Pausa Ignaciana: Relaciones humanizadoras

Por Pablo Walker SJ
Aquí no va el resumen de un libro, sino un camino que se abre. Veinte veces he compartido la idea central con amigos y cada vez me ha estremecido.
Dice Pedro Trigo en Relaciones Humanizadoras: “La fe es un modo de relación”. Consiste en que las personas se traten como personas, esto es como sujetos y no como engranajes de otra cosa. La fe que Dios nos tiene, también la que tenemos en Él o la que cultivamos entre nosotros, es “estructuralmente la misma”.
Por ejemplo, que un ser humano no sea para mí un medio para escalar o para conseguir dinero.  O que Dios no sea un medio para ganarme el cielo o para encontrar las llaves. Estas son las relaciones de fe, el más inaudito y fecundo camino de trascendencia. Un camino de humanización, probablemente uno contestatario al utilitarismo neoliberal.
La fe en Dios y en las otras personas, supone más protagonismo del oído que el de la vista. Escuchar es recibir el horizonte y las urgencias del otro.
Escucho “Yo no creo en Dios…”
Y otro dice: “Pero nos han dicho que Dios sí cree en ti”
Es el diálogo cotidiano sobre la posibilidad de creer comunitariamente en Dios en medio de nuestra crisis.
Dice Trigo. “Dios no tiene fe en cada ser humano porque cada ser humano y todos los seres humanos como tales seamos dignos de fe, sino para que lleguemos a serlo. Por eso él tiene fe en nosotros siempre. Nunca se resigna a que no seamos dignos de fiar. Esto es así porque nos ama de una manera absoluta”.
El Dios de los cristianos cuelga de un madero justamente por no dejar de esperar algo mejor de nosotros. Por tenernos fe, trata de liberar nuestra libertad cueste lo que cueste, lo sigue haciendo hoy con su Pueblo. Su amor nos empuja a ser fidedignos y ese amor radical es fehaciente. Es el amor hecho fe que aprendemos de nuestras abuelas, nuestras madres, de nuestros viejos.
En Semana Santa contemplamos que esa fe tiene un costo muy alto; sucede siempre en quienes se arriesgan a confiar en otro. Unirnos a ese costo de confiar, unirnos a su muerte y resurrección, es el sentido más profundo de nuestro bautismo. Sólo confiando en Él y en el ser humano podríamos empezar de nuevo, pedir perdón y aprender de las víctimas, sumar horizontes y urgencias distintas, cambiar lo que debe ser cambiado…liberar nuestra libertad recibiendo la de Dios.
Entremos en Semana Santa sentándonos a la mesa de quien está determinado a ir hasta las últimas consecuencias. “…la Cena del Señor como memoria peligrosa de ese hombre insobornablemente libre que fue condenado por poner su libertad en liberar las mentes y corazones de las gentes y que murió por la libertad suprema de entregar la vida que le quitaban”.
Que este beber su copa nos ponga en sus coordenadas frente al momento de la Iglesia chilena…
Reponer al Dios y padre de Nuestro Señor Jesucristo como nuestro origen y nuestra meta y aquel ante quien caminamos, pone todo en su sitio, equilibra el conjunto y nos da la perspectiva de horizonte que necesitamos para no sucumbir ante la presión de los amos de este mundo…”.
Un mundo del que Dios quiere que seamos parte y levadura, no rehenes.
 
 

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