Santísima Trinidad y octava semana

Comentario a las celebraciones litúrgicas de la fiesta de la Santísima Trinidad y de la octava semana del tiempo durante el año (22 al 28 de mayo).
En Pentecostés se nos ha manifestado el Espíritu, que lleva a su plenitud la obra de Cristo en el mundo. Ahora, la solemnidad de la Santísima Trinidad nos llama a contemplar, en admiración silenciosa, la realidad divina que se nos ha revelado en la historia de la Salvación. El prefacio propio que nos propone la liturgia para este domingo, intenta expresar el misterio en palabras comprensibles: Dios es uno en tres Personas: tres Personas distintas de una misma naturaleza (…) e iguales en dignidad. Un conciso texto litúrgico, precioso, especialmente para los teólogos, que quiere hacer inteligible la experiencia del misterio de Dios revelado en Jesucristo. Personalmente, prefiero contemplarla en el relato que hace la Plegaria Eucarística IV, que celebra la grandeza de la obra divina y culmina invocando al Espíritu a fin de que nos transforme en ofrenda permanente para alabanza de la gloria de Dios.
A esa alabanza nos ha preparado en este domingo la mesa de la Palabra, sobre todo en la combinación del texto de la carta a los Romanos con el del evangelio de san Juan, que nos ponen en el corazón del misterio trinitario, abriéndonos a la esperanza de la gloria, que no será defraudada. Por su parte, el texto de los Proverbios nos dispone a esa revelación, al insinuarnos la pluralidad de personas en Dios manifestada en la obra creadora.
Durante la semana, seguimos alimentándonos de las epístolas llamadas “católicas” (porque no se dirigen a ninguna comunidad en particular). El lunes entramos en la primera carta atribuida a san Pedro, donde encontraremos el párrafo inspirador de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que acaba de terminar. Podemos, entonces, escucharla y leerla como una exhortación a que nuestra vida cotidiana transparente las maravillas que el Señor ha obrado en nosotros, sin dejarnos vencer por las dificultades. En la misma línea se mueven los versículos de la carta de san Judas, que se nos ofrecen el sábado, apuntando a las dificultades internas de la comunidad. En el Evangelio, retomamos la lectura de san Marcos a partir del capítulo 10. En esta semana leeremos o escucharemos parte de ese capítulo y del siguiente. Comenzamos el lunes con el episodio del joven rico, el que se completa el martes con la conversación sobre la retribución a quienes lo han dejado todo. El miércoles y el sábado en el diálogo con los hijos de Zebedeo y la controversia con los jerarcas del templo acerca de la autoridad de Jesús, podemos hacer un provechoso examen sobre la autoridad como servicio en la Iglesia. Las escenas del jueves y del viernes evocan la realeza de Jesucristo, proclamada por la súplica de Bartimeo, y la suerte de un pueblo (Israel? La Iglesia?) que no da el fruto esperado.
El santoral está bastante poblado de figuras que la Iglesia nos presenta como modelos de vida cristiana, si bien las dos primeras de esta semana -santa Rita de Casia (+1457) y santa Joaquina de Vedruna (+1854)- resultan impedidas por el domingo. El martes 24, la familia salesiana celebra a Santa María Auxiliadora, mientras la familia ignaciana celebra a la misma Virgen María, como Nuestra Señora del Camino.  El 25, se puede recordar a san Beda el Venerable (+735), doctor de la Iglesia, que ha proporcionado el lema episcopal del papa Francisco, o a san Gregorio VII (+1085), papa, valeroso reformador y promotor de la libertad de la Iglesia. También ese día se puede recordar a la carmelita santa María Magdalena de Pazzi (+1607). Y, en los calendarios particulares,  se destaca la figura de santa Magdalena Sofía Barat (+1865), fundadora de las religiosas del Sagrado Corazón, sin olvidar a santa  Mariana de Jesús (+1645), ecuatoriana, laica terciaria franciscana, muy cercana a los jesuitas, en cuya iglesia está sepultada en Quito. El 26 se recuerda a san Felipe Neri (+1595)y  el  27 se puede celebrar la memoria del obispo  san Agustín de Canterbury (+605), monje  benedictino en Roma, enviado como misionero a Inglaterra por el papa Gregorio Magno, y organizador de la Iglesia allí.

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