Christina Kheng enseña liderazgo pastoral en el East Asian Pastoral Institute y es consultora de planificación en la Conferencia Jesuita de Asia Pacífico. Su investigación se centra en las metodologías teológicas en el diálogo Iglesia-sociedad. Puede ser contactada en chriskheng@gmail.com
El nuevo año es una oportunidad para poner el corazón y la mente en “modo reconstrucción” incluso cuando la pandemia no ha disminuido. Mirando hacia el año pasado a través de los ojos de la fe, podría decirse que este tiempo de pandemia fue un momento de gracia para la familia ignaciana: para vivir nuestra espiritualidad más plenamente, e incluso descubrir nuevos horizontes sorprendentes por sus posibilidades. ¿Cuáles son algunas de las lecciones que podemos aprender de nuestras experiencias de respuesta a la pandemia hasta ahora?
Primero, la realidad de la vulnerabilidad de los seres humanos pasó a primer plano en muchas de nuestras reflexiones. Lo que es notable es que la vulnerabilidad no se ve principalmente como algo negativo sino como una gracia preciosa. Para reformular una línea de una película familiar popular: “nuestras heridas son las grietas que dejan entrar la luz”. De hecho, la vulnerabilidad reaviva nuestra necesidad de Dios y de los demás, y contrarresta las actitudes pelagianas, insulares y, a menudo autosuficientes en nuestro medio tecnocrático. No es de extrañar que la vulnerabilidad de los seres humanos y la misericordia de Dios sean los puntos de partida de los Ejercicios Espirituales en la Primera Semana. Por eso muchas de nuestras reuniones no han comenzado con una discusión de soluciones para la iglesia y la sociedad, sino con un intercambio honesto de cómo cada uno de nosotros ha sido afectado personalmente por la pandemia. A través de ese intercambio, nos volvemos más conscientes de nosotros mismos y de la presencia de Dios en nuestra propia vida, y también nos damos cuenta de que no estamos solos. Estas experiencias preciosas -si estamos abiertos a hacerlas- nos recuerdan que no debemos perder nuestra nueva apreciación de la vulnerabilidad, incluso después de que la pandemia y su impacto socioeconómico estén mejor controlados.
Otra idea importante que hemos adquirido en este tiempo es el llamado a la misión a través del discernimiento comunitario: una forma que no es simplemente una reacción impulsiva a las crisis, sino que comienza con una mirada contemplativa del mundo y continúa con pasos pequeños pero concretos en una respuesta sensata.
Aprendimos a “quedarnos con las preguntas” y a sentirnos cómodos con la incertidumbre. Al mismo tiempo vimos la necesidad de dar respuestas concretas, aunque aparentemente modestas y provisionales, especialmente a través de la colaboración. En los Ejercicios Espirituales, la Segunda Semana ofrece una meditación sobre la Trinidad mirando al mundo, moviéndose por sus necesidades y actuando concretamente en la Encarnación. Del mismo modo, podemos seguir este llamado a la misión en la reconstrucción de Covid, evitando los extremos: sea el del heroísmo impulsivo, el de la inactividad indefensa o la preocupación excesiva por el “cuidado” interno nuestro o de la iglesia. Además, “una mirada larga y amorosa a lo real” ayuda a asegurar que nuestras respuestas se adapten a las personas, lugares y tiempos. Ella nos ayuda a ver nuestra propia necesidad de conversión y su conexión con los problemas actuales de la iglesia y la sociedad.
Junto con estos conocimientos, también nos hemos dado cuenta, en tercer lugar, de la necesidad de tener una mirada especial (un conjunto de lentes adecuado) para ver el mundo. Leer los signos de los tiempos no significa simplemente tomar nota de lo que se informa en las redes sociales y medios de comunicación, especialmente cuando hay tantas noticias falsas y reportajes sesgados con énfasis desproporcionados en los aspectos políticos y económicos de la pandemia. Una mirada pertinente y crítica se deriva de y alimenta nuestros valores fundamentales y carisma. En la Segunda Semana de los EE se nos invita a contemplar la vida de Cristo tratando de ver como Cristo ve; así obtenemos una visión más clara de nuestra vocación particular y podemos discernir nuestras prioridades y contribuir con nuestros dones, y ayudar a otros a hacer lo mismo. Por eso nos hemos preguntado cómo ha afectado la pandemia en particular a la espiritualidad, a los pobres, a los jóvenes y al medio ambiente.
Una experiencia especialmente valiosa durante la pandemia ha sido pues, las “conversaciones espirituales” ya sea físicamente o en línea. Los principios subyacentes de la conversación espiritual nos ayudan a acoger y valorar la voz de cada persona independientemente de su condición o antecedentes, y a garantizar la diversidad de perspectivas a medida que discernimos la presencia de Dios en todas las cosas. A través de la escucha atenta y la palabra intencional, involucrando la cabeza y el corazón, el cuerpo y el alma, podemos tener gradualmente una comprensión más profunda, y sentir el movimiento de los espíritus, incluso en las plataformas en línea. Estas experiencias de diálogo ignaciano tienen mucho potencial para ser compartidas con otros, especialmente en medio de la polarización, la superficialidad y la unilateralidad que plagan el mundo de la comunicación en épocas de Covid.
Pero igualmente importante es el compromiso con el bien común. El Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales nos recuerda que debemos buscar la voluntad
de Dios y el bien universal, y entender que nuestras agendas personales, institucionales y nacionales adquieren sentido en el gran marco del plan de Dios. Así podemos llegar a conversar con los otros con el deseo de escuchar y aprender, en lugar de, simplemente, promover los propios puntos de vista. El compromiso con el bien mayor exige incluso que aceptemos los ‘costos inevitables’ que destaca en la Tercera Semana de los Ejercicios Espirituales; retos que son poderosos contra – testigos de la búsqueda desenfrenada de los intereses personales, institucionales y nacionales que se exacerba en épocas de crisis, como en esta pandemia.
Finalmente, la esperanza como experiencia movilizadora adquiere una especial relevancia en esta época. A pesar de la enfermedad generalizada, la pérdida de medios de vida, las injusticias y el empeoramiento de la crisis climática, el dolor de personas cercanas, etc., la espiritualidad ignaciana nos recuerda que no debemos perder la esperanza porque que el amor de Dios saldrá Victorioso, como se destaca en la Cuarta Semana de los Ejercicios Espirituales. Esta realidad nos ha impulsado a descubrir luces en medio de las sombras de la situación actual, y a notar cómo Dios ya está trayendo nueva vida en la pandemia: como en los actos espontáneos de solidaridad de la gente común, las energías creativas de los jóvenes, la devoción de muchos servidores públicos, la dedicación de los científicos y las nuevas iniciativas habilitadas por tecnología, entre otras muchas señales de esperanza.
Si miramos hacia atrás podemos descubrir que nuestra experiencia colectiva de pandemia, en medio de la crisis, ha sacado lo mejor de nuestra espiritualidad; y esta fuerza interior nos ha mantenido esperanzados en medio de la tormenta, quizás más de lo que pensamos. La primera UAP nos invita a mostrar el camino a Dios a través de nuestra vida en el Espíritu. Habiendo sido ayudados y sostenidos por El Espíritu, esforcémonos para compartir y ayudar a otros mientras colaboramos para construir un mundo más justo.