«El Sínodo debe ser un espacio de escucha real y genuina con los jóvenes que tienen algo que decir a la Iglesia»

La vida de Danae Navia (27 años, constructor civil PUC) no se entiende sin su participación eclesial: por ocho años estuvo vinculada estrechamente a Schoenstatt, desde donde participó activamente en la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil de la Conferencia Episcopal Chilena. Hoy es miembro activo de las Comunidades de Vida Cristiana, en las que sirve como presidenta de la etapa Jóvenes. Su vida laboral y espiritual se han estrechado más que nunca, pues día a día dedica su jornada de trabajo a poner a punto las distintivas iniciativas que la Compañía de Jesús está formulando de cara a la realización del próximo Sínodo de Obispos, titulado: “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”*.
— ¿Cómo surge este movimiento de cara al Sínodo del próximo año?
La Compañía vio una oportunidad de aprovechar este impulso sinodal para tener un espacio de renovación de los “espacios jesuitas” donde se trabaja con jóvenes. Es una oportunidad no solo para la Compañía “hacia adentro”, sino también para los mismos laicos de espiritualidad ignaciana: para revisar cómo está nuestro acompañamiento a los jóvenes hoy en día. No será solo revisar, sino también escuchar.
— ¿Cómo se aprovecha esa oportunidad?
Cuando el Papa convocó al Sínodo, dijo que es para todos los jóvenes: eso es algo novedoso, porque siempre pensamos en aquellos de nuestras pastorales, y no en el joven que está en búsqueda, o que tiene algo que decir a la Iglesia sin ser activamente parte de ella. Eso nos interpela y nos desafía a buscar nuevos modos de escuchar a los que no están en nuestros círculos. Así nació el Tiempo Magis, que busca ir más allá del Sínodo, y aprovechar este impulso sinodal para escuchar a los jóvenes.
— ¿Y en qué consiste este Tiempo Magis?
Es un tiempo que comienza ahora y durará hasta octubre de 2018. Será escuchar, pero también generar nuevas propuestas pastorales de renovación, confiando en que sean los mismos jóvenes quienes vayan construyendo su proceso. Planeamos que puedan profundizar en el encuentro personal con Cristo a través de ejercicios espirituales, retiros, acompañamientos. Todo esto ya existe, pero podemos intencionarlo de mejor forma, dando elementos para el discernimiento.
— Dijiste, “ir más allá del Sínodo”, ¿cuál es el puerto de llegada?
El Sínodo es una reunión de obispos en Roma, y, en términos de plazo, sí, es el puerto de llegada. Pero queda una puerta abierta, pues lo que hagamos en el Tiempo Magis quizás nos muestre una forma distinta de hacer las cosas, con lo que despegan nuevas iniciativas, formas, etc.
— Hablas de “una forma distinta de hacer las cosas”, ¿tienes alguna luz respecto de por dónde van esas nuevas formas de participación de la juventud a nivel eclesial?
Estamos ante una generación distinta, muy dinámica, y que cambió tan rápido que no alcanzamos a reaccionar; entonces estamos frustrados, porque hay cosas que no nos resultan. Creo que el acompañamiento personalizado y comunitario tiene que pasar a ser una prioridad importante, más que grandes eventos masivos, o un montón de charlas, donde cada joven sea simplemente uno más. Sin embargo, pienso que lo primero es escuchar.
LA JUVENTUD Y LA VIDA DE FE
— Un joven cualquiera podría decir que le llama la atención que se organice una reunión donde serán los padres sinodales quienes hablarán sobre los jóvenes, pero donde ellos no serán los protagonistas, en el sentido de que no serán quienes estén hablando. ¿Cómo organizar un encuentro donde se dice “vamos a empoderar a los jóvenes”, pero finalmente, en función de una actividad donde serán otros los que estén hablando?
Le he dado muchas vueltas, y he notado que el Sínodo está lleno de tensiones. Esta es una de muchas. Así como uno quiere renovar, está la tensión de mantener una identidad, de valorar las tradiciones que hay de por medio. Quieres tener jóvenes protagonistas, pero a la vez la estructura de la Iglesia no les da demasiado espacio para ser realmente protagonistas.
Lo que a mí me calmó la tensión fue sentir que el Sínodo, a pesar de que originariamente es una reunión de obispos, es una forma de ser Iglesia, es caminar juntos y yo no me podía quedar esperando el resultado desde Roma, o que un obispo o un sacerdote me dijera qué hacer. Eso habría sido contradictorio al estilo que tienen los jóvenes de hacer las cosas: más independientes, más críticos, más empoderados. Nos tenemos que empoderar nosotros y no esperar que la Iglesia institucional nos diga cómo renovar, qué hacer, sino, a partir de nuestras convicciones personales, renovar nuestro seguimiento de Cristo.
— Otra constatación es la resistencia a sumarse a una institución que hoy está muy mal evaluada por los escándalos por todos conocidos, así como por ciertas posturas que, para la opinión pública, no concitan el apoyo de la mayoría.
He participado en hartos espacios de Iglesia, y me ha tocado ver la Iglesia santa y pecadora. Santa en el sentido de espacio de acogida, acompañamiento real, escucha genuina, servicio desinteresado. Pero, a la vez, me ha tocado ver espacios donde es mucho más difícil aportar, porque la estructura es muy rígida, donde es muy difícil pensar distinto. Me ha tocado ver las dos caras de la moneda. Es difícil plantearle a un joven que se alejó o que está en búsqueda, y que ve en Jesús un referente, pero no en la Iglesia como estructura.
Siento que el primer paso es escuchar y entender cuáles son los motivos, más allá de los abusos y de lo que sale en la tele, entender el porqué de los que están más alejados, y tratar de ayudar a tener esa experiencia personal con Cristo que al final es lo que a mí me ha sostenido todo este tiempo.
Tengo la certeza de que el Sínodo es una oportunidad para escuchar, comprender y entender mejor. No quiero que sea un espacio proselitista para llenar la Iglesia de jóvenes y que vuelvan a sumarse sin sentido profundo, sin una reflexión y un discernimiento de por medio. Quiero que sea un espacio de escucha real y genuina con los jóvenes que tienen algo que decir a la Iglesia, sea bueno, sea malo.
— ¿Cómo hoy los jóvenes se suman al proyecto de Dios cuando la religiosidad y la fe están tan privatizadas?
Creo que hay que hablar de Dios, porque ya no se habla de Dios, porque puede incomodar. Cuando dicen “en la mesa no se habla ni de religión ni de política” creo que es el mejor ejemplo de que estamos dejando de hablar los temas más importantes. Hablar de Dios no es solo hablar desde las formas tradicionales… es parte de lo que el Sínodo propone. Escuchar qué te pasa a ti con Dios. ¿Crees?, ¿qué sabes de él?, ¿qué conoces? Y para generar ese espacio hay que hacerlo explícito, pero nos cuesta. Lo queremos hacer explícito en el Sínodo: ¿cuál es el Chile que soñamos?, ¿cuál es la Iglesia que soñamos?
Me gustaría una Iglesia más coherente, más cercana a los pobres, con un estilo de vida más sencillo, con el lugar de la mujer en la Iglesia más acorde con lo que dice el Evangelio, una Iglesia más horizontal. No es necesario ser parte de ella para decir lo que yo desearía. Es una tensión gigantesca. No sé si lo vamos a resolver hoy, pero está la oportunidad para hablar de Dios, de la fe, sin ser violento. Tenemos el desafío de explicitarlo y de alguna forma dinámica y acorde a los jóvenes.
* Todos pueden participar de este Sínodo a través de dos encuestas: una para agentes pastorales, y otra dirigida a todos los jóvenes. 

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