Desde el Domingo de Ramos hasta el segundo domingo de Pascua, la mesa de la Palabra se mantiene invariable todos los años. La Iglesia nos invita a seguir paso a paso el camino de Jesús desde su entrada triunfal a Jerusalén hasta el momento en que en el Calvario ‘entrega su Espíritu’ (en manos del Padre, y a nosotros, sugiere el evangelio de san Juan). Se nos invita a contemplar a Jesús y a compartir sus sentimientos, en el momento en que se entrega por nosotros.
De los pocos textos que varían son los evangelios del Domingo de Ramos (entrada en Jerusalén y texto de la Pasión), que, en este año, se toman del evangelio de san Marcos. Es un poco más breve que los otros y es el que subraya la soledad de Jesús, en medio de la incomprensión y el abandono por parte de los discípulos. Sólo dos personajes se hacen cercanos a Jesús: la mujer (no identificada en Marcos) que unge a Jesús con un perfume carísimo – gesto que Él interpreta como preparación para su sepultura, y que los discípulos critican como un derroche – y el centurión que, al verlo expirar, lo proclama como Hijo de Dios.
Entre ellos y los discípulos estamos nosotros hoy. Podemos hacernos presentes en la escena, como nos propone san Ignacio en los Ejercicios Espirituales y preguntarnos dónde habríamos estado nosotros entonces…, para ‘reflectir y sacar provecho’. Porque tal vez lo que nos ocurre hoy como Iglesia es fruto de haber eludido la cruz, para “conservar la imagen”.
Durante estas dos semanas, hasta el domingo 8 de abril, nos olvidamos del santoral, para centrarnos de Jesús que muere y resucita por nosotros. Por eso, la solemnidad de la Anunciación se posterga para el lunes 9.