Sínodo de Jóvenes I: Vivir y sentir la universalidad de la Iglesia

El Sínodo de Jóvenes representó, para mí, la oportunidad de vivir y sentir la universalidad de la Iglesia. Me permitió vivir un mes en comunidad con jóvenes, religiosas, religiosos y sacerdotes de todas partes del mundo. Cada uno llevaba consigo la experiencia personal de Dios, pero también la gracia de la vivencia comunitaria de la fe que nos interpeló a anunciar y denunciar lo que queremos para la Iglesia. Asimismo, el Sínodo fue una gran responsabilidad. Allí tuve el privilegio de poder dirigirme a otros jóvenes, padres sinodales y al Santo Padre, para dar cuenta de los sueños de muchos jóvenes que, como yo, desean tener más protagonismo, y que por sobre todo queremos una Iglesia más abierta a la diversidad, más democrática, representativa y multicultural, cuyo foco realmente sean los excluidos y marginados de nuestra sociedad.
Por ello, me pareció fundamental plantear en el Sínodo una invitación a repensar ciertas estructuras eclesiales, con el fin de dar más representatividad a la mujer en nuestra Iglesia, prevenir todo tipo de abuso, otorgar más espacio de acción, responsabilidad y formación a los laicos; una verdadera acogida a las personas, sin importar su orientación sexual; un compromiso con la justicia y la dignidad humana, entre otras. Fue así como pude percibir que muchos jóvenes y padres sinodales estaban en la misma sintonía, y que todos en esa asamblea tenían el deseo de plantearse el desafío y preguntarse ¿de qué manera lograr que nuestra Iglesia católica sea un espacio en el que nos sintamos libres de seguir a Jesús y su Evangelio?
El Sínodo nos ha planteado una invitación a continuar en este camino de discernimiento y sinodalidad, donde todos los miembros de la Iglesia debemos tomar los espacios de diálogo para ir definiendo las estructuras eclesiales afines con nuestra experiencia de fe. El Documento final, por ejemplo, hace una invitación a otorgar más espacios de representatividad a la mujer, a rechazar toda discriminación en razón de género u orientación sexual, a profundizar los procesos de acompañamiento y a procurar fortalecer los espacios de discernimiento. En este camino, nadie debe quedar fuera y, por supuesto, los jóvenes tenemos un rol protagónico del que debemos hacernos responsables, como nos ha dicho el Santo Padre: “hagan lío”.

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