Segunda Semana de Pascua

Iniciamos esta semana “como niños recién nacidos”, según las palabras de la carta de san Pedro que evocamos en la expresión popular “Cuasimodo”, castellanización del latín “quasi modo” (= a la manera de). Una frase que se dirige especialmente a quienes han celebrado su iniciación cristiana en la noche pascual. Pero también a quienes hemos renovado nuestro compromiso bautismal y hemos celebrado la Vida Nueva que Jesús Resucitado nos ha regalado. Pasado este ‘octavo día’, la liturgia disminuye un poco el tono jubiloso de la semana anterior, si bien los cincuenta días del tiempo pascual son como un solo ‘gran domingo’, en el que se nos permite alegrarnos con el triunfo del Señor.
En este domingo, podemos ver la figura del apóstol Tomás como quien representa nuestras dudas y demandas al Señor. Como ese apóstol, a menudo nos alejamos espiritualmente de la comunidad… y la comunidad no logra convencernos de la presencia del Señor en ella. Tanto ella como cada uno de sus miembros, necesitamos constantemente convertirnos y confiar en la presencia del Resucitado. ¡Felices quienes creen sin haber visto!, nos dice Jesús a Tomás y a nosotros con él. Él está vivo y presente en esta comunidad, que debe aprender a superar el miedo y atreverse a salir, con sus heridas y defectos, porque, “en su gran misericordia  [el Padre] nos hizo renacer a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera”. Y, a medida que nos acerquemos a esa comunidad ideal que nos presenta el libro de los Hechos, mostraremos mejor la verdad de nuestra fe.
Durante el tiempo pascual, la primera lectura será siempre del libro de los Hechos, y nos pondrá ante los ojos a la primera comunidad de los creyentes, que no recibirá su identidad hasta que en Antioquía el nombre de “cristianos” designe a los seguidores del camino de Jesús provenientes tanto del judaísmo como del mundo gentil. Los domingos tendrán una lectura semicontinua distinta a la de los días feriales. Durante esta semana seremos conducidos desde el momento en que el Sanhedrín prohíbe  a los apóstoles predicar en el nombre de Jesús, hasta que el conflicto interno revela a los discípulos la necesidad de organizar mejor a la comunidad, y percibimos cómo ella se va abriendo al ingreso de los provenientes del mundo no judío. Ante las crisis que pueden sacudirnos, nuestra actitud debería ser preguntarnos por lo que el Espíritu nos quiere enseñar, sin aislarnos en la autosuficiencia, ni dejarnos asustar y conmover por las tempestades que inevitablemente vendrán. Sólo la fidelidad al Espíritu nos permitirá discernir la voluntad del Padre en el momento presente.
Habiendo pasado el tiempo más fuerte del ciclo pascual, volvemos a mirar a los testigos que nos muestran el poder de la fe en Cristo. El lunes 24 se puede recordar al capuchino san Fidel de Sigmaringen (+1622), mártir en Suiza, en el contexto de la guerra de Treinta años. El martes 25 celebramos la fiesta del evangelista san Marcos, cuya muerte se cree que ocurrió el año 68. El jueves 27 se recuerda la memoria de santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima y patrono del episcopado de nuestro continente (+1606). Ese mismo día, el calendario jesuita recuerda a san Pedro Canisio (+1597), doctor de la Iglesia.  El viernes 28 se puede celebrar a san Pedro Chanel  (+1841) misionero mártir en la Oceanía. Y el sábado 29 se recuerda a santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia (+ 1380) que trabajó por su reforma interior, y tuvo que sufrir los comienzos del gran cisma de occidente.  Son testigos de la fe, que nos hacen ver prácticamente la realidad humana y la acción divina en el Pueblo de Dios.

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