Comentario a las lecturas de la liturgia entre el 11 y el 17 de diciembre de 2016.
A medida que se acerca el día de Navidad, la espera del Señor se va haciendo cada vez más alegre; y no sólo por la fiesta, sino también porque realmente el Señor vendrá, y podremos “alcanzar el gozo que nos da su salvación”, como dice la oración colecta de este domingo. Ya en la antífona de entrada, Pablo nos exhorta a alegrarnos siempre en el Señor, porque Él está cerca. Tras él, Isaías invita a toda la tierra a participar de esa alegría, y nos anuncia que se abrirán los ojos de los ciegos, se destaparán los oídos de los sordos y se soltará la lengua de los mudos, mientras los tullidos saltarán como los ciervos. Pero, en medio de ese anuncio gozoso, escuchamos a los discípulos del Bautista preguntando en nombre del Precursor: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”. Porque hace una semana escuchamos a Juan anunciando a un Mesías-Juez severo, con el hacha puesta a la raíz del árbol infecundo, preparado para purificar al mundo por el fuego. Jesús, en cambio, se muestra diferente, y su respuesta retoma las palabras de Isaías. Ni él ni sus discípulos imitan la vida del Bautista… En cambio, los ciegos ven y los paralíticos caminan. Y proclama feliz a quien no rechace su modo de ser Mesías. Termina la escena con el elogio que hace Jesús acerca del Precursor: No ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista, “pero el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”. Porque la realidad es mayor que la promesa. Por eso, si queremos mostrar que el Reino ha llegado, nuestro testimonio será creíble en la medida en que nuestra vida sea Buena Noticia para los pobres. No los pobres que elijamos, sino los que encontremos.
Durante la semana, el anuncio de la alegría mesiánica se mantendrá constante en los textos proféticos de la mesa de la Palabra, mientras la escena de los discípulos del Bautista reaparece en la versión de san Lucas, y, el viernes, es evocada en el evangelio de Juan.
En el santoral, la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, que celebramos el lunes 12, nos recuerda que Jesús ha venido a convocar a todos los pueblos a la mesa del banquete eterno y que la piedad de los pueblos originarios los ha preparado para el anuncio del Evangelio. El martes 13, la Iglesia nos recuerda a santa Lucía (+304?), santa muy popular en la iglesia romana, aunque se conocen pocos datos seguros de su historia. Habría padecido el martirio en Siracusa (Sicilia). El miércoles 14, se celebra la memoria de san Juan de la Cruz (1542-1591), colaborador de santa Teresa de Ávila en la reforma de la orden del Carmelo, gran poeta y místico como ella. Desde el sábado 17, entraremos ya en los días privilegiados en que nos preparamos directamente a la Navidad. Comenzamos escuchando la genealogía de Jesucristo, que nos hace tomar conciencia de la auténtica realidad humana de Jesús de Nazaret: una larga lista de hombres y mujeres santos y pecadores. Vale la pena recordar que, en Israel, quien da la pertenencia al pueblo es la madre, por lo que los nombres de las mujeres que aparecen en el capítulo 1 de san Mateo son especialmente importantes y simbólicos. El Hijo de Dios se encarnó, no en una familia incontaminada, sino que tomó el mismo barro del que todos estamos hechos. Ese día, en la oración de Vísperas, la Iglesia saluda a Cristo como la Sabiduría que brota de los labios del Altísimo, para ordenar todo con firmeza y suavidad, y le pide: “Ven y muéstranos el camino de la salvación.”
José M. Arenas, SJ.