Estamos terminando un año que difícilmente será olvidado por los católicos chilenos. La visita del Papa Francisco en enero pasado desató una de las crisis más profundas en la Iglesia. A Cristián del Campo sj le queda poco menos de doce meses para cumplir el periodo de seis años de Provincial, y aunque se le ve cansado, está convencido de que hay que seguir trabajando y poniendo todos los medios que sean necesarios para enfrentar la verdad y hacer justicia.
—Como superior de los jesuitas y vicepresidente de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Chile (Conferre), ¿cómo ha vivido la crisis de la Iglesia chilena?
Con mucho dolor, con una mezcla de vergüenza, desilusión, decepción y también con una sensación de desgaste. Somos representantes de una institución que ha cometido crímenes, delitos, faltas…
Y la he vivido también con un germen de esperanza, de que, tras todo esto, finalmente va a nacer una Iglesia nueva; más humilde, más horizontal, más verdadera, y por lo tanto más parecida a la que soñó Jesús.
—¿En qué aspectos concretos les ha afectado?
Nos ha golpeado afectiva y emocionalmente, porque se nos ha caído una institución en la cual hemos puesto nuestra confianza. Esta crisis nos ha mostrado nuestra pequeñez y fragilidad, sobre todo cuando somos conscientes del daño que como Iglesia hemos hecho y conocemos de cerca el sufrimiento de quienes vivieron situaciones de abuso. Eso produce un impacto muy grande, porque se comprende cuánto como institución fuimos capaces de dañar y cuánto pudimos evitar.
—De no haber venido a Chile el Papa Francisco, ¿cree que se habría desatado la misma crisis?
Creo que sí. Probablemente se hubiera demorado más. Esta era una crisis en cámara lenta, que la llegada del Papa simplemente apuró. Su visita de alguna manera facilitó que muchas realidades que estaban ahí salieran a la superficie. Tarde o temprano lo que estamos viviendo ahora lo hubiéramos vivido como Iglesia. Esto era inevitable, porque era de Dios que esta crisis ocurriera.
—¿Está de acuerdo con el diagnóstico del Papa acerca del clasismo, narcicismo y clericalismo que afectan a la Iglesia chilena? ¿Opera este diagnóstico también en la Compañía de Jesús?
Comparto todos esos adjetivos, pero especialmente el del clericalismo. Creo que es lo que más hay en nuestro adn eclesial, y ese clericalismo no es solo de los sacerdotes o de los consagrados, sino también de los laicos. Por eso, esta es una oportunidad maravillosa para que los laicos definitivamente entiendan y asuman que su rol de bautizados los hace tan responsables de la Iglesia como todos nosotros. Y lo del clericalismo en la Compañía, por supuesto que sí. Quizás se vea de manera distinta, pero nosotros lo percibimos en nuestro trabajo con laicos en las distintas obras, donde la voz del jesuita finalmente pesa más por el simple hecho de ser jesuita; donde a veces no manejamos adecuadamente la autoridad. Creo que allí hay genes de clericalismo que también se verifican en nosotros.
—¿Cómo están los jesuitas ayudando a la Iglesia chilena a salir de esta crisis?
De muchas maneras. Primero, trabajando todos los días en las misiones que se nos han encomendado. Segundo, poniéndonos a disposición de las iglesias diocesanas en lo que nos sea solicitado, desde talleres de formación, hasta participar en asambleas diocesanas, en retiros para el clero, en clases en los seminarios, en la formación de agentes pastorales, a través de la Universidad Alberto Hurtado o del Centro de Espiritualidad Ignaciana. También animando comunidades, donde se nos pida.
—Muchas veces se acusa a los jesuitas de “desmarcarse” de la Iglesia jerárquica, ¿qué opina frente esa crítica? ¿Cómo vive la Compañía su relación con la jerarquía eclesial?
La espiritualidad ignaciana nos invita a ser libres y críticos, a ser hombres de discernimiento, y eso a veces implica no estar de acuerdo, y expresarlo con libertad. Pero al mismo tiempo, estamos llamados a ser jesuitas obedientes, es decir, que siempre nuestra crítica, nuestro disenso sea expresado desde la vereda de la Iglesia. A veces se nos pasa la mano y podemos aparecer como desafectados de la institución, pero también ocurre que en la Iglesia nos hemos acostumbrado a no ser criticados ni confrontados, lo que es propio de nuestro clericalismo. Ahora, nosotros tenemos muy buenas relaciones con muchos obispos con los cuales colaboramos de manera cotidiana en distintas diócesis, y con otros obispos nos ha costado más, y eso es, creo, la verdad de cualquier institución humana, sobre todo cuando las relaciones son verdaderas.
—¿Cómo han vivido los casos de abusos de jesuitas al interior de la Compañía?
Ha sido difícil. Hemos sentido pena, desilusión, vergüenza, impotencia. También nos hemos cuestionado duramente por qué no fuimos capaces de ver y actuar con más decisión y a tiempo. Es verdad que hoy tenemos una conciencia distinta, como parte de una sociedad y de una Iglesia que ha despertado frente a tantas realidades de abuso con las que convivíamos. Pero también es verdad que nuestra ceguera ha causado daño. Por otra parte, creo que todos estamos convencidos de la necesidad de mirar los temas de frente y de poner todos los medios que sean necesarios para buscar verdad y justicia.
—¿Qué acciones concretas ha tomado la Compañía de Jesús para evitar que en el futuro se repitan los delitos y abusos que se han evidenciado en la Iglesia?
Nos hemos puesto dos tareas fundamentales. La primera, enfrentar con la mayor transparencia, diligencia y objetividad posibles, las denuncias que se presenten. Dar garantías a todas las personas que tengan alguna denuncia, de que su caso va a ser acogido e investigado, y que esa persona afectada será acompañada de la mejor manera posible. Y lo segundo tiene que ver con la prevención, cómo creamos espacios sanos, seguros, donde se viva el respeto, particularmente hacia los más vulnerables, los menores de edad. Y para eso hemos implementado todas las actividades formativas que hagan que todos seamos conscientes de las distintas dimensiones del abuso, desde las más evidentes a las más sutiles, y de la profundidad del daño que el abuso provoca. Aparte de eso, en temas de más largo plazo, creamos a comienzos de este año una comisión independiente, de estudio sobre estos temas, para que siete personas —ninguna de ellas jesuitas y todas expertas en distintas áreas relevantes para estas materias—, nos den su opinión respecto de nuestro modo de proceder como Compañía y de las medidas que tenemos que implementar.
—¿Ha habido impacto en las vocaciones a la vida religiosa?
El impacto ha sido notorio. Las vocaciones han estado bajas. La crisis por los abusos ha sido lo que ha hecho esto más profundo. Pero la crisis venía de antes, al menos nosotros la habíamos percibido así a comienzos de la década pasada. A pesar de todo, hemos tenido vocaciones que, aunque pocas, han sido de mucha perseverancia, y probablemente tiene que ver con que los jóvenes que hoy entran saben a lo que vienen. Ingresan muy convencidos, con mucho deseo de cambiar las cosas desde dentro. Por eso son verdaderos “héroes”, en el sentido de que es gente muy comprometida que no se queda en la crítica externa, sino que, desde dentro, entregando la vida completa, quieren cambiar la situación. Creo que esto tiene mucho de péndulo, y si la Iglesia y la Compañía hacen bien su trabajo y recuperan la confianza de la gente, Dios nos va a permitir nuevamente comunicar lo maravillosa que es la vida religiosa y sacerdotal.
VERDAD Y JUSTICIA
—En las visitas que hizo este año a las comunidades jesuitas de Chile y a los jesuitas chilenos en el extranjero, ¿Cómo las/los vio? ¿Existen temáticas transversales en las que estén enfocados?
En general, diría que la mayoría de los jesuitas están muy golpeados y muy cansados con lo que hemos vivido. Pero al mismo tiempo los veo con deseos de seguir trabajando. Todos están convencidos de que tenemos que atravesar este momento complejo, poniendo los medios que sean necesarios para enfrentar la verdad y hacer justicia. Y sí creo que hay temáticas transversales que a todos nos interesan, independiente de dónde estemos, y que están relacionadas con la inspiración del Papa Francisco en estos años. Primero, el desafío de la transmisión de la fe, todo lo que Francisco nos invitó en la Evangelii Gaudium, cómo hoy podemos transmitir la fe en un mundo secularizado, en un mundo más descristianizado. El otro desafío es el socio-ambiental al cual el Papa nos ha invitado en Laudato Si’, cómo somos capaces de contribuir a esta crisis social y ambiental, que como dice el Papa es una sola crisis, que tiene mucho que ver con la sociedad de consumo en la que estamos envueltos. Y también hemos estado muy comprometidos con el fenómeno migratorio, no solo a través del SJM, sino que a través de parroquias, colegios, etc.
—¿Cuáles cree que son los desafíos que enfrentará la Compañía de Jesús en la próxima década?
Justamente estamos en pleno proceso de discernimiento de las nuevas preferencias apostólicas universales que el Padre General debería definir en los próximos dos o tres meses. Algunas de esas preferencias que desde Latinoamérica y el Caribe enviamos, tienen que ver con el desafío socio-ambiental, el trabajo con jóvenes, el mundo de la migración, la promoción de la espiritualidad ignaciana, y, finalmente, una formación intelectual profunda que nos permita aportarle a la Iglesia la capacidad de diálogo con la cultura moderna.
—Si tuviera que elegir una buena noticia para los jesuitas este año, ¿cuál sería?
Hay varias noticias buenas, desde el encuentro con el Papa, que fue un evento para nosotros histórico. Tener la sensación de estar en un momento que probablemente no se va a repetir nunca más, o es muy raro que se repita: un Papa jesuita, que viene a Chile y que se reúne con los jesuitas en Chile.
Otra buena noticia, los votos de los cuatro jesuitas que partieron a Argentina en febrero, las ordenaciones sacerdotales de Germán Méndez, Juan Pablo Valenzuela, José Tomás Vicuña y Carlos Vidal. También los novicios que ingresaron. Es una sensación de que, en medio de todo, Dios sigue llamando, y que por la fuerza de ese llamado, aparecen personas muy concretas, no es teoría, que quieren ser jesuitas, que piden hacer sus votos, que se ordenan como sacerdotes. Y también fue un bonito momento cuando nos juntamos para celebrar el día de San Ignacio con los familiares y amigos. Porque fue como en la mitad de un tiempo bien duro, y ahí tuvimos una misa muy significativa, donde los laicos y los jesuitas nos pudimos mezclar litúrgicamente. Fue un signo que apuntó a que al final queremos estar unidos para poder seguir caminando en medio de toda esta tormenta.
DESPUÉS DEL PROVINCIALATO
—A usted le queda menos de un año como Superior Provincial de la Compañía de Jesús en Chile, ¿cuál diría que fue el sello de su gestión?
No sé si un sello, sí creo que mi gestión va a ser, probablemente, bien o mal recordada por años muy difíciles para la Compañía y para la Iglesia, y por lo tanto un Provincialato marcado por los temas de abusos, de trabajar en la prevención, y en ese sentido, años duros, pero creo que también necesarios, como en todas las cosas de la vida. Mi gran deseo sería que el siguiente Provincial pudiera contar con un piso para poder revitalizar apostólicamente la Provincia.
—¿Qué ha sido lo más consolador y lo más complejo de su trabajo como Provincial?
Hay muchas cosas que me han ayudado, como el encuentro personal con los jesuitas y con los laicos. Conocer, en el caso de los jesuitas, sus vidas más profundamente, tener de alguna manera el privilegio de la confianza depositada. Y también en las visitas he comprobado que la vida sigue en medio de todo, y que la vida es más fuerte que nuestras propias muertes. Además, el trabajo concreto que se hace en muchos lugares, desde un hospital en el Tchad, hasta los bailes religiosos en el norte, o lo que hace Julio Stragier visitando el Hogar de Cristo en la zona austral. También el trabajo con los migrantes, los compañeros en Tirúa, el trabajo en los colegios…
Lo más complejo ha sido, ciertamente, enfrentar los casos de abusos y todo lo que eso conlleva.
—¿Dónde le gustaría trabajar apostólicamente en el futuro?
En cualquier lugar donde haya necesidad de un cura. Anhelo retomar mi vida sacerdotal, en el fondo. Ojalá cualquier cosa lejos de lo administrativo.

40 años de camino del Centro de Espiritualidad Ignaciana
El 2024 el CEI celebró cuatro décadas siendo un espacio de reflexión, de crecimiento espiritual y de profundización con Dios para las personas que se acercan buscando aprender a reconocer y experimentar Su amor en todos y en todas las cosas, como nos cuentan su directora Selia Paludo y el capellán Alejandro Longueira sj.