Por Juan Pablo Espinosa Arce (Teólogo y educador)
Quisiera proponer tres pistas para pensar – más bien imaginar – una teología pastoral de la Parroquia para el tiempo de pandemia. El modo de pensar y actuar la comunidad tal y como lo conocíamos se ha transformado y, por consiguiente, nos ha invitado a transformar-nos. La teología de la Parroquia, como elemento fundamental de nuestro quehacer pastoral y como temática particular de la reflexión teológica sobre la Iglesia, y en este tiempo, debe avanzar e imaginar nuevos enfoques y puntos de anclaje. Para ello, las tres pistas siguientes, pistas en cuanto intuiciones o pretextos para una conversación mayor, buscarán pensar este nuevo tiempo parroquial. Las pistas serán:
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Re-imaginar y re-significar la presencialidad
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Una pastoral de la lentitud
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Mística y creatividad saludable
Re-imaginar y re-significar la presencialidad
Uno de los conceptos y experiencias que más hemos notado como propias del tiempo de la pandemia es la crisis de presencialidad. Ella supone un encuentro en vivo entre dos personas. Presencia y presente aparecen incluso como conceptos interrelacionados. Hoy la presencialidad se ha tornado en virtualidad o en una presencialidad virtual. No es que estemos desconectados, sino que estamos vinculados de un modo virtual. Ello ha aparecido como una resignificación de lo presencial. Resignificar es un término trabajado fuertemente en psicología y hace referencia a la capacidad de hacer la conexión entre dos cosas, para que una le de un significado nuevo a la otra.
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Misas online
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Facebook como lugar de lo sacramental
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La misma sacramentalidad
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Acompañar (duelos, lo educativo, lo laboral…)
Aparecen nuevas vinculaciones y otros modos de entender el encuentro humano en la plataforma. De hecho, la plataforma nos era conocida previo a la pandemia. Hoy la hemos resignificado, es decir, le hemos dado un valor distinto al que ya tenía y al que ya utilizábamos. Ahora bien, ¿cómo repensar o volver a significar la virtualidad como espacio de presencia? Quisiera proponer dos posibles acercamientos:
- Utilizando la expresión del teólogo argentino Alejandro Bertolini, la pantalla nos ayuda a descentralizar el poder. Todos podemos subir una fotografía, comenzar un video, comentar una publicación o escribir un posteo. Con la descentralización del poder no solo se espera del ministro ordenado la actuación, sino que surgen otros carismas. Ello atañe al tan discutido tema de la relación Iglesia-poder. Con los carismas (incluso con la reactualización de la Iglesia carismática en cuanto presencia de variados ministerios, funciones y modos de actuar la fe), incluso percibimos la catolicidad y universalidad de la Iglesia.
- En segundo lugar, la actualización del sacerdocio bautismal. En la pantalla podemos reactualizar el sacerdocio común de los fieles. La organización de encuentros de oración, la bendición del pan y los alimentos, la presencia de encuentros formativos, de la recuperación de los espacios de lo pastoral, pueden ser otro modo de vivir la nueva presencialidad en lo virtual. En este mismo sentido, Pedro Pablo Achondo y Cristián Eichin en un artículo reciente, indican que este sacerdocio bautismal, y en pandemia, ha evidenciado “la debilidad de nuestra formación litúrgica y de nuestras liturgias domésticas y familiares y lo que en cada una de ellas se puede celebrar en virtud del bautismo”. Con ello, la resignificación de lo virtual debe conllevar una resignificación en la formación litúrgica, teológica, en la conciencia de la Iglesia doméstica, de los sacramentales, de manera de no reducir lo sacramental a la mera pasividad o a algo desconectado de la vida cotidiana. En palabra de estos mismos autores, “la teología bautismal merece toda nuestra atención”, vivida en la casa y celebrada en ella y, en un posible tiempo más, en el templo.
Una pastoral de la lentitud
La segunda clave tiene que ver con la lentitud. En la vorágine del tiempo moderno, la espera, lo lento, lo incierto – como ejes de comprensión de la pandemia – nos pueden ayudar a valorar una pastoral de la lentitud. Parafraseo aquí el título del libro Pequeña teología de la lentitud del portugués José Tolentino de Mendonca. El autor indica que la lentitud es un “arte humano”, una nota característica de la propia vida. Pienso que con la pandemia hemos valorado y debemos continuar valorando la lógica del proceso, de entender que hay un trayecto entre un punto y otro, recuperar lo no apresurable. Tolentino Mendonca indica que “la lentitud intenta huir de lo cuadriculado; se arriesga trascender lo meramente funcional y utilitario; elige en más ocasiones convivir con la vida silenciosa; registra los pequeños tránsitos de sentido, las variaciones de sabor y sus minucias fascinantes, el palpar tan íntimo y diverso que puede tener luz”.
Pienso que una pastoral de la lentitud debe entenderse como una fe vivida como sentido, como fe que humaniza y sabe acompañar lo lento de la vida, una pastoral que sabe de los límites, que se deja interpelar más por los retrocesos que por las respuestas definitivas o por el mero siempre lo hemos hecho así. La pandemia nos ha demostrado que el siempre lo hemos hecho así es una fantasía y un peligro muy latente en lo pastoral. Es una vida de fe que no tiene miedo a dejarse transformar por el falso poder.
La Pastoral de la lentitud es la conciencia de lo inacabado, de lo “en camino”. Es una pastoral que entiende su planificación de una manera no estática, sino como algo que debe ser profundamente extático, incluso elástico, en salida, peregrina, descalza y herida. No es la pastoral de los príncipes en el palacio, sino que es la pastoral de la persona que sabe pedir porque tiene el corazón limpio y disponible, el corazón de las bienaventuranzas.
Mística y creatividad saludable
Cuando la OMS define el concepto “salud” indica lo siguiente: “La salud es un estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad”. Lo saludable, con ello, representa un concepto y una experiencia holística. Cuando uno alcanza la definición de la OMS, en un cierto punto, está experimentando la salvación. De hecho salud y salvación indican lo mismo: la plenitud.
En tiempos de COVID, es necesario pensar y vivir una mística saludable. Todas las tradiciones religiosas y espirituales indican que la fuerza, lo saludable, representan un estado estable, un sentido logrado. El modo de vivir lo santo tiene la característica de lo bifaz: yo me cuido para cuidar al otro. Esa profunda relación ética que valora el cuidado, el autocuidado y el co-cuidado, deben ser elementos asumidos por la Iglesia. No solo una pastoral de la salud en un hospital debería ser la encargada de esta tarea, sino que hemos de trabajar en la creación de espacios eclesiales sanos, atentos, compasivos, abiertos y dialogantes.
El Nuevo Testamento no separa la salud anímica de la corporal. Ellas van unidas y una se entiende con la otra. El modelo humano de Jesús se actualiza en el cuidado con el enfermo, cualquiera sea (Cf. Mt 25,35-40). Hemos de saber diseñar distintas formas de encuentro saludables que nos ayuden a entender los laberintos humanos en los cuales podemos discernir el paso del Dios que salva.