En las circunstancias actuales, el llamado que escuchamos en Isaías este domingo, puede parecernos una invitación a evadirnos de una realidad dura: “No se acuerden de las cosas pasadas (…) Yo estoy por hacer algo nuevo”. ¿Podemos proponer eso a las víctimas de abusos en la Iglesia? ¿Y a los responsables de haber cometido esos abusos? ¿o a las personas que pudieron hacer algo para evitarlos o sancionarlos, y no lo hicieron? No se trata de hacer vista gorda, pero tampoco se trata de eternizarnos en la búsqueda y castigo de culpables.
¿Qué nos dice Jesús en este domingo? : “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. No niega la realidad del pecado, ni la responsabilidad de la adúltera, pero llama a reconocer la solidaridad fundamental entre la pecadora y sus acusadores… como nos llama ahora a reconocernos Pueblo-de-Dios-santo-y-necesitado- de-conversión. Somos solidarios en el pecado, porque nuestra manera de ser iglesia ha favorecido una cultura de abusos, y una doble vida: nos hemos sentido acreedores de un fuero especial, que nos autoriza a juzgar a los demás, sin ser nosotros juzgados.
Tanto la mujer como sus acusadores se encuentran con Jesús, que es la Verdad. Y Jesús no condena, pero llama a asumir la Verdad que, como Él mismo ha dicho,“nos hace libres”; así, nos permite cambiar, y “no pecar más en adelante”. En el momento actual, eso significa participar activa y fraternalmente en nuestras comunidades, para superar el clericalismo y la cerrazón que han sido nuestro adulterio eclesial, respecto de Cristo-Esposo.
Durante la semana, en la mesa de la Palabra se seleccionan signos y palabras de Jesús entre los capítulos 8 a 11 del evangelio de san Juan. El “caso” de Susana en el libro de Daniel, aunque pueda evocarnos la escena que hemos contemplado el domingo, más bien nos prepara a contemplar a Jesús que se presenta como la luz del mundo, en su controversia con los fariseos. Otras controversias las contemplamos en el contexto de escenas del Antiguo Testamento que nos preparan con mayor inmediatez al misterio de la Cruz. Ante el esfuerzo revelador de Jesús, sus interlocutores intentan apedrearlo. El conflicto culmina con la decisión del Sanedrín: Hay que dar muerte a Jesús, para que los romanos no destruyan el lugar santo y la nación. El evangelista nos ayuda a reconocer que ya se anuncia el valor salvífico universal de la Pasión del Señor.
El viernes de esta quinta semana, las normas litúrgicas permiten elegir entre la celebración ferial (en la que el profeta Jeremías, perseguido, prenuncia la Pasión) o la de Santa María junto a la Cruz. El prefacio que se propone para esta misa nos invita a dar gracias al Padre por haber asociado a la Virgen María a Jesucristo, haciéndola colaboradora en la redención…”y la que no había conocido sufrimientos al dar a luz a tu Hijo, para hacernos renacer en ti, al pie de la cruz padeció un profundísimo dolor”.
En nuestra Cuaresma de Fraternidad, no olvidemos asociarnos especialmente a aliviar la pasión de nuestros hermanos migrantes.