Primera semana del Tiempo durante el año

La Manifestación del Hijo de Dios en nuestra carne es un misterio insuperable para la mente humana. Si, recordando a Pascal, debemos aceptar que el corazón humano “tiene sus razones que la razón no comprende”, con mucha mayor razón tenemos que aceptar que nos resultan incomprensibles las razones por las que Dios ha querido revelarnos su amor, y la manera como lo ha hecho, en Cristo. Sólo nos corresponde aceptar y agradecer el misterio, que como Iglesia hemos podido contemplar y celebrar en los días de Navidad y Epifanía. Días que, en este año, se han concentrado, porque habitualmente la Adoración de los Magos se celebra en el domingo  que ocurre entre el 1 y el 8 de enero, y el Bautismo del Señor se celebra el domingo siguiente. Pero cuando no existe ese domingo, la fiesta del Bautismo se traslada para el lunes 9, como ha ocurrido ahora. Con esa fiesta, se cierra el ciclo de Navidad y pasamos a las semanas del tiempo ordinario. De acuerdo con las disposiciones que rigen la mesa de la Palabra, en el año que ya iniciamos, los domingos leeremos y escucharemos el evangelio de san Mateo, mientras durante los días de la semana en los que no haya ninguna solemnidad, fiesta o memoria obligatoria de algún santo, podremos escuchar y contemplar ordenadamente la mayor parte de las Sagradas Escrituras.
En este año en que conmemoramos los 500 años del comienzo de la que hemos llamado “Reforma Protestante”, es bueno reconocer y agradecer que varias de las iglesias que nos separamos en ese entonces, en la actualidad compartimos el leccionario litúrgico, por lo que nuestras comunidades nos alimentamos semanalmente con los mismos textos de la Palabra de Dios. Esto nos ayuda a anhelar el día en que también podamos compartir el Pan de la Eucaristía.
El tiempo ordinario comienza entonces, en este año, el martes 10. Ese día recibiremos en la mesa de la Palabra, el texto de la carta a los Hebreos, 2,5-12, con el salmo 8 y el evangelio de san Marcos 1,21-28.  La normativa del Leccionario incluso recomienda unir  los textos del día anterior (Heb 1,1-6 y Mc 1,14-20, respectivamente) para no perder los versículos que introducen mejor a lo que seguiremos leyendo y escuchando en adelante. La Carta a los Hebreos es un tratado que nos presenta a Jesucristo como el Hijo predilecto del Padre, y nuestro Sumo Sacerdote que nos abre las puertas del Santuario del cielo, y nos introduce en él. Y así como el Sumo Sacerdote judío ofrecía la sangre de las víctimas, Jesús ofrece su propia Sangre, que nos comunica su vida divina. San Marcos, por su parte, nos llama a escuchar el Buena Noticia –el Reinado de Dios ya ha comenzado- y a cambiar de manera de ser, para que, junto con los primeros discípulos, sigamos a Jesús y lo acompañemos en su misión liberadora.
En el santoral, esta semana sólo recordaremos, el viernes 13, al obispo san Hilario de Poitiers (actual Francia) que vivió entre los años 315 y 368 y contribuyó con sus escritos y su labor pastoral a defender la fe trinitaria en medio de la crisis provocada por el arrianismo, que llegó a contar con el apoyo del emperador Constancio II. Porque resulta difícil creer que Dios se hace “uno de tantos” en medio de nosotros.

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