómeno. Pero ¿qué pasa con la vocación religiosa en este contexto? ¿Es lo mismo ser jesuita hoy que el siglo pasado? En esta conversación sobre la vocación, la Iglesia y la Compañía, Luis Palavicino sj (90 años) y Tomás Browne sj (32 años), representantes de dos generaciones de jesuitas, nos muestran la diversidad de perspectivas desde un mismo cuerpo apostólico.
Por Equipo Jesuitas Chile
Artículo publicado en Revista Jesuitas Chile n. 53
—¿Cómo le explicas a alguien quién es Dios?
Luis Palavicino sj (LP): A partir de la propia experiencia. Desde chico, desde que aprendí el catecismo, entendí que Dios era un padre. Mi madre, cuando niño, me lo enseñó también, quizás por la carencia del papá que murió cuando yo tenía dos años y unos meses. Entonces el padre siempre lo he identificado con Dios con mucha facilidad, especialmente cuando conocí la persona de Jesús… Jesús habla siempre de su Padre. Dios es el que siempre tiene la prioridad. Eso me impresionó mucho. Cuando conocimos a Jesús, niño, en la Navidad, por ejemplo, se nos dijo que él traía los regalos a los niños que se portaban bien. Entonces escribíamos unas cartitas diciendo que nos habíamos portado bien (risas). Creíamos que cuando nos portábamos bien, Jesús se reía y conversaba con nosotros. Esta imagen de niño fue creciendo y pasó a más adulto, haciéndose plena, total, cuando entré a hacer los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Tenía 18 o 19 años, y me acompañó el Padre Hurtado. Ahí descubrí a la persona de Jesús en su adultez, en su plenitud, y supe que contaría con Él siempre.
Tomás Browne sj (TB): Al igual que el “Pala”, pienso que si uno no experimenta a Dios, difícilmente le pueda mostrar a otras personas quién es Él. Pasa lo mismo con las personas. Si yo te pregunto quién es “Pepito” (por inventar un nombre), tú me puedes describir que es el hijo de Juana, que tiene tantos años, que estudió tal cosa, etc. Pero eso no me responde quién es. Para saber quién es realmente “Pepito”, necesito conocerlo, pasar tiempo con él, saber cómo actúa, cómo habla, cómo piensa. Solo así podré formarme una opinión sobre quién es. Y creo que lo mismo pasa con Dios. Uno puede pensar en Dios como la bondad, el amor, la libertad, la revolución, la justicia. Pero esas son ideas no más. Y las ideas cambian, se van, a diferencia de las personas que, nos gusten o no, siguen estando. De igual manera, solo cuando me sumerjo en una relación personal con Jesús, puedo empezar a entender que Él es más que un puñado de mandamientos; que Él me habla y me escucha, y es en esa dinámica que uno quiere seguirlo por el camino.
—¿Qué puede aportar hoy la Iglesia y la Compañía al mundo en el que vivimos?
LP: Leyendo las cartas de los cuartos medios [del Colegio San Luis] que no se confirmaron, hay algunas que dicen que han sufrido una desilusión de la Iglesia porque siempre les dijeron cosas como ilusas. Por ejemplo, cuando niños los obligaban a ir a misa y escuchar sermones que ellos no entendían. Son cosas que realmente no tienen sentido, pero que pueden justificar lo que leí en esas cartas. Con todo, mirando el trabajo en el colegio, uno ve que se pone mucho esfuerzo en realizar acciones solidarias que impacten en los alumnos. En los trabajos de verano, metidos en pequeños pueblos donde falta tanta cosa, los chiquillos asumen una seriedad tan grande en aquello que realizan, en lo que se encuentran participando
con otros. O sea, el chiquillo mientras esté esforzándose y trabajando con seriedad, es posible que capte también valores más espirituales. No solo la misa en el campamento, sino las conversaciones más espirituales con la gente, reflexionar sobre el trabajo, con cuántas personas ha conversado, a quiénes ha convencido de ser felices, por ejemplo. En fin, el ser solidario no es ser solidario con la gente, sino ser solidario con Juan, con Teresa, con tal niño con nombre y apellido. El ser solidario es ser coherente con el servicio que se realiza y que todos ven.
TB: Dado el contexto, lo primero que me viene a la cabeza es la reparación de los abusos. Ahora bien, hay algo que he encontrado en la Iglesia y en la Compañía que me es central. En la Iglesia me he encontrado con que es más importante la comunidad que los individuos. Y en esa comunidad hay una especial relación con
los más pobres. Pasar horas en el comedor 421 de la parroquia de La Matriz en Valparaíso era la imagen del Reino. Cantando, riendo, llorando, acompañando, comiendo, con las jefas de la cocina, con los(as) usuarios(as), con otros compañeros. No hacía falta estar hablando de Dios para experimentar su presencia con fuerza. Se armaba un clima que era mucho más importante que la suma de las partes; donde todos(as) participaban, sin importar el lugar de donde vinieran. Cuando la cultura de hoy está gritando que el mundo parte con uno mismo, el ser parte de la Iglesia me ha hecho sentir que el mundo (y Dios) es mucho más grande que uno. Para elegir esto, la Compañía me ha regalado el discernimiento, otro aporte que sin duda nos ayuda a elegir en libertad y en consonancia con esa experiencia de Dios que decía.
—¿Qué le dirías a un joven que piensa ser jesuita?
LP: Le preguntaría si de verdad quiere hacerlo, si está hablando en serio. Y si así es, le diría lo que significa entregarse y dar un salto, y que para eso se requiere mucha audacia. Nadie me dice que este es el lugar preciso. Todos tenemos un poco de duda, al principio, pero el salto hay que darlo para decidirse. Si quedas al borde es como el caso del joven rico. El joven que ante el “ven y sígueme” de Jesús, bajó la cabeza, porque tenía muchos bienes. Ese no es un joven para hacerse esta pregunta. Se requiere audacia. Voy a saltar a una vida nueva, diferente, distinta, como si me fuera a otro país, con otro idioma, pero tengo que dar el salto para ir a otro país. De lo contrario, empiezo con demasiadas preguntas. Si no hay cierta audacia, no te preguntes por ser jesuita; sigue viviendo tu vida tranquilo, no te preocupes.
TB: En primer lugar, le diría que si ha experimentado a Dios en su vida, que confíe en eso. No es obvio tener la experiencia de un “hacia allá tengo que ir”. Lo invitaría a tener encuentros reales y concretos con jesuitas y con personas diferentes a él. No tanto con idealizaciones románticas, sino con la realidad, sus alegrías y tristezas, lo que me gusta y lo que no. Si su deseo se ha ensanchado después de ese recorrido, y el ser jesuita es una opción por la alegría de comunicar una buena noticia a los demás, en ese caso, creo que Jesús lo estaría invitando directamente y solo quedaría de su parte elegir seguirlo o no.