En nuestro hemisferio el clima meteorológico no acompaña al clima litúrgico. La fiesta de Pascua, para la que nos preparamos en la Cuaresma porque en esa fecha ocurrió la Muerte y Resurrección del Señor, nació en Israel ligando la victoria del Señor que liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto con la fiesta primitiva del inicio de la primavera, cuando la naturaleza resucita. Pero nació en el hemisferio norte. Nosotros, en el sur, estamos en otoño, de manera que el clima no nos acompaña, para experimentar en la piel la renovación de la vida.
Lo que celebramos, en todo caso, es la Vida nueva que Cristo nos da, al morir y resucitar por nosotros. A esa celebración nos preparamos, aprendiendo a unir con Cristo nuestra vida y nuestra muerte en toda época del año. De hecho, cuando nos reunimos en la eucaristía, anunciamos siempre su Muerte y proclamamos su Resurrección, y cada domingo la Iglesia nos recuerda que es el día en que Cristo ha vencido a la muerte y ha manifestado su resurrección. Por lo tanto, no estamos celebrando una fiesta de la Naturaleza, sino el misterio del Dios-con-nosotros, que ha dado su Vida, para que tengamos vida, y la tengamos en plenitud (cf. Juan 10,10).
Esta segunda semana de Cuaresma se inicia siempre con la contemplación de la Transfiguración del Señor que, en los tres evangelios sinópticos, es presentada casi como una unidad con el reconocimiento de Jesús como El Mesías, el primer anuncio de la Pasión y la invitación a tomar la cruz detrás de Él. Y también anuncia Jesús que algunos verán pronto como se hace presente el reinado de Dios. Ese anuncio es el que se cumple en el misterio que recordamos este domingo: Pedro, Santiago y Juan son llamados a ser testigos de cómo la Ley y los Profetas dan testimonio del “Hijo predilecto” del Padre, y a recibir la orden de escucharlo.
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Este momento de la Cuaresma, entonces, nos anima a seguir a Jesús por su camino: el de su Muerte y Resurrección, que los discípulos de Jesús recorremos simbólicamente en el sacramento del Bautismo.
En los primeros siglos, muchos discípulos y discípulas de Jesucristo siguieron cruentamente por ese camino. Pero el llamado sigue siendo el mismo para quienes hemos sido llamados a la fe, veinte y más siglos más tarde: Dando la vida diariamente por los demás: en la familia, en la fábrica o la oficina, en el servicio público, en la vida comunitaria… Cada cristiana o cristiano sabe que ser discípulo de Jesús no significa quedarse en el Tabor: debemos bajar del monte para reencontrarnos con Jesús en la persona de la gente que sufre, que nuestro mundo margina y olvida. A eso nos llamará la mesa de la Palabra en la semana que se inicia. El lunes somos llamados a ser misericordiosos como el Padre… y el sábado, la mal llamada parábola del Hijo pródigo, nos mostrará la escandalosa profundidad de esa misericordia.
A ella nos acogemos en este tiempo en que parecen crecer las brechas entre nosotros, tanto en el país como en el mundo. Los virus del miedo y del rencor pueden provocar más muertes que el coronavirus. Jesús transfigurado nos muestra la victoria final. Sigámoslo, sin miedo.
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Foto: gentileza Jesuitas Provincias Argentina Uruguay