Comentario a las lecturas de la liturgia desde el domingo 1 al sábado 7 de diciembre de 2019.
“El Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”, nos dice Jesús, comparando ese momento con una situación que, en este momento, nos resulta experimentada en exceso: La llegada del ladrón a “perforar las paredes de la casa”. Una experiencia muy poco comparable con la idílica espera de la Navidad, pero que seguramente refleja nuestro estado de ánimo en el momento presente de nuestro país. ¡Hay que estar alertas, velando! Porque, como nos señala Jesús: “Ustedes no saben qué día vendrá su Señor”.
No sabemos qué día…, como la gente en tiempos de Noé, nos dice Jesús, para que nos mantengamos en vela. Y de nosotros depende que esa vigilia esté marcada por el miedo o por la esperanza. En la semana que terminamos recién, le escuchamos: “Levanten la cabeza, se acerca su liberación”, en la línea de lo que en este domingo nos dicen Isaías acerca de Judá y Jerusalén al fin de los tiempos, y Pablo en la carta a los Romanos: “Es hora de que se despierten, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros”.
Así, mientras la situación nacional nos inquieta, la Palabra del Señor nos reconforta y nos anima a cambiar, “abandonando las obras de la noche”, para “vestirnos con la armadura de la Luz”. Una combinación que nos ayudará a vivir de manera más profunda el Adviento, que no es sólo una preparación para la Navidad, sino que es el tiempo para que aprendamos a reconocer que “todos los días nace el Señor”, y se nos presenta especialmente en ‘cada pobre o enfermo’, en ‘cada persona sin vivienda’ y en cada hermana o hermano necesitado, como nos lo recuerda una de las propuestas del rito penitencial de este Tiempo.
Durante la semana, la mesa de la Palabra insiste en convocar a todos los pueblos para que acudan a la Casa del Señor, mientras nos reconforta haciéndonos palpar la acción del Espíritu en el centurión romano, y en los más humildes. Por Isaías, reconocemos que “el retoño del tronco de Jesé” estará pleno de ese mismo Espíritu, para traer la paz a todos los pueblos. Las escenas del ministerio galileo de Jesús nos invitan a disponernos para nuestro encuentro con Él, haciéndonos portadores de la liberación, la salud y la paz que Él mismo nos da. Cuando venga, lo único que nos valdrá es “estar prevenidos”, viviendo el Evangelio. Tenemos que edificar nuestra vida sobre la roca firme de poner en práctica lo que Él nos dice.
En el Adviento se sigue cantando el Aleluya antes del Evangelio, y si ocurre alguna fiesta en el santoral, se reza o canta el “Gloria”. Es como una cuaresma menos rigurosa, para ayudarnos a contemplar el misterio del amor de Dios que viene a buscarnos para que vivamos en Él.
El santoral nos recuerda el martes 3 a san Francisco Javier (+1552) patrono de las misiones, memoria que en el calendario jesuita se eleva al grado de fiesta. El miércoles 4 se puede recordar a san Juan Damasceno (+749), gran doctor de la Iglesia, defensor de las sagradas imágenes y el sábado 7 al también doctor de la Iglesia, san Ambrosio (+397), obispo de Milán, que bautizó a san Agustín. Tres que supieron estar preparados para la venida del Señor, e interceden por nosotros para que podamos hacerlo
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