Te Deum de Alberto Hurtado en Chillán

Discurso de Acción de gracias por la Patria, el 18 de septiembre de 1948, aniversario de la independencia nacional, pronunciado por Alberto Hurtado en Chillán.
¡A ti, oh Dios te alabamos!, hemos entonado como un himno de acción de gracias al Creador por los beneficios recibidos por nuestra Patria en este nuevo aniversario de vida independiente.
¡Cómo no elevarse hasta el cielo en una ferviente acción de gracias a Aquel de quien desciende todo don al contemplar nuestra hermosa tierra (cf. Sant 1,16), la más bella del universo, nuestras montañas austeras que invitan a la seriedad de la vida, nuestros campos fértiles, nuestro cielo azul que invita a la oración, el alma de nuestros hermanos chilenos inteligente, esforzada, valiente, franca, leal!
¡Cómo no elevarse hasta el cielo al recordar nuestra historia cargada de bendiciones del cielo que nos han hecho una Nación digna y respetable! ¡Cómo no agradecer a Dios aun aquello que tal vez pudieran algunos lamentar como una desgracia: la resistencia de nuestra tierra a entregar sus riquezas! En el norte, el salitre en medio del desierto; en el centro, la agricultura entre ásperas montañas que ha sido necesario a veces horadar para hacer llegar el agua de regadío; en el sur, los bosques vírgenes que han debido caer para abrir paso a las vías de comunicación, para roturar las tierras; en el sur, en tierras inclementes barridas por los vientos pacen nuestros ganados; debajo del mar, yace nuestro carbón; y aún allá en el ultimo confín del globo, en las nieves eternas, hay riquezas que pueden traer bienestar al hombre, confiadas por Dios a Chile, y allí montan guardia, junto al Pabellón nacional, un grupo de nuestros compatriotas que preparan una nueva página de nuestra historia.
Una Nación, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua, o sus tradiciones, es una misión que cumplir. Y Dios ha confiado a Chile esa misión de esfuerzo generoso, su espíritu de empresa y de aventura, ese respeto del hombre, de su dignidad, encarnado en nuestras leyes e instituciones democráticas.
Esfuerzo y aventura que llevó a Chile hasta colaborar en la liberación de las naciones vecinas, hasta realizar hazañas militares que parecían imposibles, hasta arrancar sus secretos al desierto y a la cordillera. Y todas estas conquistas consumadas por un espíritu jurídico de respeto al hombre que se tradujo en instituciones, en leyes civiles y sociales en un tiempo modelo en América y en el mundo. ¡Cómo no dar gracias a Dios por tantos beneficios!
Pero el ¡A ti, oh Dios te alabamos!, entonado tiene también otro sentido: mezcla de dolor arrepentido por la tarea no cumplida, la Patria alza su voz pidiendo el auxilio del cielo para cumplir la misión confiada, para ser fiel a esa misión que Dios ha querido estampar en la austeridad de nuestras montañas y campos.
La austeridad primitiva desaparece: el dinero ha traído fiebre de gozo y de placer. El espíritu de aventura, de las grandes aventuras nacionales, se debilita más y más, una lucha de la burocracia sucede a la lucha contra la naturaleza. La fraternidad humana, que estuvo tan presente en la mente de nuestros libertadores al acordar como una de sus primeras medidas la liberación de la esclavitud, sufre hoy atroces quebrantos al presenciar cómo aún hoy miles y miles de hermanos son analfabetos, carecen de toda educación técnica, desposeídos de toda propiedad, habitando en chozas indignas de seres humanos, sin esperanza alguna de poder legar a sus hijos una herencia de cultura y de bienes materiales que les permitan una vida mejor; los dones que Dios ha dado para la riqueza y la alegría de la vida son usados para el vicio; las leyes sociales bien inspiradas, pero son casi ineficaces; la inseguridad social amenaza pavorosamente al obrero, al empleado, al anciano.
Chile tiene una misión en América y en el mundo: misión de esfuerzo, de austeridad, de fraternidad democrática, inspirada en el espíritu del Evangelio. Y esa misión se ve amenazada por todas las fuerzas de la vida cómoda e indolente, de la pereza y apatía, del egoísmo.
La misión de Chile queremos cumplirla, nos sacrificaremos por ella. Nuestros Padres nos dieron una Patria libre, a nosotros nos toca hacerla grande, bella, humana, fraternal. Si ellos fueron grandes en el campo de batalla, a nosotros nos toca serlo en el esfuerzo constructor.
Pero esta misión ha dejado de cumplirse porque las energías espirituales se han debilitado, porque las virtudes cristianas han decaído, porque la Religión de Jesucristo, en que fuera bautizada nuestra Patria y cada uno de nosotros, no es conservada, porque la juventud, sumida en placeres, ya no tiene generosidad para abrazar la vida dura del sacerdocio, de la enseñanza y de la acción social. Es necesario, antes que nada, producir un reflotamiento de todas las energías morales de la Nación: devolver a la Nación el sentido de responsabilidad, de fraternidad, de sacrificio, que se debilitan en la medida en que se debilita su fe en Dios, en Cristo, en el espíritu del Evangelio.
Y estas ideas con qué alegría puede uno pronunciarlas en Chillán, en la Patria de O’Higgins, aquel hombre lleno de valores morales porque lleno de fe, este mismo fue el espíritu de Prat, el más valiente chileno y el más ferviente cristiano con el escapulario de la Virgen al cuello; el espíritu de cada uno de nuestros grandes Padres de la Patria y el espíritu de nuestros humildes y valientes soldados, el espíritu de nuestras madres y de nuestras abuelas que nos formaron en el respeto a Dios, en el amor a Cristo y a su Madre, y en la austeridad, el esfuerzo y la caridad fraternal.
¡A ti, oh Dios te alabamos!, hemos dicho y ¡A ti, oh Dios te alabamos!, hemos de repetir a cada instante, pidiendo al cielo que Dios siga protegiendo la Patria querida, bendiciendo a sus gobernantes y esforzando a su Pueblo para ser fieles a la misión que Él nos confiara.

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