Quinta semana de Cuaresma

Entramos ya en la última semana de la Cuaresma. Antes de 1970, se la llamaba  Primera Semana de Pasión y constituía una etapa más severa de la cuaresma, que culminaba en la liturgia del Viernes Santo, en la adoración de la Cruz, cuando ésta era la única imagen visible en los templos. En la actualidad, sin descuidar el ambiente penitencial de la Cuaresma, se procura evitar que la Semana Santa sea vista como una especie de “funeral de Jesucristo”. No podemos olvidar que los que  en estos días celebramos son  los  misterios  por los que hemos recibido nueva vida. Ése es el sentido del Bautismo, en que compartimos la muerte de Jesús para poder participar de su resurrección.
Este domingo nos abre a estas dos semanas haciéndonos contemplar a Cristo vencedor de la muerte en el “signo” de la resurrección de Lázaro. Se nos prepara a acoger en nosotros la Buena Noticia,  con el triunfante anuncio de Ezequiel: El Señor abrirá las tumbas de su pueblo, el que ahora habitará para siempre en la Tierra Prometida, ese “mundo futuro” del que la tierra de Canaán era sólo un símbolo o una prenda. Y san Pablo nos advierte en la carta a los Romanos que hemos de conservar el Espíritu que nos fue dado en nuestro bautismo, para que podamos compartir la victoria de Cristo sobre la muerte. Ahora bien, el mismo Jesús que derrota a la muerte, es el que se nos revela compartiendo nuestros dolores, llorando por su amigo Lázaro. Jesús ha bajado hasta nuestra muerte, para liberarnos; hay que seguirlo hasta allá para tener vida.
Desde la semana pasada, estamos siguiendo a Jesús en el evangelio de san Juan. En esta, se seleccionan signos y palabras de Jesús entre los capítulos 8 y 11. En el episodio de la mujer adúltera, que leemos el lunes precedido por la historia de Susana, del libro de Daniel, podemos recordar la relación Cristo-Esposo – Iglesia-Esposa, evocada por el evangelista en los capítulos 1(26-27), 2(28-29) y 20 (11-18). Desde el martes al jueves, asistimos a las controversias entre Jesús y los fariseos, ambientadas sucesivamente por la historia de la serpiente de bronce, la de los jóvenes israelitas arrojados al horno de fuego en Babilonia y la solemne promesa de Dios a Abraham: El esposo manifiesta su voluntad de dar la vida por la esposa, mientras sus interlocutores, enceguecidos en su interpretación de la Ley, rechazan su Revelación hasta intentar apedrearlo. El viernes, asistimos a otro intento de apedreo, ahora en el contexto de la fiesta de la Dedicación del templo y tras el discurso del Buen Pastor; nos preparamos a ese texto evangélico recordando la persecución que padece Jeremías. Y el sábado, mientras se nos recuerda la promesa de restauración davídica en el profeta Ezequiel, asistimos al cierre del signo que comenzamos a contemplar el domingo: La resurrección de Lázaro provoca la decisión de dar muerte a Jesús, porque “es preferible que un solo  hombre muera por el pueblo”.
De manera nueva, los creyentes estamos siempre desafiados a  convertirnos y aceptar los caminos y modos de actuar del Señor. El mensaje cuaresmal del papa Francisco  en este año nos advierte:
La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.
Que recibamos entonces, como Iglesia y como personas individuales la gracia de la auténtica conversión.

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