Según san Ignacio de Loyola, el amor consiste en (…) dar y comunicar [la persona] amante a [la persona] amada lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante (cf. Ejercicios Espirituales n. 231). Y el misterio de la Santísima Trinidad no es un misterio aritmético, sino un misterio de amor. El Padre se da totalmente al Hijo y al Espíritu, y el Hijo al Padre y al Espíritu, y el Espíritu al Padre y al Hijo, de modo que las tres personas distintas, son un solo Dios… que es Amor y que nos hace entrar en su vida, porque el Hijo se hizo uno de nosotros y, muriendo nuestra muerte, nos dio su Vida. Ése es el Misterio de amor que hemos contemplado desplegándose desde Adviento hasta Pentecostés, y que en este domingo admiramos en silencio agradecido. Mientras tanto, tratamos de hacer realidad, en nuestro mundo, el deseo expresado por Jesús en la Última Cena, cuando oró por nosotros pidiendo: “que todos sean uno lo mismo que lo somos tú y yo, Padre. Y que también ellos vivan unidos a nosotros”. Es lo que acabamos de recordar y de pedir en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.
Pero hay algo más: en cada Eucaristía se hace realidad lo que pidió Jesús: porque en la Misa nos ponemos en presencia de la Trinidad y nos dirigimos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Y no sólo eso: en la plegaria eucarística pedimos al Espíritu –después de haberlo invocado sobre el pan y el vino, para que se transformen en Cuerpo y Sangre de Jesús- que descienda sobre nosotros, y nos transforme en miembros de Jesucristo, cuyo Cuerpo y Sangre comulgamos. Es decir, durante la Eucaristía, nos unimos a la Trinidad, para llevar su vida a nuestro mundo y nuestra sociedad. En la medida en que nos dejamos mover por el Espíritu para actuar en favor de los demás, prolongamos la vida trinitaria a nuestro alrededor. Ésa es una clave para entender la Palabra que Dios nos dirige en este domingo.
En este espíritu de unidad, el lunes comenzamos a compartir la carta en que san Pablo se reconcilia con la comunidad de Corinto. En ella, el sábado 17 escucharemos el pasaje que ha articulado la Semana de Oración por la Unidad, invitándonos a la reconciliación con Dios y entre nosotros. En el evangelio, esta semana acompañamos el comienzo de la predicación de Jesús en Galilea, pasando, por el pórtico de las Bienaventuranzas, a escuchar a Jesús que – como definitivo Moisés – proclama la Nueva Alianza en el Sermón de la Montaña.
En el santoral, la memoria del apóstol san Bernabé resulta impedida por la solemnidad de la Santísima Trinidad, de modo que en la semana sólo nos encontraremos con la memoria del muy popular san Antonio de Padua (1195-1231), el martes 13. Nacido en Lisboa, Portugal, había ingresado a la orden de los canónigos de san Agustín, pero el martirio de cinco franciscanos en Marruecos, lo impulsó a ingresar en esa naciente orden, en 1220. El mismo san Francisco le encargó dedicarse a la predicación y la enseñanza. En 1946, el papa Pío XII lo declaró doctor de la Iglesia.
Última clase de Diplomado en Liderazgo Ignaciano para directivos
El viernes 22 de noviembre se desarrolló la última clase del Diplomado en Liderazgo Ignaciano para directivos que comenzó en abril de este año.