Por Pablo Walker SJ.
Acabamos de celebrar a San Ignacio y el comienzo del Mes de la Solidaridad. Nos viene bien su desvelo por el evangelio de Jesús para pedirle nos inspire en la tarea de “ordenar los afectos”. Su espiritualidad nos ayudará a enfrentar “la cuarta ola” de la pandemia, la salud mental deteriorada después de meses de miedo y encierro; nos iluminará también en el proceso constituyente respecto del cual seremos consultados en el próximo plebiscito.
Hace unos días, a treinta pasos del Retén de mi barrio, se instaló en el garage de una casa una “tabaquería”. Ahí venden los filtros, papelillos, encendedores y pipas para consumir la droga que venden tres cuadras más allá. Hace unos años me encontré con el mismo “emprendimiento” en una casa en Pudahuel. En esa oportunidad le pregunté al que atendía si no le daba vergüenza ganar dinero promoviendo el consumo del veneno que mata a sus vecinos. Me dijo que no, que no era culpa suya que fueran adictos. Y que si él no vendía los papelillos y las pipas, otro haría el negocio. Transformar los afectos tiene que ver con cambiar esas normalizaciones, con que den escrúpulos ciertas cosas y nos enamoren otros intransables.
Viene bien, creo, ad portas de la discusión sobre el tipo de país que queremos, preguntarnos si no hay camino alternativo a esta cultura del oportunismo voraz promovida en las últimas décadas. “Solidaridad” tiene que ver con ese cambio de afectos, no primeramente con acciones asistenciales sino con unas entrañas transformadas en una pasión de justicia reparadora. Es la oportunidad de dar vuelta las tripas ante el enriquecimiento que legitima el negocio cualquiera sea la sequía, la desigualdad o la sangre que cueste.
No sé cuándo se normalizó que Chile fuera la tierra prometida de los oportunistas pero recuerdo una antigua entrevista a Milton Friedmad que está disponible en youtube(1.). Decía el académico: “¿Existe alguna sociedad que no sea incentivada por la codicia? ¿Usted cree que Rusia no es movida por la codicia? ¿O China? Este mundo es movido por individuos persiguiendo sus intereses personales… no hay camino alternativo conocido para mejorar la vida de las personas comunes”.
¿No hay un camino alternativo? ¿Ni siquiera cuando nos acercamos a un punto de no retorno en la habitabilidad de la “casa común”? De cara al discernimiento constituyente que cada uno(a) de nosotros deberá hacer respecto a los valores a priorizar en Chile, podríamos considerar la fe que nos regalaron no para resignarnos frente a esta vida, sino para transformarla.
En esta fiesta de Ignacio somos muchos quienes creemos que el Hijo de Dios vino a desencadenar una forma de vida liberada de la esclavitud, una manera de vivir que comienza no después de muertos sino ahora, transformando nuestras relaciones. Somos muchos quienes creemos que esa liberación genuina de los afectos voraces puede reparar un país herido por la violenta desigualdad y la injusticia. En este deseo compartido los invito a hojear este mes el libro de Román Guridi SJ: “Ecoteología, hacia un nuevo estilo de vida”. Es una brújula para las comunidades y las personas que despiertan de la indolencia.
Se hace cargo Román de la crisis ecológica y social volviendo a la revolución de las conciencias que trae Jesús. El jesuita teólogo nos lleva a descubrir que la crisis ecológica no tiene que ver sólo con el daño del medio ambiente sino con una autocomprensión de nosotros mismos que no da para más. Está en crisis una antropología voraz. Retomando los aportes de la teología contemporánea nos invita a cuestionar la mirada utilitaria hacia el relato bíblico de la creación y a mirar a Jesús de Nazareth y su Kénosis como la verdadera imagen de Dios y del ser humano. Centrando su reflexión en el texto del Himno de Filipenses (2,1-11: “tengan ustedes las mismas actitudes de Cristo Jesús…que no se aferró a su condición divina”) nos invita a desarmar los supuestos de nuestra compulsión acumuladora y a plantear la posibilidad de que la plenitud humana esté en ese mismo rasgo del Hijo de Dios de auto-limitarse para que puedan existir otros, de donarse abajándose, no por chorreo, sino por genuino cuidado de la vida de todos(as), de elegir tener límites en vez de acumular ventajas, para que en ese amor la dignidad sea desplegada. Así es Dios, y así puede ser el hombre y la mujer, “portadores de la imagen de Dios en medio de la creación”, personas capaces de “imagear a Dios”.
Se pregunta Román “¿Qué tipo de autolimitación debemos adoptar en nuestras vidas si queremos ser fieles a lo que Jesús revela como la verdadera imagen de Dios?”.
El puesto de venta de “tabaco” seguirá existiendo y no lo cerrará ni la más delirante “guerra contra las drogas”. Lo cerrará su propio dueño y su vecino, cuando hayan visto que quienes podíamos dedicarnos a acumular privilegios, elegimos renunciar a nuestra codicia para que hubiera una tierra fértil donde pudieran crecer otros.