Quinta semana de Cuaresma

Tras el anuncio alegre de la semana pasada, que nos hacía presentir la cercanía de la Pascua, la última semana de Cuaresma, en la oración colecta del domingo, nos hace pedir la gracia de participar generosamente del mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. ¿No será pedir demasiado? Si pensamos seriamente, deberíamos adherir a esta petición con no poco temor, sabiendo que va contra nuestro instinto de supervivencia.

En el evangelio de este domingo, Jesús nos insiste en la misma línea: “El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo la conservará para la vida eterna”. Por eso nos recuerda que, para dar fruto, hay que morir, como el grano de trigo. Lo escuchamos, eso sí, después que el autor de la carta a los Hebreos nos ha señalado que el mismo Jesús por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer (…) y así llegó a ser causa de salvación eterna para quienes le obedecen.

Así nos disponemos a entrar la Semana Santa siguiendo a Jesús, recordando, además que este mismo mensaje recibieron las hermanas y hermanos que pasaron por las aguas del Bautismo, para incorporarse a Cristo. Animados, además, por la promesa que nos recuerda el profeta Jeremías: El Señor nos otorga una nueva Alianza, y escribirá su ley en nuestros corazones. Es la Ley del Espíritu que nos transformará en nuevas creaturas.

Durante la semana la mesa de la Palabra nos hace profundizar en el señorío de Dios sobre la vida y en la necesidad de que nos abramos a la verdad que nos hará libres, para poner nuestra vida en sus manos, como Susana, acusada falsamente, y como los jóvenes liberados del fuego en el horno de Nabucodonosor. Ambos casos, que podemos encontrar en el libro de Daniel esta semana, nos invitan a despojarnos de los temores que nos hacen apegarnos a nuestros egos, desde los que solemos juzgar a los demás. A menudo, por no enfrentar ni reconocer nuestros errores y pecados, dejamos de confesar el amor y la misericordia que Dios ha tenido con nosotros, hasta que crisis, como la que actualmente vivimos, nos hacen reconocer nuestra precaria realidad.

La silenciosa figura de san José, esposo de la Virgen María, viene a recordarnos en este ambiente previo a la Pasión, el humilde camino de Dios-con-nosotros, y a mostrarnos un ejemplo de escucha y disponibilidad a la voluntad de Dios. Y al terminar la semana, aunque aún su celebración no está en el calendario, podremos agradecer al Señor por el ejemplo de entrega de la vida por el Evangelio que nos dejó en Monseñor Oscar Romero (+24 de marzo de 1980).

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