La historia de un viaje por —literalmente— medio mundo, conociendo cómo operan centros sociales jesuitas en diversos contextos de necesidad.
Por José Francisco Yuraszeck sj.
(El presente artículo es la versión extendida del publicado en la última edición de la revista Jesuitas Chile: Primavera 2016)
Escribo estas líneas un par de semanas después de concluir un intenso viaje durante el verano del hemisferio norte. Han sido largos tres meses. Suspendidas las actividades académicas en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma -donde me encuentro estudiando una Licencia en Teología Moral- he podido visitar distintas ciudades y lugares de la India y Australia.
La motivación primera de este recorrido ha sido la de conocer el trabajo que hacen distintas obras sociales al alero de la Compañía de Jesús, en sintonía con el acento que le estoy dando a mis estudios. Por supuesto que he aprovechado también para intentar empaparme de las culturas locales y situaciones sociales tan diversas de los lugares donde he estado. Y he podido gozar de la hospitalidad y el compañerismo de los jesuitas y colaboradores en estos lugares, compartiendo el techo, la misa, la mesa y la pasión por intentar llevar adelante la misión que se nos ha confiado.
En este escrito me propongo mostrar algunos brochazos de los aprendizajes que he hecho en este tiempo, aunque a partir de tres experiencias que me han abierto un poco los sentidos. ¡Tendría tanto más que contar! A través de estas historias quiero compartir algo de lo que he visto y oído. El primero es acerca de los llamados Grupos de Autoayuda, conformados sobre todo por mujeres, en las cercanías de Mundgod, India, aunque existen grupos similares repartidos por toda el país. Luego, relato un encuentro con muchachos que viven en un internado en Manvi. Ambos lugares están situados en el estado de Karnataka, en el sur de la India. En tercer lugar, me refiero a la visita al Artful Dodgers Studio, de Melbourne, y el encuentro con Fablice, un joven de Burundi refugiado en Australia. Al concluir ofrezco algunas reflexiones preliminares. ¡Comencemos!
Grupos de Auto Ayuda / Self Help Groups
Desde un Centro Social llamado Loyola Vikasa Kendra, en Mundgod, se me dio el regalo de poder visitar en una de las aldeas cercanas a un Grupo de Auto Ayuda (Self Help Group). Mayoritariamente conformados por mujeres, estos grupos se encuentran cada semana para ahorrar comunitariamente, en un modelo similar al hecho mundialmente conocido por Muhammad Yunus y el Grameen Bank de Bangladesh.
Son las mujeres las que tienen esta iniciativa. Los hombres -me decían- suelen irse directo desde el lugar de pago a la cantina. Las tasas de alcoholismo en este lugar son altísimas. Las mujeres se reúnen para apoyarse. En caso de que alguna tenga alguna necesidad particular -enfermedad de algún miembro de la familia, un viaje urgente- acuden al fondo común. También en un buen número de casos estos ahorros les dan la posibilidad de acceder a microcréditos para iniciar o sostener algún pequeño negocio o algún proyecto comunitario, como, por ejemplo, sistemas de regadío.
Me han sorprendido los fuertes lazos que han ido tejiendo estas mujeres a lo largo de los años. El grupo de la foto se reúne semanalmente desde hace un cuarto de siglo. Y aunque pareciera ser que el ritmo de su progreso es lento -desde afuera y con otros criterios de eficiencia-, comparten con entusiasmo cómo han podido ir haciéndose cargo, poco a poco, semana a semana, de sus necesidades más urgentes. La presencia de los internados, escuelas y colegios que la Compañía tiene les ha facilitado el poder entregar a sus hijos lo que hace unas décadas era simplemente impensado: educación. Con la sabiduría que tienen quienes viven de la agricultura, pareciera que son conscientes de que en lo que a ellas toca, la siembra está hecha. Solo desde el Loyola Vikasa Kendra, en Mundgod, acompañan a 320 de estos grupos.
¿Cómo puedo ser tan gordo como usted? / How can I be as fat as you?
Algunos días después tuve también la oportunidad de visitar Manvi, un lugar donde los jesuitas de la provincia de Karnataka han iniciado hace unos 15 años un trabajo fecundo que incluye, entre otras cosas, un colegio, internados, y también un centro social para apoyar a las comunidades tribales que viven en las aldeas vecinas. Todo esto en coordinación con la cercana misión de Pannur, donde también tienen un colegio y un internado, además de un dispensario para la atención médica, llevado adelante por unas hermanas. Recientemente han terminado de construir el templo parroquial.
Caminando un día sábado por la tarde por las canchas del campus que acoge todas estas instituciones, se me acercaron amistosamente unos muchachos. Tras las primeras preguntas rompehielo -cuál es su nombre, de dónde viene, hasta cuándo se queda, etc.- les pedí que me enseñaran por favor las reglas del criquet, que sus compañeros jugaban unos metros más allá. Con gusto lo hicieron, a pesar de sus dificultades con el inglés y mi total ignorancia respecto de su propia lengua, el kannada. Entre nos, no me pareció muy entretenido el criquet, al menos al mirarlo; tal vez otra cosa sea jugarlo. ¿O será que no entendí?
Tras terminar con la explicación, uno de ellos me preguntó, con voz más o menos seria: ¿Cómo puedo ser tan gordo como Ud.? Al principio no me gustó nada la pregunta, y se lo dije. Puede que sea maceteado, que esté sanito, que parezca fuerte… pero… ¿gordo? Entendí el fondo de la pregunta. A sus 16 años no consigue “echar cuerpo”.
Le hablé de que tenía que preocuparse de comer bien, y también de hacer deporte. Lo que no le dije es que probablemente a esta altura no hay mucho que hacer: lo que no comiste cuando eras un niño, o lo que tu madre no comió mientras te amamantaba, es muy difícil de recuperarse. Ello determina de algún modo la contextura, y varios otros desarrollos posteriores, incluida la situación de salud, la expectativa de vida y, en cierto sentido, puede afectar también el desarrollo intelectual. Tampoco le dije que en el otro extremo, el sobrepeso o la obesidad, tiene sus riesgos.
Estaban muy preocupados de que no me fuera a olvidar de sus nombres. Así es que les propuse sacarnos una foto y escribirlos en ella. Acá está. Akash, de 10 años, Yallappai de 14, y los dos Basavaraj de 16. A mis 39 me veo ciertamente más grande -y gordo – que ellos. Atrás, sus compañeros juegan criquet.
Me alegré de que a ellos se les diera la oportunidad de hacer amistad, estudiar, hacer deporte y formarse en este lugar, además de recibir una buena alimentación cada día. Hay muchos otros lugares en los que esta posibilidad simplemente no existe.
En estos y otros encuentros he podido ponerle rostro, una vez más, a lo leído en los libros y reportes estadísticos. Pensar que hay tanto por hacer junto con otros para que las condiciones de vida de una buena proporción de la población mundial mejoren, existiendo los medios para hacerlo.
Cuando era más joven / When I was younger…
Fablice Manirakiza nació en Burundi. En virtud de la persecución política y étnica de la que era testigo y víctima en su tierra, y del reclutamiento forzado para sumarse a la milicia cuando era niño, decidió arrancar apenas se le presentó la ocasión. Tras escapar de su país vivió algunos años en un campo de refugiados en Tanzania. Estando ahí comenzó a canalizar sus problemas y angustias a través de la música.
Llegó a Australia en 2007 y afortunadamente su petición de refugio fue acogida. Tras andar por distintos lugares, intentando encontrar redes de apoyo, llegó al Artful Dodgers Studio del Jesuit Social Services. Ahora es conocido como FLYBZ: grabó hace algunos años su primer disco. Fui testigo de su relato conmovedor acerca de cómo este lugar se había convertido en un verdadero hogar: un espacio donde desarrollarse y crecer, junto a muchos otros jóvenes.
A quienes llegan acá se les ofrece la posibilidad de explorar su creatividad a través de la música u otras manifestaciones artísticas, y, a partir de ello, participar de otros programas, como Connexions y el Jesuit Community College. Tal vez el caso de Fablice sea excepcional respecto del relativo éxito que ha alcanzado como artista: pero de casos como el de él en realidad está plagado. Le pedí que nos sacáramos una foto y aceptó feliz.
Pude escuchar a Fablice dar un testimonio de su experiencia, y hablaba de San Ignacio y de la Espiritualidad Ignaciana como una herramienta de transformación social, usando la imagen de un puente que une mundos distintos y posibilita la comunicación y el crecimiento. Pude escuchar y bailar su música en vivo y en directo, entre otras una canción llamada When I was younger, en que cuenta de su experiencia y aprendizajes, a partir de lo que le enseñaron sus papás antes de que fueran asesinados: creer en Dios, que nos acompaña y ayuda, tratar a los demás con amor y respeto, y ocuparse de tener una buena educación con lo que esté a la mano. Realmente muy inspirador.
Una de las consignas del Jesuit Social Services, que pude ver en vivo y en directo en este y otros programas, ha sido la de nunca dejar de confiar en las personas, especialmente si son jóvenes. Ofrecen espacios como este Estudio, pero, además, van a la cárceles para ayudar a la reinserción de quienes cumplen su condena; acompañan a quienes han pedido asilo; trabajan con quienes han sufrido la pérdida de un ser querido que se ha suicidado; acompañan a los pueblos originarios en sus luchas y organización, y un largo etcétera.
Muchas de estas iniciativas son financiadas con aportes de particulares y otras tantas son parte de programas del mismo gobierno que buscan contribuir a que los que por distintas razones tienen alguna dificultad o tropiezo, puedan ponerse de pie y aportar con su vida, talentos, creatividad, etc., a la sociedad. La aproximación proactiva a los problemas de distinta índole que afectan a la juventud me ha llamado positivamente la atención: más que criminalizar o solucionar todo con multas o medidas precautorias (no es que no lo hagan en algunos casos), se trata de ayudar a cada cual a sacar lo mejor de sí. Una de las aproximaciones que tienen en el trabajo con jóvenes es el de la reducción de daño, que en Chile -me parece- ha sido implementada y promovida por la Fundación Paréntesis, asociada al Hogar de Cristo.
Desde lo visto y oído…
Aunque en algunos lugares se puedan encontrar opciones particulares más antiguas, la opción de las provincias de la India por los dalits (descastados/oprimidos) y adivasis (pueblos originarios/habitantes de la tierra) se potenció con especial cuidado a partir de la Congregación General 32 de la Compañía de Jesús, realizada en 1975. Según me contaron algunos compañeros, en un buen número de casos una de las fuentes de inspiración fue la acción de la Iglesia Latinoamericana de esos años, que a partir de Medellín y Puebla orientó sus esfuerzos teniendo como consigna la opción preferencial por los pobres, el pensamiento que surgió en torno a la Teología de la Liberación, y la experiencia y escritos de Pablo Freire. Más o menos 40 años tienen varias de las obras que conocí. Y los que las fundaron ya están en sus 80s o ya pasaron a mejor vida.
En el caso australiano fue también la CG32 la que llevó a preguntarse por el apostolado social, dándose inicio a distintas iniciativas particulares de trabajo con grupos marginalizados de la población, comenzando con jóvenes encarcelados. Con el tiempo fueron articulándose en Jesuit Social Services. Los apostolados más tradicionales de los jesuitas allá (colegios, parroquias, ejercicios espirituales, apostolado intelectual y de comunicaciones) han intentado acoplarse de un modo creativo a esta misión, ayudando a juntar fondos, con iniciativas de voluntariado, e incorporando en los programas de formación tanto los desafíos sociales como a los mismos protagonistas que les ayudan a abrir los ojos a realidades un tanto distantes para la mayoría.
Si cambia el contexto y las posibilidades, habrá que cambiar el modo en que hacemos lo que hacemos. La misma inspiración, el servicio de la Fe y la promoción de la justicia que de ella brota, ha suscitado respuestas creativas en cada rincón del mundo. A 40 años de la CCG32, que actualizó nuestra misión, con los añadidos posteriores de la inculturación del Evangelio, el diálogo interreligioso y el cuidado de la relación con el medio ambiente, y en medio de las realización de una nueva Congregación General, constato que en muchas de las obras sociales que en Chile se han fundado al alero de la Compañía (Hogar de Cristo y sus fundaciones asociadas, Fundación Vivienda, Techo, Servicio Jesuita a Migrantes, etc.) tenemos mucha experiencia y la posibilidad de contar muchos casos exitosos de ayuda y superación en servicio y colaboración.
Al mismo tiempo, y dado que el contexto y las necesidades han cambiado, tenemos una cierta obligación de actualizar nuestra propuesta: sabiendo cuidar el ciclo completo de la misión, que incluye la inserción y el servicio directo en y con las personas y comunidades que tienen alguna necesidad; la reflexión e investigación acerca de las causas que provocan esas situaciones, para poder ofrecer respuestas atinadas y alternativas que den mayor fruto, y, a la vez, que interroguen las estructuras sociales y los modos de comprender el desarrollo y el modo de vivir juntos que hemos establecido; y, por último, el trabajo orientado hacia la incidencia (advocacy), tanto en casos puntuales como en términos generales respecto de las políticas públicas y la cultura y modos de ser.
Estos encuentros que les he compartido me han dejado pensando en cómo el seguimiento de Jesús y el intento por buscar el Reino de Dios y su justicia tienen un dinamismo capaz de convocar a creyentes y no creyentes en favor de los que tienen alguna necesidad, partiendo por las propias. No nos situamos fuera de la historia o de la sociedad, ni como quienes tienen todo resuelto. Es bueno volver una y otra vez a Jesús, para humanizar y revitalizar nuestra vida, nuestras opciones, con la convicción de que, sumando “de a varios poquitos” se llega a construir algo grande. O como lo que se nos enseña al mirar la ofrenda de la viuda: es mucho más grande que otras ofrendas, a pesar de lo poco, pues es parte de lo que ella necesitaba para vivir. Lo que convence en el seguimiento de Jesús -me parece- es la alegría de la entrega y la posibilidad de constituirse en una comunidad que camina junta, sanando las heridas, atendiendo al que va un poco más lento o queda botado al lado del camino, con el Reino de Dios como horizonte. De todo eso necesitamos mucho en nuestras ciudades, barrios y comunidades.
Estas y otras experiencias de José Francisco se pueden leer en Otra ciudad que no se acaba