La alegría del Evangelio: Ecos de una voz profética
Tamara Díaz, equipo de Liturgia juvenil.
Fabián Chacón, monitor de Confirmación.
Melissa Carrasco, coordinadora de Confirmación.
Ricardo Delgado sj, asesor de Confirmación.
Parroquia San Ignacio de Loyola, Padre Hurtado.
La invitación de Francisco con ocasión de su carta anunciando el próximo Sínodo de jóvenes, coincidió con un movimiento de superación de crisis y renovación de la Pastoral juvenil de nuestra parroquia San Ignacio de Loyola, de Padre Hurtado. La carta invitaba a los adultos a interrogarse cómo acompañar, desde la fe, el discernimiento de los jóvenes sobre sus opciones de vida. Esa llamada fue el puntapié inicial que nos permitió tomar conciencia de que, como equipo de Pastoral juvenil, sin haberlo planeado, estábamos viviendo un tiempo de gracia en el que habíamos discernido algo tan importante como la forma de responder a la pregunta ¿cómo comunicar hoy la alegría del Evangelio?
Conscientes de que nuestra situación no estaba aislada de la crisis en la Iglesia, no pretendimos formular las causas que detonan el descontento y desencanto entre los más jóvenes sobre los acostumbrados modos de una fe que se corrobora en la fidelidad a los sacramentos; tampoco fijarnos en el lamento pesimista que se alimenta de la añoranza de un pasado multitudinario y glorioso, que nos empuja a desatender el presente e ignorar el mañana. Por el contrario, quisimos —y queremos— descubrir en el llamado del Papa una nueva etapa de evangelización, marcada por esa alegría que nace de Jesucristo (#1 Evangeli Gaudium); ecos de una voz profética.
Francisco denuncia el peligro de una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada (#2 Evangelii Gaudium). La radicalidad de su denuncia implica el llamado a la conversión. Parece justo cerrar el capítulo del pesimismo y abrir uno nuevo para plasmar con optimismo y alegría las pequeñas cosas de la vida cotidiana con nuestros jóvenes.
“Quisimos —y queremos— descubrir en el llamado del Papa una nueva etapa de evangelización, marcada por esa alegría que nace de Jesucristo”.
La historia del cristianismo enseña que el Espíritu trae unidad y vida. Signos de conversión que aparecen claros en nuestra experiencia y nos otorgan la consolación de estar viviendo un kairós de su gracia. El primero de los signos es de tinte pascual. Estábamos tristes, nuestros líderes habían desertado; sin un Consejo Juvenil el futuro era incierto.
Para sorpresa de todos, hubo algo que hizo arder nuestro corazón y culminamos con ánimo y un plan prometedor: decidimos buscar a Cristo en el rostro de niños sin hogar, abuelos desheredados, personas en la calle, sin abrigo ni pan. Una oportunidad no solo de salir, sino también de transitar a un renovado, resuelto y rebosado modo de contagiar la alegría que llena el corazón de pasión y sentido. Al finalizar la Pascua, cada palabra y gesto de los jóvenes expresaba el gozo de un encuentro que renovaba su alegría. Se confirmaba aquello que Francisco compartiera en su Evangelii Gaudium: los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse (#7). Pasamos de la muerte a la vida, del pesimismo al optimismo. Experimentamos el Espíritu que transforma la vida.
El otro signo de reconciliación confirmó que no estábamos frente a una ilusión. Pasado Pentecostés nos preguntamos, otra vez, cómo queríamos celebrar la fiesta de nuestro santo patrono Ignacio de Loyola. Animados por Francisco, mantuvimos nuestra apuesta por el servicio. Y realizamos no una “Semana”, sino un “Mes Ignaciano”, una experiencia inspirada en el magis de Ignacio y la solidaridad de Hurtado. Contemplamos una Iglesia joven y en salida, que buscó, incluyó y acogió.
Dios nos ha comunicado una alegría llevada y traída, traída y llevada por los jóvenes a toda la comunidad. Una comunidad que comienza a confiar en que los jóvenes buscan a Jesús, que reconoce que en su alegría hay una llamada a la reconciliación. Un corazón adulto y reconciliado, capaz de descubrir nuevos rostros de fe. Dos signos acompañan nuestra experiencia: una mirada liberada del pesimismo y un corazón reconciliado. Comenzamos una nueva etapa, queremos caminar juntos y construir una Iglesia capaz de recibir y entregar el Evangelio que siempre ha sido, es y será Alegría.
Laudato Si’: Encontrar a Dios en la Creación
Raimundo Montero Labbé
Coordinador de Pastoral 3er ciclo
Colegio San Francisco Javier de Puerto Montt.
El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre. El ideal no es solo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas (LS 233).
Buscando nuevas experiencias formativas que nos ayudaran a apuntalar el camino a los Ejercicios Espirituales, nació en 2013 la actividad “Caminantes”, en la que invitamos a los cursos de Segundo Medio del Colegio San Francisco Javier de Puerto Montt a recorrer el sendero del Valle del Callao, que une los lagos Todos Los Santos y Rupanco, en la Décima Región. Durante cuatro días, nos adentramos en bosques milenarios, cruzamos puentes colgantes y acampamos bajo las estrellas.
Hemos querido aprovechar más aún nuestro impresionante entorno y salir, caminar, encontrarnos en medio de la naturaleza. Vamos en el espíritu de un grupo de jóvenes y educadores que quieren descubrir, preguntarse y contemplar. El silencio interior nos acompaña espontáneamente en gran parte del trayecto: es la misteriosa fuerza de la naturaleza que nos lleva a transitar otro viaje paralelo, hacia el interior de uno mismo y hacia nuestro Creador. Es de alguna manera el viaje del ser humano, que no está solo en esta tierra, que está profundamente conectado con todo lo creado.
“Vamos reconociendo la belleza de caminar y crecer en compañía. No nos importa tanto llegar a una meta como el hacerlo todos juntos, al tiempo del grupo”.
El Papa Francisco nos ha animado con Laudato Si’ a reconocer esto, admirarlo y buscarlo con mayor convicción. Constatamos que “el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas” (LS 85), y también reconocemos que “la fe nos permite interpretar el sentido y la belleza misteriosa de lo que acontece” (LS 79). Son muchos los jóvenes que nos han transmitido que aquí ocurre algo inefable, una experiencia de fe difícil de explicar, pero muy genuina y abrasante.
Vamos reconociendo la belleza de caminar y crecer en compañía. No nos importa tanto llegar a una meta como el hacerlo todos juntos, al tiempo del grupo. De la misma manera, el trabajo en equipo se nos revela como algo espontáneo y central, no desde un criterio de eficiencia, sino como modo de relación y vivir en este mundo. Hay nuevos signos en los compañeros que se traslucen en el escenario de la naturaleza, que nos recuerdan que todos formamos parte de algo mayor, que nos necesitamos y somos con otros. En una de las oraciones de la noche —luego de una larga jornada de camino que incluyó cruzar juntos un río, en cadena humana—, un joven le decía emocionado a sus compañeros: “Nunca hubiera cruzado yo solo ese río. Ahora me siento más parte de ustedes”. Y es que, como nos dice Francisco, nuestros límites se nos revelan como un regalo cuando nos reconocemos parte de algo mayor. Así “brotan inevitablemente gestos de generosidad,
solidaridad y cuidado” (LS 58).
A pesar del cansancio —o tal vez, también gracias a él—, el grupo va poco a poco sintiéndose parte de algo que lo trasciende y abarca. Palpamos esta casa común en su formato prístino —sin la vorágine del día a día, sin pantallas, sin datos agobiantes— y volvemos a nuestra cotidianeidad con una renovada idea del cuidado recíproco, de la sabiduría de lo sencillo, de la riqueza del encuentro humano abierto al diálogo. Vamos reconociendo, como Francisco, que nuestro mundo “es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza”.
Amoris Laetitia: Vínculos familiares y espiritualidad ignaciana
Samuel Yáñez
Académico, Universidad Alberto Hurtado
Preside el Consejo de servicio de CVX Santiago.
Como fruto de un proceso sinodal mundial de dos años, el 19 de marzo de 2016 el Papa Francisco publicó la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia sobre el amor en las familias. Un documento largo, amplio en sus temáticas y que presenta una visión renovadora.
¿Ha sido recibida la palabra de esta Exhortación entre nosotros? Yo diría que hay un comienzo de recepción. Tal vez, no puede ser de otra manera, tratándose de un texto tan rico. Pero también es verdad que los temas relativos a los vínculos familiares no han ocupado un lugar central en los recientes decenios. Ha habido desarrollos, es cierto; en los colegios hay Pastoral familiar, se encuentran cuadernos de espiritualidad sobre temas afines y hay experiencias de preparación de novios para el matrimonio. Sin embargo, hemos profundizado poco sobre espiritualidad ignaciana y familia. Falta conversar acerca de cómo propiciar formas de vida familiar que promuevan la transmisión de la fe y el compromiso socio ambiental por el bien común. Las dinámicas familiares corren el riesgo, a menudo, de encerrarse en sí mismas.
En el contexto en que me desenvuelvo, conozco algunas iniciativas inspiradas por Amoris Laetitia. Algunas personas han estudiado y difundido activamente las ideas renovadoras de la Exhortación en diversos ambientes eclesiales, entre laicos, religiosas/os y clérigos. Un grupo de personas de CVX Santiago, en colaboración con la Pastoral familiar del Colegio San Ignacio El Bosque, han elaborado el proyecto Crear Familia, con el fin de poner la espiritualidad ignaciana al servicio de los vínculos familiares en toda su diversidad y contribuir en la Iglesia con el desarrollo de nuevos caminos pastorales para acompañar en las distintas situaciones que les toca vivir.
“Hemos profundizado poco sobre espiritualidad ignaciana y familia. Falta conversar acerca de cómo propiciar formas de vida familiar que promuevan la transmisión de la fe y el compromiso socio ambiental por el bien común”.
Hasta el momento, se han dado cuatro pasos. Se invitó a Chile al sociólogo y miembro de CVX España Fernando Vidal, director del Instituto de la Familia en la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid), quien ofreció tres charlas y se reunió con equipos de trabajo durante una semana en mayo de este año. Un grupo de tres personas participó en un encuentro de formación en El Escorial (España), donde pudieron establecer redes, sobre todo iberoamericanas. Y otro grupo de matrimonios se está formando para ofrecer, desde 2018, el taller El Reloj de la Familia(1). El deseo es llevarlo a quienes interese, también a regiones y más allá del mundo ignaciano. Además, se ha impulsado con nuevo brío una experiencia de apoyo para personas separadas, bajo la idea de acogida, acompañamiento e integración.
Cabe mencionar una última iniciativa en curso: el círculo de estudio Sexualidad y Evangelio, del Centro Teológico Manuel Larraín; este trabaja actualmente en la elaboración de un libro sobre temas relativos a las realidades familiares y sus desafíos hoy… Queda todavía mucho por hacer.
(1) Este Taller ofrece elementos de espiritualidad ignaciana para la vida matrimonial y familiar en sus diversas dimensiones.