Por María Ester Roblero (Periodista y magister en Letras UC)
Aunque parezca increíble, desde la Tierra vemos siempre el mismo lado de la luna. Recién nos enteramos de ello en 1959 gracias a un satélite ruso. La banda Pink Floyd lanzó un disco titulado “El lado oscuro de la luna” casi 15 años más tarde de ese descubrimiento para abordar temas como la vejez y la enfermedad mental.Temas que aunque están, tampoco vemos.
Escribo lo anterior para ejemplificar y lamentar cuán fácil es que algo real desaparezca de nuestra vista. Y en concreto, cuán poco vemos de cine oriental a pesar de ver cine y series como nunca antes en nuestra historia gracias a la tecnología digital.
Hoy quiero llamar la atención sobre una directora libanesa llamada Nadine Labaki. La sigo con especial admiración tras haber visto su primera película “Caramel”, que logra entre lágrimas y risa meternos en la vida de cuatro mujeres que van a la misma peluquería en Beirut y con ello en el complejo problema de la mujer en el mundo árabe. Luego, con “¿Y ahora dónde iremos?”, muestra entre comedia y tragedia cómo todas las mujeres de un pueblo de cristianos y musulmanes recurren a las más ingeniosas estrategias para que sus maridos e hijos no se enteren de un nuevo conflicto. Y recién, hace pocos días, vi “Cafarnaún, la ciudad olvidada” que, aunque compitió con “Roma” en los premios Oscar del 2019 a la mejor película extranjera, tuvo escasa difusión en nuestros medios. De hecho, me enteré de la existencia de esta película de modo curioso: me encontré con una monja libanesa en el Santuario del Padre Hurtado. “De El libano, como Nadine Labaki”, le dije y ella reaccionó asombradísima. Y me habló de “Cafarnaún”, de su crudeza y de su tema: los niños de la calle.
¿Qué tiene que ver Cafarnaún, la ciudad en que Jesús pasó gran parte de sus tres años de predicación, la ciudad de Pedro, con una historia que transcurre en pleno siglo XXI en Beirut? Dos posibles explicaciones: se trataba de una ciudad grande en tiempos de Jesús y como en toda gran ciudad había infinitos problemas. Otra, es una referencia a una ciudad olvidada y Jesús parece ya no habitar en ella.
Los niños de esta película son niños de la calle. Pasan hambre. Viven en constante peligro de sufrir violencia y abusos incluso de sus propios padres. Pero la historia se centra en un solo niño, de apenas 12 años, que desde la cárcel decide demandar a sus padres para impedir que sigan teniendo hijos. Hasta aquí el spoiler. No he contado nada. Pero si con lo ya adelantado alguien cree que ver “Cafarnaún, la ciudad olvidada” es una locura, un atentado contra la propia estabilidad emocional, eso sería un error. La sensibilidad artística de esta directora de cine hace recordar ese verso de John Keats: “La belleza es verdad; la verdad, belleza. Esto es todo lo que sabes sobre la tierra y todo lo que necesitas saber”. La zona cerebral que se nos activa con este film es precisamente aquella donde conviven emociones como la compasión y solidaridad, muy lejos del cerebro reptileano lleno de miedos, ira e instinto de supervivencia.
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Por supuesto hay quienes han criticado mucho a Nadine Labaki por esta historia; han dicho que es porno-miseria. Incluso leí que la han acusado de intentar evitar que los pobres tengan hijos. Claramente no entendieron la película. La directora simplemente ha querido responder a una pregunta: si los niños de la calle tuvieran la posibilidad de decirle algo al resto del mundo, ¿qué le dirían?
Ver “Cafarnaún” es literalmente hacer una pausa: para conectarse con algo que no vemos. “Es el arte y no la política lo que cambiará el mundo”, dice Nadine Labaki. Difícil no cambiar de mirada después ver su última obra, aunque la realidad que muestra exista allá y acá hace rato. Un último dato: todos los niños que actúan en “Cafarnaún” son niños de la calle. El protagonista, un pequeño refugiado sirio, tras el estreno fue reasentado junto a su familia en Noruega gracias a la agencia para los refugiados de la ONU.
Al menos se puede decir, que el cine le cambió la vida a un niño.
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