Magis y JMJ 2016: La fraternidad, un signo de esperanza

Por Andrés Mardones
Del 15 al 25 de julio se llevó a cabo en Cracovia, Polonia, el encuentro de jóvenes ignacianos Magis, antesala de la Jornada Mundial de la Juventud, realizada entre el 26 y el 31 de ese mismo mes y que fue presidida por el papa Francisco.
Millones son los peregrinos que participaron recientemente en la Jornada Mundial de la Juventud 2016 (JMJ) realizada en Cracovia, Polonia. An­tes de este evento, muchos participa­ron del Magis, encuentro que congrega a jóvenes que se reconocen parte de la gran familia ignaciana. Se dieron cita en la misma ciudad donde se realiza la JMJ, para “vivir una aventura en tres dimensiones: el desarrollo personal, las relaciones con la gente y con el Señor, y el diálogo intercultural”. La JMJ, en tanto, se define como el en­cuentro en el que “jóvenes de diferentes partes del planeta se reúnen, junto con sus ca­tequistas, sacerdotes y obis­pos en algún lugar del mundo, para dar testimonio de su fe en Jesucristo”.
Los encuentros, empapados del clima de alegría que suele generar la juventud, contaron con diversas actividades, y culminaron con una multitu­dinaria misa celebrada por el papa Francisco. La tarea que el Santo Padre les dejó a los asistentes, se sintetiza en que ellos son “memoria, coraje, futuro… es­peranza”.
En cada ocasión participa un impor­tante número de peregrinos chilenos. Hablamos con dos de ellos: Paula Cór­dova, de 22 años, que participa en CVX y cursa su último año de Pedagogía en Educación Básica, y Alberto Díaz, de 23, estudiante de Ingeniería Mecánica y que participa en la Parroquia San Igna­cio de Loyola de Padre Hurtado. Ambos nos cuentan sobre esta experiencia y nos dan su parecer sobre la participa­ción de las nuevas generaciones en la Iglesia actual.
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PAULA: “UN ENCUENTRO DESDE LA LIBERTAD”
Fui a los encuentros como parte de un discernimiento comunitario, con mi comunidad CVX con la que llevo cerca de cuatro años. Y mi deseo profundo de asistir está dado por la necesidad de encontrarme con una Iglesia diver­sa en un país como Polonia, donde la diversidad no está tan bien mirada, un país que decidió cerrar fronteras a re­fugiados para cuidar lo que ha vuelto a construir después del periodo de gue­rras. Con ese mismo deseo quería ver cómo la manifestación de la diversidad le puede hacer tan bien a ese país y a una Iglesia que lo necesita con ansias. Un encuentro con jóvenes en el que te topas con la más amplia diver­sidad; desde jóvenes muy ape­gados al dogma, a otros que creemos que debemos volver a construir nuestra Iglesia, que está al servicio real de los más pobres.
 La relación entre los jóve­nes que asistieron fue muy buena, de mucha alegría. Se da una relación de fraterni­dad con el otro. Para mí, no hubiese sido lo mismo la JMJ sin la cita previa del Magis. Allí se formaron lazos importantes… Ya en la JMJ, cuando te topabas en las calles de Cracovia con gente con la que habías compartido en el Magis, te sentías como en casa. Y es extraño sentirse así en medio de dos millones de personas.
El pilar fundamental es el encuen­tro con otros. Un encuentro que se da desde la libertad. A pesar de que hay momentos de actividades más formales, por ejemplo, con el Papa, paralelamente se realizan otras a las que uno, desde sus intereses, desde sus propias mociones, decide asis­tir. En ese sentido, las personas que fueron responsables de nosotros tu­vieron mucho criterio para dejarnos elegir por dónde queríamos llevar lo trabajado y regalado durante el Magis en la JMJ. Para mí fue fundamental esa libertad en Dios y poder escoger cómo darle sentido a mi experiencia, y darle sentido no sola sino con otros.
A la Iglesia chilena la veo algo frag­mentada. Una Iglesia a la que algu­nos quieren seguirla como está, y que otros tenemos deseos profundos de incomodarnos e incomodar a otros. Veo a una Iglesia que debe volver a lo esencial, a lo sencillo, al encuentro co­munitario, al encuentro cotidiano con Dios en el día a día. Se requiere urgen­temente que nuestra Iglesia revise su misión, sobre todo en un país que está cambiando, una nación tremendamen­te injusta, que excluye a unos y que sigue dándole riqueza a los mismos. La Iglesia necesita cambiar, y necesi­tamos cambiar todos los que somos parte de ella, para que vuelva a ser la Iglesia de Jesús, del Jesús carpintero.
 
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ALBERTO: “NO SEAMOS ‘PERSONAS DE SOFÁ’”
De lo vivido, lo que más llamó mi atención fueron dos cosas. La primera, ver a una Polonia con un despliegue de seguridad digna de una película de acción; en Chile nunca lo había visto. No obstante, eso no opacaba lo mejor del encuentro: ver que la alegría de los jóvenes invadía las calles de Cracovia; la alegría de encontrarse con Jesús era más grande. La segunda, fue apreciar una infinita diversidad cultural. Cos­tumbres, formas de adorar, de rezar, todo parecía nuevo e interesante. Una riqueza el encontrarse con el otro, con el que vive a Dios de una manera distinta y única, pero que es capaz de compartirlo y servir con pasión.
 El papa Francisco nos invitó a conti­nuar siendo jóvenes con memoria y co­raje. “Han dado un signo de esperanza, y este signo se llama fraternidad”. Con esas palabras el Papa nos agradeció es­tar ahí y nos desafió a vivir una nueva Iglesia, que mira y siente con el otro. Somos jóvenes que tenemos bastante pega por hacer. Estamos invitados a no ser “personas de sofá”, sentándonos a mirar cómo la vida pasa, sino que a ser protagonistas, dando una respuesta al que sufre. Me quedo con la invitación de mirar con misericordia; y no me refiero a mirar con pena al otro, sino que a verlo como un hermano, que siente y vive con el rostro sencillo de Jesús, y desde ahí servir con valentía.
 Ser parte de la Iglesia en Chile, nos hace ver como extraños ante el entorno en que se mueven nuestras vidas (es­tudios, trabajo, grupos, etc.). Una Iglesia criticada y empañada, que genera un sentimiento de rechazo generalizado en las personas. Eso provoca que cada día menos jóvenes quieran acercarse a ella. Pero no todo es malo. La alegría de compartir con aquellas personas que han entrado a una comunidad, a una parroquia, a un grupo o movimiento, y que han sentido la amistad de Jesús en sus vidas, es reconfortante. Hoy vivimos con más miedos, y eso nos hace ser más individualistas… mientras yo esté bien, para qué hacer un esfuerzo extra, qué importa el resto. Y en realidad tenemos las herramientas y las energías a nues­tro favor para poder realizar cosas gran­diosas, como muchas personas alrede­dor del mundo lo hacen, entregando su vida y energías al servicio de los demás.
Para que más jóvenes se involucren en la Iglesia, esta debe ser más in­clusiva y respetuosa de la gente. Creo que la Iglesia se vive en todas partes, pero cuando hacemos que tenga una estructura casi impermeable, un filtro que es una especie de colador, estamos mostrando un rostro equívoco de Je­sús. La mejor forma de involucrar a los jóvenes en la Iglesia, es mostrando un rostro sincero, amigable y humilde de Jesús. Debe ser un lugar de acogida y de alegría, donde tenga un papel primor­dial la preocupación por las injusticias sociales, adecuándose continuamente a los cambios de la sociedad.

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